Este pasado día 23 de junio marchamos a la montaña un grupo de amistades. Liliana cumple años en la madrugada del día 24, justo en el día de San Juan, el de las famosas hogueras y decidimos irnos todos juntos a Alicante, a la cumbre del Monte Benacantil para abrir la mente y el espíritu, dejar de ser racionales por un día y hundirnos profundamente en el misterio de las imaginaciones. Nada mejor que senderear entre las sombras cobijantes del fuego del sol, entre las flores, y acompañados por la guía de los vencejos pálidos. Después de pasar allí el día, junto al castillo medievalista de Santa Bárbara, divisando toda la ciudad de Alicante y su armoniosa línea costera, hemos bajado, al anochecer, a la Playa del Postiguet, a celebrar el solsticio de verano (que es la noche más corta del año), saltando las famosas hogueras de San Juan…
¿De dónde viene esta tradición?. Desde muy antiguo. Desde mucho antes de la era cristiana. Hay quienes dicen que las primeras hogueras del solsticio veraniego las encendieron los humanos hace ya más de 5.000 años. En las prehistorias europeas, africanas y americanas. Entre los historiadores que han intentado ofrecer el punto de partida histórico de estas hogueras existen quienes lo señalan en la civilización de los celtas. Para ellos estas antiguas gentes irlandesas y paganas, al llegar esta noche más corta del año, entendían que era necesario encender fuego para acompañar a las tinieblas y ofrecerle luz al dios Belanos (el Beltaine). El Beltaine era la segunda de las cuatro grandes festividades celtas. Belanos era una deidad de carácter solar y curandera. Se encendían las fogatas por la noche para que el sol no dejase de calentar la tierra. Y bailaban y danzaban los asistentes alrededor de ellas hasta que, para culminar el rito, tenían la obligación de saltar con pértigas por encima de la hoguera para tener un año de abundancia y la tierra fuera fértil. Después, los druidas (los magos de entre los celtas) hacían caminar a los ganados entre dos filas de hogueras, para purificarlos de cualquier mal.
Otros señalan el inicio de la costumbre de encender hogueras y saltar sobre ellas en tiempos de los egipcios, antes de que llegase la Era de las Pirámides. Pero se ha demostrado que tanto los celtas como los egipcios no festejaban los solsticios de verano ni los de invierno y que esas hogueras las hacían en mayo.
Dejando a un lado estas dudas de si los celtas o los egipcios originaron las futuras hogueras de San Juan, hemos de señalar que la costumbre enraizó fundamentalmente en toda el área hispana del Mediterráneo y de allí se desplazó al resto de la Península Ibérica, Europa, Africa, Asia y América (pues ya antes de que los españoles las llevasen allí existía esta tradición entre los incas). ¿Quiénes fueron entonces los verdaderos iniciadores de estas fiestas de fuego veraniegas?. Primero hay que señalar que fueron los pueblos prehistóricos de varias regiones del mundo, después –si dejamos en el aire la cuestión de los celtas o los egipcios- es necesario pensar en los fenicios de la costa mediterránea hispánica. Efectivamente, los fenicios se purificaban saltando hogueras así como bañándose en el agua de las costas y sus ritos tenían fuerte carácter erótico y de adivinación con los agrarios colores de las llamas y las olas. Fenicios a los que les siguieron los cartagineses…
También se sabe que los griegos encendían hogueras y bailaban, en la noche del solsticio de verano -24 de junio- en honor al dios Apolo. Y para tener suerte y encontrar el amor tenían que elevar las llamas y una vez que ésta se había rebajado un poco, saltar tres veces por encima de ella. Los griegos llamaban a los solsticios con el nombre de ¨las puertas¨. El solsticio de verano era ¨la puerta de los hombres¨. El solsticio de ivierno era ¨la puerta de los dioses¨. Había que entenderlas como las puertas del espejo: cuando se abren todos los misterios…
Los romanos siguieron con esta tradición pagana y se la ofrecieron a la diosa guerrera Minerva, alargando la cantidad de saltos de tres a siete para tener un año de felicidad y sana descendencia. Los beréberes de Norte Africa (quizás habiéndolo aprendido de los fenicios y cartagineses) celebraban estas hogueras en las mesetas, en los caminos, en las ciudades… y las extendieron por Marruecos y Argelia.
Cuando el Cristianismo se adueñó de la religiosidad europea se fueron asimilando muchas tradiciones paganas al santoral católico y a esta tradición de las hogueras del 24 de junio se las pasó a denominar hogueras de San Juan, porque Juan el Bautista nació el 24 de junio (según dice la Iglesia papal) y su padre Zacarías –que estaba ciego por haber dudado de la preñez de su esposa Isabel, la prima de María- recobró milagrosamente la vista en ese instante. Esto fue causa para que la Iglesia Católica nombrase a esta tradición como la Festividad de San Juan.
El caso es que la tradición ha permanecido a través de los siglos y se dice que en esa noche se abren todas las puertas de las grutas ocultas, los castillos remotos y los palacios encantados; que se liberan las reinas moras y las princesas e infantas cautivas o embrujadas, rompiéndose los hechizos y los ensalmos brujeriles. Que las plantas venenosas, durante las horas que arden las hogueras, pierden su carácter maligno y que las plantas medicinales multiplican por cuatro la capacidad de sus acciones benéficas. Que hay que amontonar leña y muebles viejos, bailar alrededor del fuego, saltar por encima de las llamas (en un pueblo de la provincia de Soria los nativos caminan con los pies descalzos sobre las brasas) y que hay que arrojar al fuego notas escritas, libros u objetos determinados pidiendo, a la vez que se hace, curación de enfermedades, cumplimientos de deseos, sanación de los espíritus…
Las mozas casaderas encuentran esta noche procedimientos exactos para adivinar quien va a ser el galán del que se van a enamorar y las va a llevar al altar. Y hay también costumbre de buscar tréboles de cuatro hojas y caminar por encima de las verbenas (plantas de cuyo nombre se origina el de las verbenas de los festejos que acompañan a las gentes en los pueblos cuando llegan estas fechas).
Pero, cuidado, que también es noche de sortilegios. Es noche de brujas sueltas, duendecillos del aire que se pueden apoderar de las almas descuidadas y hay quien dice que por los aires caminan desbocados los Siete Caballitos del Diablo, guiados siempre por el de color rojo. Por eso, para purificarse completamente, los jóvenes se desnudan al llegar el amanecer y se revuelcan sobre las gotas del rocío de las verbenas y los tréboles…
Muchas cosas más se pueden decir de estas costumbres de encender fogatas la noche de San Juan que dicen los curanderos que se sanan miles de enfermedades, bebiendo entre otras cosas la pomada (ginebra con limón), que hay que bañarse en las playas al calor de las fogatas, bajar troncos de madera de lo alto de los montes para encenderlos en las playas, salir en busca de gallinas y polluelos con alas doradas, acumular muebles viejos y quemarlos esta noche para renovar nuestras vidas.
En algunos lugares también se acostumbra poner ramas de laurel en las ventanas y las puertas (vulgarmente conocidas como “loros”) para tener suerte todo el año y ahuyentar a los malos espíritus.
En definitiva, nosotros no somos creyentes de todas estas supersticiones (y otras centenares más que nos han dicho que se enlazan con esta festividad) pero hemos estado celebrando el cumpleaños de Liliana en medio de una noche loca y mágica en esta playa alicantina, bañándonos alrededor de las fogatas, saltando sobre ellas sólo por puro placer de volver una vez más a nuestros juegos infantiles y quemando el triángulo de la rama de manzanilla (al principio de la quema), la rama de olivo (en medio de ella) y la rama de laurel (cuando ya se apagaba) porque esto nos traerá dicha durante los próximos 12 meses. Por lo menos nos trajo dicha y alegría en esta noche, hasta que al amanecer nos hemos dirigido todos, ebrios de felicidad, de nuevo a nuestras amadas montañas entre espigas de trigo y recordando a las cenizas que se llevó el viento costero.
Conozco esas hogueras. Yo también las he saltado en una ocasión de mi vida. Sin caer en la supertición enajenadora es un momento muy agradable dejarse llevar por la sensación de lo mágico. Tu texto es muy brillante en cuanto a esas sensaciones persoanles y el descubrimiento histórico y soccioreligioso de estas ancestrale scostumbres. Un verdadero texto donde se une investigación y experiencia propia.
Noche mágica por excelencia. Recuerdo cuando éra niña y me tocaba cojer leña para la hoguera y no podía saltarla. Fué mi primera rebelación. Un año la salté pasando de castigos y de prohibiciones y me sentí libre, feliz, volando por el fuego. Nunca olvidaré aquella sensación. Un beso. Alaia