A mi amigo Carlangas parece que le molesta mucho que hable, en mi Diario, de los botones de las sotanas de los curas antiguos. Y eso que mi amigo Carlangas es ateo y no debería importarle. ¿O le importa que hable de eso en mis memorias porque le recuerda a Jesucristo? Supongo que, como no cree en Dios ni en que Jesucristo sea el Hijo de Dios, eso de que los botones de las sotanas de los curas antiguos sean, como me he enterado ya, un total de 33 que es, precisamente, la edad de Jesucristo el Hijo de Dios, le da algo así como repelús. Ahora voy comprendiendo porque le dan tanto miedo los botones de las sotanas de los curas antiguos.
El caso es que, en mi infancia, eso de ver los botones negros de las sotanas negras me tenía bastante intrigado aunque me pasara mucho tiempo pensando en cómo aprender a jugar bien al fútbol (cosa que aprendí muy pronto) o en cómo poder hablar con una chavala guapa de cosas que no fueran del fútbol (cosa que aprendí en cuanto tuve la primera ocasión de mi vida en poder hablar con algunas de ellas).
Caminar por la calle Narváez, cuesta arriba de ida y cuesta abajo de vuelta, suponía en mi infancia tener que cruzarte, sin remedio alguno, con algún cura viejo y, claro está, los botones negros, forrados de tela negra, de sus sotanas negras daban algo así como un poco de miedo; aunque era mejor callarse y no preguntarle a ningún cura por el número total de dichos y dichosos botones no fuera que te soltara una ostia o, lo que es peor, te hiciera confesar el pecado de tener malos pensamientos. Por eso me quedé siempre con la duda.
Ver pasar una sotana con 33 botones negros en total (número que me acabo de enterar) suponía tener que ejercitar el slalom especial (sin nieve que era más difícil aún) para poder sortear la aproximación del cura viejo que venìa a por ti embalado y con la mano diestra y más blanca que la leche (con perdón) mostrándola para que se la besases mientras le hacías una genuflexión esclavista. Lo cual podría ser valioso para tener el gusto de contar cuántos botones negros, forrados con tela negra, tenía su dichosa sotana; pero yo, como no tenía tan mal gusto, prefería hacer el slalom por la calle Ibiza y escaparme del cerco del cura viejo y los botones de su sotana para seguir aprendiendo a jugar bien al fútbol y para pensar en qué temas, nunca jamás el fútbol, tendría que aprender a dominar para ligar con las chicas guapas que pudiera conocer en el futuro.
Resulta que los botones de las sotanas de los curas viejos eran 33. Por mucho que le moleste a mi amigo Carlangas el saberlo pues resulta que eran 33. Y no he tenido que hacer ninguna genuflexión esclavista ante ningún cura viejo para aprenderlo. Quizás mi amigo Carlangas debería haber aprendido a hacer el slalom especial por las calles de Madrid en lugar de tener tanto miedo a los curas. Porque si sabes cómo hacer el slalom especial (sin nieve que es mucho más difícil todavía) te evitas que un cura te dé una ostia o una leche (con perdón) con su mano diestra y como la leche (con perdón); lo cual, por cierto, era verdadero en aquella infancia tan ingenua que te hacían creer que contar el número exacto de los botones negros, forrados de tela negra, de sus sotanas negras, era pecado mortal. En fin. Cosas que fueron pero que no llegaron a ser. Cosas que pudieron haber sido pero que no fueron. Cosas que no me importaban para nada en absoluto ni me siguen importando salvo para recordarlas en mi Diario que cierro con una ligera sonrisa. No sonrisa de beato sino de chaval bohemio; que es todo lo contrario y todo lo opuesto a un viejo beato como se me está convirtiendo mi amigo Carlangas con su excesiva devoción por Karl Marx. Prefiero seguir hablando con las chavalas guapas y de buen ver… pero lo de los botones de las sotanas no me queda más remedio que citarlo en mis memorias.