Se acercaban las fiestas de Navidad y, como cada año, solo significaban unos cuantos días festivos en el calendario laboral. Aunque eso ya era suficiente “Ahora podré descansar algo mejor. Por lo menos no tendré que levantarme a esas horas de la madrugada en las que la gente parece sacada de una peli de zombis autómatas”. Lo que estaba claro es que con Navidad o sin ella sus problemas de sueño no se iban a disipar, ni su ánimo depresivo, ni su inapetencia en todos los ámbitos. Y mucho menos él. Llevaba años incluyéndole en su lista de “propósitos de año nuevo”, en sus mejores deseos, en la carta a los Reyes Magos de Oriente, se lo pedía a las estrellas fugaces, a las que no lo eran, a los tréboles, a los dientes de león… incluso hablaba muchas noches con Dios (aunque era atea convencida), pero la desesperación es lo que tiene, te hace buscar la salida incluso donde sabes que no está. Si te fijabas bien, podías ver en sus ojos ahogados el recuerdo de tantos años intentado borrarle de su vida.
Y parece mentira, que precisamente para ella que Jesús era aquello que se decía cuando estornudaba alguien y su nacimiento se representaba estupendamente en “La Vida de Brian”, estas fechas señaladas aumentaran su añoranza. Al igual que ocurría en otras fechas, parecía que su vacío se hacía más patente, y el deseo de compartir esas fechas aumentaba hasta ponerla de mal humor por la impotencia. Joder! Siempre pasaba lo mismo, nunca podía disfrutar de nada. La rabia y la impotencia crecían al pensar en la razón de su estado y en cómo ignoraba todo esto el causante. Qué bien lo estaría pasando, qué despreocupación. Quizá se debería alegrar, cosa que en parte hacía, pero por otra deseaba que, aunque fuera solo durante un momento sintiera la misma desazón que ella.
Lo mejor era, una vez más, intentar llenar ese inmenso vacío que ya la conformaba desde hacía muchos años: ir de compras, salir por ahí, dormir en otros brazos… Si, el intento de sustitución siempre parecía más apetecible. Tiene que funcionar seguro.
El problema nace de la consciencia, cuando despertaba de la ensoñación forzada, en mitad de un banquete carnal y veía la patética situación. “Sabias que no era él. ¿Qué estás haciendo?”. Es entonces cuando se moriría de ganas por echar unas cuantas lágrimas que arrastraran toda la vergüenza. Pero no era el momento adecuado. Aunque, en realidad, nunca era el momento adecuado.
Siempre quería demostrarse a sí misma que era capaz, que podía disfrutar tanto o más que él y que todos los demás.
Intentaba crear un mundo paralelo, fingido. Quizá era su manera de evasión favorita, por lo menos la más sana. Lo que estaba claro es que no le gustaban las cosas tal y como eran y ya había probado otras formas más drásticas para cambiarlas.
Parece que fue ayer cuando perdió totalmente el control sobre lo racional y se encontró tirada en un rincón, histérica, con unas tijeras en la mano y bañada en un mar de lágrimas. Fue su primera vez y ya se sabe que la primera no se olvida, quizá también la cicatriz de su muñeca se lo hacía recordar.
Era cierto eso de que tu vida pasa en imágenes ante tus ojos y, lo peor es que solían ser las cosas buenas, las que todavía la retenían aquí, por lo que se hacía mil veces más difícil. Atropelladamente cogía aire para intentar calmar la ansiedad y el desasosiego… “Cálmate. Respira hondo” se decía en conversación privada. Contaba hasta tres y a veces hasta cien, rezaba para si misma (recordemos que era atea). Estaba aterrorizada, se podía ver a través de su pecho el latir de su corazón. Así que cerraba los ojos, decían que a veces ayuda, pero entonces los flashes volvían a aparecer. Era demasiado tarde para pensar en el valor de su vida, aunque seguro que lo tenía. Simplemente no tenía más fuerzas para continuar.
¿Por qué era tan difícil entenderla? Contaba con muy poca gente para compartir esos sentimientos y esa gente no parecía responder como debiera. ¿o quizás si?¿Era ella que exigía demasiado? No. Solo quería comprensión. Sentirse incomprendida, sola, rara,… ya lo hacía con el resto del mundo. Quería algo diferente, algo que la diera esperanza, que escuchara sus locuras y, sobre todo, que la hiciera sentir bien. Ese sentimiento que estaba tan olvidado en ella.
Entre todas estas absurdeces se despertó el siete de enero, mirando al techo aunque casi sin poder abrir los ojos por la mala noche pasada y por las horas de la madrugada que eran. Dios! No deben estar puestas ni las aceras a estas horas!. El deber la acechaba y volvió a sentir la rabia, la impotencia del principio. Ya había pasado todo, volvía al trabajo sin haber sacado nada de provecho de estas fechas. Era entonces cuando se le venía él a cabeza, le odiaba tanto en ese instante… le hacía culpable de algo que en realidad era problema suyo. Qué bien se lo había pasado él y qué vida tan desperdiciada poseía ella.
Un comentario sobre “La Vida Desperdiciada”
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Buen relato lleno de dramatismo real. Es sincero y eso es importante.