Los desayunos de Lorenzo le servían para elaborar listas informativas de los negocios sobre tierras rentables para su bolsillo propio a cuesta de lo que fuese necesario y el amor lo dejaba suspendido y olvidado (Marina se quejaba de falta de sexo y de insastisfacción total) porque enamorado de las “tierras prometidas” se reunía con el político de turno -hoy él y mañana otro totalmente diferente pero totalmente igual- para hablar del reparto de beneficios que iban a engrosar sus cruesas cuentas bancarias con aquellos terrenos que estaban ya predestinados a ser explotados como campos petrolíferos a pesar de haber dado la palabra a los jóvenes ecologistas de que iban a ser guardados para la naturaleza y la calidad de vida para todos.
Su hijo Leonardo era sin embargo currante del saber científico y las artes. Siempre estaba predispuesto a la hora de hacer el amor (Laura se sentía una chica plenamente satisfecha y realizada en lo sexual) y componía canciones de protesta social.
Leonardo el hijo era la Luna y Lorenzo el padre era el sol. Imposible alear dos sustancias tan irreconciliables pues eran las dos caras de dos monedas totalmente distintas porque pertenecían a dos economías de paises totalmente diferentes. Así que era lógico que hubiese lucha generacional y que mientras Lorenzo el padre habia renunciado a Leonardo el hijo a su vez Leonardo el hijo había renegado de Lorenzo el padre.
FIN