Las aguas del Río invisible estaban algo inquietas, la superficie deambulaba de un lado a otro.
Un joven viento ,influido por su fluidez, dejaba hermosos surcos sobre las aguas transparentes.
Estos surcos formaban pequeños montículos que iban reflejando los rayos de Sol que fingían bañarse.
La orilla del Río, esclava de su propia libertad, devolvía a cada atrevido surco al lugar del que venían, el juego era perenne y perecedero al mismo tiempo.
El Río invisible se escondía cada vez que veía acercarse una embarcación repleta de aburridos buscadores de entremetimiento.
Una anciana nube, muy longeva, con el cabello blanco y el rostro rellenito, miraba sin protección solar como el río invisible reflejaba su imagen.
De vez en cuando, las aguas, al llegar a la orilla, recibían una bofetada, y los surcos disgustados proferían una onomatopeya como protesta. Pero los surcos tenían tanta bondad que callaban en cuanto podían.
En el río invisible vivían unos peces resbaladizos. El agua los empujaba hasta hacerlos deslizar. El Río Invisible les había dicho a su manera, que si querían vivir gratis, debían ser objeto de sus juegos, y así fue como las aguas hacían resbalar a cualquier criatura que no quisiera vivir dentro de una verdadera mentira de cristal con oxigeno bombeado.
Un día, el río invisible, de tanta sed que sentía se secó y los peces desaparecieron; para disminuir el impacto de aquel acontecimiento tomó la decisión de ocultarse, de manera que se camufló bajo la tierra para no ser visto. Aquella maniobra duró varias semanas. Hasta que la vieja nube, pudo hablar con sus congéneres que vivían con ella entre cielo y cielo. Acordaron ponerse a llorar todas juntas. Y de este modo apaciguaron la sed del Río Invisible ,que por fin pudo beber y salir de su escondite.
Gracias a este detalle de las Nubes, peces resbaladizos pudieron venir y el Río Invisible, para manifestar su alegría empezó a jugar con ellos a los resbalones.
Pero como los Peces creyeron que era el precio a pagar por vivir allí gratis, aceptaron el juego.
Y una vez más los surcos del Río Invisible que molestaban con sus idas y venidas a la orilla, recibían una pequeña bofetada . Otra onomatopeya se escuchaba.