Al poco de empezar el verano me transladé a mi nueva apartamento. Era un pequeño piso en León y Castillo, cerca de la plaza. Solía recibir visitas a diario, pero los fines de semana eran solo míos y para mis cosas.
Por eso, aquella tarde de sábado en pleno verano mi calma retozó hasta llegar a puro nerviosismo cuando llamaron a la puerta. Abrí y allí estaba: su talle era fina y delicada y la figura muy cuidada, aquella mujer llevaba un traje rojo sempiterno, lo que llevaba siempre a juego con sus labios y sus uñas. En su mano izquierda mantenía una maleta cerrada y en su cara, siempre, una sonrisa abierta.
Entró en mi vida cuando menos lo esperaba y todo siguió su curso. Al principio me asusté, no sabía que hacer, pero poco a poco experimentando, mi relación con la Señora de Rojo mejoró día tras día. Solía venir una o dos veces en semana, pero el resto de los días su espíritu permanecia muy dentro de mí. Y lo que era mejor, me hacía sonreir constantemente.
Comenzó de nuevo el curso y cada día me parecía un milagro. Seis meses habían pasado desde su encuentro y siempre pensé que todo sería infinito.
Un sábado cualquiera, acostado, llegó una carta. La Señora de Rojo se iba, se transladaba a visitar a otras personas, entre ellas un muy amigo mío que conoció el mismo espíritu que yo había conocido.
Me derrumbé. Quería robarle el espíritu, y, a la vez, me alegraba de que él, al menos, tuviese esa experiencia.
Así que todo acabó. La sombra de La Señora de Rojo fue haciendo cada vez menos nítida hasta desaparecer por completo. Y ahora no sé que pensar… creo que en ocasiones la olvido, pero cuando menos lo busco vuelvo a echarla de menos…
Aquella señora de rojo fue la experiencia más emotiva y alegre que tuve en mi corta vida. Ahora me siento solo, pero he aprendido a aceptarlo y sentirme bien conmigo mismo en mi soledad, ya no lloro por esas cosas.
Aquella señora de rojo quizá vuelva, quizá jamás. No pienso esperarla por que me ahogaría de la espera, pero pienso en ella todos los días.
Aquella Señora de Rojo se llamaba Amor.
2 comentarios sobre “La Señora de Rojo”
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El amor siempre regresa, en otra forma, en otro lugar, en otro tiempo, pero regresa. Me gusto mucho tu relato. Saludos!
Tu relato me ha hecho sonreir al final, al tiempo que me ha planteado muchas incógnitas. ¿Quién era, por qué iba siempre de rojo, por qué te visitaba, por qué se marchó a visitar a un amigo tuyo? No, no hace falta que despejes esas incógnitas, queda mucho mejor así, en el misterio.
Un saludo, Ismael.