Paúl se encontró, en el segundo piso del viejo caserón del Salón Tesauro, una amplia galería adornada con bellas flores en las paredes. Flores y escenas de la mitología egipcia. Allí estaba multitudinariamente representado un dios egipcio. No había ningún despacho por alli. Rememoró al dios representado. Era Baal. Su memoria comenzó a funcionar y pensó para sí mismo: “dios semítico cananeo; una divinidad
(probablemente el Sol) de varios pueblos situados en la Antigua Asia Menor y su origen era fenicio, cartaginés, caldeo, babilónico, sidonio, filisteo y, sobre todo, egipcio”. La proverbial memoria e intuición de Paúl se puso en movimiento. Si había alguien en Tesauro que adoraba a Baal tenía que ser el famoso Gran Señor del Mal.
Por eso la celebración del rito de la misa negra se tenía que llevar durante las 12 horas del mediodía. Simplemente porque Baal era un dios Sol.
Continuó memorizando: “Su significado es el de amo o señor (seguía teniendo razón la intuición de Paúl), y fue adorado por los fenicios. Era uno de los falsos dioses a los que adoraron los hebreos cuando, en algunas ocasiones, se apartaban de Dios (según recordó de la Biblia)”. Esto quería decir que quien fuera tal adorador era totalmetne pagano.
Y por último memorizó una tercera reflexíón: ” En la Biblia es conocio como Belcebú, o sea el Diablo, y su unión sexual, a través de orgías desenfrenadas con la diosa Astoret, daba vida fértil durante todo un año”. !Ya estaba la solución!. El extraño y misterioso Anwar El Farouki Bin Abdallah, apodado “Gadaffi”, era quien tenía atrapada, de alguna manera, a su Bianca. !Quería realizar orgías sexuales con ella, violarla, matarla, beber su sangre y embalsamar su cuerpo para obtener de su cadáver toda clase de favores inhumanos!. Entonces pensó en las Pirámides. Si. El Gran Señor del Mal debía de haber nacido en Egipto.
Siguió caminando por las amplias galerías. Guardando un total silencio y poniendo a toda prueba el sentido del oído. Hasta que, de repente, oyó palabras que provenían de un recoveco de la galería. Se acercó y comenzó a escuchar con total claridad. Sin duda alguna las voces provenían de una habitación hábilmente camuflada entre las paredes. Era justo en el lugar en donde se veía al dios Baal fornicando con la diosa Astoret, rodeados de mejoranas y crisantemos azules.
Se acercó todo lo que pudo y se puso a escuchar. Allí cerca dos hombres estaban hablando.
– !No hay Alemania! -decía la voz de Manésh- !Sólo hay alemanes!.
La otra voz, desconocida para Paúl, polemizaba.
– Alemania existe tal como existen Francia e Italia, por ejemplo.
-¿Qué sabe usted, por ejemplo (ironizaba Manésh) de Baviera, Austria y la Renania?.
– Que en la antigüedad estaban ocupadas por pueblos celtas hasta que fueron derrotados por grupos germánicos. !Luego Alemania existe!.
– ¿Ha oído usted hablar de que Hildebrand era el padre de Adebrand?.
– ¿Me está usted hablando de la Canción de Hildebrand?.
– Exacto. ¿Qué sabe usted de la Canción de Hildebrand?.
Paúl seguía escuchando atentamente la conversacìón. Había encontrado ya el picaporte de la puerta camuflada. Se dio cuenta de que aquella sala escondida debía ser el Despacho del Director General y debía estar totalmente equipada con la última novedad de insonorización de interiores; puesto que aquellos dos hombres no habían oído, para nada, los disparos del fusil utilizado por Arthur.
– Que se refería a hombres muy ancianos… -dijo la voz pausada del hombre cuya voz no conocía Paúl.
Paúl volvió a pensar: “¿Quién sería de aquellos dos hombres el Gran Señor del Mal?. ¿Manésh o el desconocido?”. De lo que estaba seguro es de que uno estaba de parte del Bien y el otro de parte del Mal… pero ¿cómo poder descubrirlo para poder encontrar a Bianca?. Ya no era momento de esperar más. Había que echarle valor y entrar, de alguna manera, en aquel camuflado Despacho y jugárselo todo a cara o cruz. Si sálía cara descubriría la verdad… si salía cruz habría perdido para siempre la posibilidad de casarse con Bianca…
No lo dudó. Como los ruidos no podían oírse en aquel interior, lo que comenzó a mover con violencia fue el picaporte. Eso serviría para llamar la atención de los hombres que estaban allí reunidos.
Sonó la voz ronca de del Maestro Manésh.
– ¿Que pasa, Judas?. !Te dije que nadie debía estorbarme en todo el día!.
Paúl no se arredró y volvió a hacer ruidosos movimientos con el picaporte.
– !!!Te estoy diciendo que no nos molestes, Judas!!!.
Como Paúl siguió insistiendo, Manésh no tuvo más remedio que levantarse e ir hacia la puerta. !La sorpresa que le dio ver allí en persona a Paúl, le hizo blanquear la cara!. Seguía teniendo rasgos ambiguos entre facciones masculinas y facciones femeninas. Pero eso no le preocupaba a Paúl. Él sólo quería saber dónde estaba Bianca.
– !Ay!. ¿Eres tú? – dijo Manesh con una voz que ahora parecía afeminada.
– Sí. Soy yo. Paúl Uribe Del Real…
– Pasa… pasa… pero yo te esperaba para el último día del mes que es cuando realizamos nuestros actos culturales.
– No estoy, ahora mismo, interesado en ningún acto cultural.
– No seas modesto. Sé que eres muy inteligente y, precisamente, este caballero y yo estamos hablando de cultura. !Anímate!. !Forma parte de nuestro coloquio!.
– Está bien -respondió Paúl.
– Entonces, coge esa silla y acércate a nuestra mesa.
Fue en ese momento cuando se fijó en el desconocido. Era un hombre de mediana edad, de estatura alta, bien formado, facciones nobles, elegante, bien vestido, una mirada penetrante e inteligente propia de un hombre carismático y totalmente sereno. ¿Podría ser aquel hombre el Gran Señor del Mal?. No lo sabía. Prefirió fijarse en él y sus reacciones durante la charla.
Ahora comenzaron a hablar Manésh y Paúl sin que el hombre elegante interviniese para nada. Pero Paúl observó que le miraba con gran interés. Por otro lado se fijó en la vestimenta de Manésh: una túnica de color naranja que le cubría desde el cuello a los pies, el famoso Medallón de la Biblioteca Memphis con los cuatro símbolos direccionales y el número 12 en su centro y, como novedad, un enorme anillo de oro puro que tenía, en su parte superior, una figurilla de un escarabajo negro; como aquellos que se adoraban en el Antiguo Egipcio…
– Verás Paúl… estábamos hablando de Alemania…
– Por mí pueden hablar de cualquier cosa. De lo que quieran. Yo sólo me limito a escuchar. Escuchando se aprende mucho.
Observó una ligera sonrisa en la cara del desconocido.
– Bien Paúl -dijo Manésh- de todos modos, ¿sabes quién fue el monje Otfried?.
– Por supuesto que sí. Fue el biógrafo de Luis el Germánico… pero ahora que me pregunta sobre monjes… ¿qué sabe usted de los monjes budistas tibetanos?.
Manésh se removió un poco inquieto y nervioso mientras sacaba un cigarrillo de su pitillera de oro macizo.
– Toma… !quieres uno?.
– Prefiero encender uno de los míos si no le importa.
– !Los míos son “Elixir”… lo de más elixir del mercado!.
– Insisto en que prefiero los míos… y usted, caballero ¿desea uno de mis “pallmalls”?…
Lo hizo para saber exactamente cómo poder descubrir quién era el bueno y quién era el malo de aquellos dos personajes. El hombre elegante volvió a sonreír y dijo que no con la mano…
– ¿Te interesa una copa de coñac, Paúl?. !Es puro Napoleón!.
– No tengo ahora ningún deseo de beber nada, Maestro. Por cierto, no ha respondido todavía a mi pregunta anterior.
– ¿Los monjes budistas tibetanos?.
– Sí. Los monjes budistas tibetanos suelen ser muy enigmáticos… sobre todo los del Monte Makálu.
Paúl observó un cierto temblor en el brazo derecho de Manésh cuando éste estaba sirviendo una copa de coñac al caballero elegante y, ahora, totalmente silencioso, que volvió a dirigir a Paúl otra leve sonrisa mientras Manésh se servía una copa a sí mismo habiendo recobrado la normalidad..
¿Qué pasaba con aquél hombre misterioso que sonreía de vez en cuando y parecía querer decirle algo con los ojos?. ¿Sería homosexual o quizás otro ser ambiguo como Manésh?. No. Juraría que no. Realmente parecía un caballero culto y educado nada más. ¿O sería simplemente la máscara del Gran Señor del Mar?.
– No tengo ni la más remota idea sobre los monjes tibetanos del Monte Makálu…
A Paúl le pareció que Manésh acababa de mentir. ¿Sería una estratagema que utilizaba para no dar pistas al Gran Señor del Mal?. ¿Era Manésh el Gran Señor del Bien?.
– ¿Saben ustedes quiénes fueron los eddas?.
La pregunta iba dirigida a los dos pero sólo volvió a contestar Manésh.
– ¿Los eddas?. ¿Has dicho los eddas?.
Paúl sólo estaba tocando temas culturales haciendo pasar el tiempo hasta ver si encontraba alguna pista que le aclarase el paradero donde debía estar Bianca. Algo misterioso descubría Paúl en la mirada del hombre silencioso… pero no sabía qué era… ¿Quería decirle algo?… ¿estaba intentando, por el contrario, enamorarle?.. . No… Tenía demasiada personalidad para ser un homosexual. Sin embargo Manésh continuaba mostrando modales ambiguos y voz aflautada y afeminada.
– Sí. Los eddas. He dicho los eddas. Con e de España, d de Dinamarca, d de Dinamarca y e de España…
– !Jajajaja!. !Qué gracioso eres, Paúl! -siguió hablando con voz afeminada Manésh.
– Yo no veo ninguna gracia en eso…
Y Paúl observó la mirada del desconocido. Efectivamente. Estaba queriendo darle a entender alguna cosa. A partir de ahora se preocuparía en saber qué le quería dar a entender…
– Que no eran poetas de origen alemán.
– ¿Y qué más? – seguía intentando descubrir las posibles pistas de las miradas del hombre desconocido. Parecía que intentaba indicarle que escudriñara bien a sus alrededores. Pero Manesh estaba ahora muy tranquilo, concentrado y con la voz de nuevo ronca.
Lo primero que ya había descubierto (después de haberse fijado en el médallón y el anillo) fue que a la altura de una hipotética solapa derecha de su túnica anaranjada llevaba un grabado en oro puro un ramo de verbena y que eran los ramos de verbena los que usaban los antiguos sacerdotes para realizar sus macabros ritos de paganismo y antropofagia. !Tenía que tener mucho cuidado y no equivocarse!. Por eso tenía totalmente despiertos sus ocho sentidos.
– Los eddas eran poetas paganos… creo yo… -soltó la lengua una vez más el Maestro Manésh mientas chasqueaba la lengua tomando un sorbo de coñac. Paúl observó, de nuevo, una leve sonrisa en el desconocido y, además, su mirada parecía intentar hacerle comprender algo. ¿Pero qué era lo qué quería decir aquel hombre desconocido?.
– Y del “Ragnarok” que sabe usted, Maestro…
– Que es el Crepúsculo de los Dioses.
– Muy bien. El Crepúsculo de los Dioses dice usted. De acuerdo. Eso ya estaba escrito en el Mahabharata sánscrito.
– ¿Qué sabes tú de eso, Paúl?. !Yo no tenía ni idea!.
– ¿No sabe usted que del Crepúsculo de los Dioses ya habían escrito los pueblos orientales?.
De nuevo empalideció ligeramente el rostro de Manésh.
– ¿Los pueblos orientales?. ¿De qué pueblos orientales hablas?.
– De las civilizaciones hindúes y chinas. Debe usted saber algo de eso…
– Poco. Muy poco.
– Pues para ser usted Maestro me da la sensación de que sabe demasiado poco. ¿Qué clase de Maestro es usted?.
– Yo soy El Maestro… simplemente el Maestro de la Paz y la Bondad…
– ¿Algo así como Zaratustra?.
La mirada del hombre silencioso y pulcramente vestido era muy inteligente y le estaba indicando algo. Parecía, por un lado, agradecerle su visita y, a la vez, avisarle de que se fijase en algo que había allí. Pero Paúl escudriñaba disimuladamente y no encontraba nada más.
¿Qué era lo que el desconocido quería decirle a Paúl con sus miradas?.