Esperanza vivía con sus dos pequeñas hijas gemelas Libertad y Soledad. Libertad era muy atractiva, bella y hermosa, y tenía un carácter alegre y jovial aunque pecaba de ser bastante vanidosa. Soledad, sin embargo, era poco agraciada y eso la había hecho desarrollar un carácter triste y apocado, sobre todo porque siempre la comparaban con su hermana; aunque viéndola de manera imparcial tenía un bello encanto. Mamá Esperanza, que había sido abandonada por el padre de las níñas (un gordo banquero truculento y despiadado con los seres humanos) luchaba ardientemente por ver crecer a sus hijas hasta convertirlas en felices mujeres. Trabajaba dia y noche sin descanso y sin desfallecer jamás en su ardua labor… pero su corazón se fatigaba mucho y un día dejó de latir…
Cuando mamá Esperanza murió, las entonces adolescentes Libertad y Soledad fueron a vivir a casa de la abuelita Milagros; pero Milagros era muy anciana, muy anciana, estaba ya obsoleta y no tenía ninguna actividad social. Simplemente vegetaba en su desvencijado sillón. Así que Libertad y Soledad se aburrían mucho en casa de Milagros; sobre todo Libertad se aburría del inmovilismo de Milagros y, aún más, de la tristeza y la abulia de Soledad que cada vez estaba más triste. Libertad quería siempre jugar y reir pero Soledad nunca estaba dispuesta a ello y se sentaba bajo la sombra de los abetos…
Cuando libertad alcanzó la mayoría de edad era verdaderamente una lindísima joven y toda ella se llenó de ansias por vivir. Determinó entonces hacer su equipaje y se marchó lejos, muy lejos, a buscar experiencias emocionantes a los lejanos horizontes. Soledad quedó entonces más triste todavía, se sintió presa y encarcelada en casa de Milagros, se notó verdaderamente desgraciada…
A todo esto, el joven Amador era un vecino y constinui visitante a la casa de Milagros y como estaba locamente enamorado de la atractiva, bella y hermosa Libertad… decidió un día, de repente, sin apenas pensarlo dos veces, hacer también su equipaje y salir en búsqueda de su amada. Salió a perseguirla por los lejanos horizontes. No descansaría hasta encontrarla y unirse a ella. Soledad, que resulta que, a su vez, estaba perdidamente enamorada del joven Amador, entró en una profunda crisis. Ante su calamitoso estado de salud espiritual, las tías Amparo, Consuelo y Fe (que eran las hermanas soltera de la fallecida Espera) como tenían un bello corazón y siempre se dedicaban a ayudar a paliar las necesidades ajenas, decidieron sacar a Soledad de esta profunda crisis y llevársela con ella a vivir a su inmensa y soleada mansión llena de rosas y claveles…
Amparo fue un dulce cobijo para Soledad y la dio sosiego. Consuelo sirvió de entrañabla compañera de confidencias a medianoche. Y Fe, que era muy soñadora, la alimentó de ilusiones. Era como volver a tener a Esperanza junto a ella. Soledad se recuperó pronto de su enfermedad y comenzó a aflorar su bello encanto ahora que ya nadie la comparaba con la hermosa Libertad…
La sempiterna soñadera tía Fe contagió de entusiasmo a la ya menos triste Soledad y ésta, que aprendió entonces a sonreír, comenzó a soñar exhaustivamente. Soñaba que su amado Amador se cansaba de buscar a la atractiva, bella y hermosa Soledad que se siempre se mostraba tan inalcanzable para él. Soñaba que Amador volvía como hijo pródigo y se enamoraba de ella. Soñaba que Amador la pedía en matrimonio. Soñaba que se casaban y eran muy felices. Y soñaba que de sus relaciones con Amador, nacía un hermoso bebé varoncito al que, como homenaje a toda su vida, le ponía de nombre Salvador.