Cuenca, 18 de abril de 1939.
Onésimo Ledesma de Rivera y sus doce correligionarios de la Falange Auténtica pro nazi, caminan dando bandazos de un lado para otro, por culpa de su borrachera, por Carretería mientras vocean, derriban todos los cubos de basura que encuentran a su paso y disparan, de vez en cuando, con sus pistolas. al aire para asustar a los pobres conquenses que tienen la desgracia de encontrarse en su paseo.
– ¡¡Vamos a haceros el paseíllo a más de uno de vosotros, paletos, palurdos, muertos de hambre!! -vocifera Onésimo Ledesma de Rivera mientras los otros le aclaman como a un verdadero héroe.
Onésimo Ledesma de Rivera, cada vez más ebrio y exaltado por las alabanzas de sus doce correligionarios, continúa proclamando bravuconadas.
– ¡¡Es nuestra Victoria!! ¡¡Viva Franco!! ¡¡Arriba España!! ¡¡José Antonio está vivo!!
En esos momentos se encuentra con ellos la sencilla Rufina que marcha deprisa porque tiene que cumplir el encargo de entregar un puñado de churros que lleva, en su mano derecha, envueltos en un papel. El grupo de imberbes cretinos la acorralan.
– ¡¡Hola, guapísima!! ¿Hacia dónde vas tan deprisa? ¡Voy a casa de mi abuelita para llevarla una cesta de miel! ¡¡No corras tanto, Caperucita Roja, yo soy el lobo!! ¡Dios mío, abuelita, que dientes más grandes tienes! ¡¡Son para comerte mejor, Caperucita Roja!!
Los doce correligionarios, falangistas auténticos según ellos, ríen como imbéciles las gracias de Onésimo Ledesma de Rivera; mientras Rufina no puede ni tan siquiera hablar por culpa del miedo.
– ¿Acaso se te ha muerto alguien o te espera algún conde en su palacete, princesita? Triste está la princesita ¿Por la princesita está triste?
– ¿Cómo ha dicho usted? -acierta por fin a pronunciar la guapa Rufina.
– ¡¡Onésimo Ledesma de Rivera!!. ¡Llámame ilustrísimo señor don Onésimo Ledesma de Rivera, guapa!
– Mire usted… señor Enésimo Ledesmás en la Rivera… no sé si por detrás… pero…
– ¡¡Vaya,vaya, vaya!!… ¡Pero si resulta que la mugrienta Cenicienta también tiene sentido del humor!
– Señor Ledesmás o Ledesmenos, no estoy contando chistes sino que en realidad no le entiendo bien del todo porque habla usted algo así como ofuscado o qué sé yo… que me parece que está usted bastante pasado de orujo.
– ¿Y no te asusta que yo sea un brujo?
– Yo dije orujo pero usted está bastante peor que yo de la oreja así que no me confunda usted que yo dije orujo y no brujo.
– ¡¡En serio de una vez por todas monada!! ¿Sabes quien soy yo en realidad?
– Mire usted… ya que se está poniendo la cosa seria… no le conozco ni tengo por costumbre saludar a imberbes niños desconocidos… ¿quizás se ha perdido usted y está buscando a su madre?
– Así que yo soy un imberbe niño desconocido que está buscando a su mamá… ¿verdad?.
– Eso debe ser… porque es la primera vez que oigo eso de señor Enésimo Ledesmás en la Rivera por detrás tris trás o de la forma que sea mejor para sus intereses culinarios. Si tiene usted hambre deje de comer caperucitas rojas porque le puedo vender unos cuantos churros que son bien alimenticios por cierto. Ahora bien, como soy siempre totalmente sincera, le tengo que decir que sigo sin conocerle y además me está esperando, no precisamente un conde, pero sí un marido que tiene bastante mala leche cuando alguien se me cruza por el camino y me dice tontería y media.
– ¡Pues te lo voy a decir otra vez todo completo para que no vuelvas a confundirte, Blancanieves!.
– Vaya… que le ha dado a usted por los cuentecitos… ¿no ve cómo es en realidad sólo un niño?
– ¡¡Me estás hinchando las narices, bruja!!
– En qué quedamos… soy Cenicienta o soy la bruja… porque me parece que tiene usted una empanada mental de aúpa. Ya se lo tengo yo dicho mil veces a mi pequeño hijo… Benito no bebas más de la cuenta del vino de la sacristía… Benito no bebas más de la cuenta del vino de la sacristía… que luego terminas como el Tío Serapio. ¿Sabe usted cómo quedó el Tío Serapio por darle tanto al morapio? ¡Quedó más flacuchento y más tieso que el rabo de un apio! ¿No querrá usted que su rabo…. esto… perdón… quise decir su cuerpo de jota serrana… quede como un apio… verdad? y perdone por lo del rabo pero parece usted un verdadero diablillo galancete… ¡que mira que está usted bien mono con ese bigotito que se parece usted al mismo Errol Flyn y a ver si mi Benito se me cría tan mono como usted y se parece de mayorcio también a Errol Flyn porque hacer el mono ya se le da muy bien cuando pimpla demasiado del vino de la sacristía. Por cierto a mi esposo Bonifacio se le da muy bien tocar la guitarra y el guitarrón así que, si usted desea bailar un poco con su cuerpo de jota serrana, enseguida le aviso para que le toque algo… y así sus narices terminan por hincharse del todo.
Ante el silencio sepulcral y el asombro atónito de sus doce correligionarios, Onésimo Ledesma de Rivera entró en ira y se le hincharon las venas del cuello.
– ¡¡Basta ya!!
– ¿Qué basta ya? ¿Qué es lo que va a estallar monísimo que mira que sólo te falta el plátano para parecerte a mi Benito y no me tome usted a mal lo del plátano porque suponerse se supone como el valor en los que cumplen el servicio militar obligatorio?
– ¿Que estás queriendo decir con eso del plátano, desdichada?
– Desdichada no sé si lo seré pero tengo una dicha enorme en haberle conocido señor desconocido…
– ¿Así que sigo siendo un desconocido? ¿Te interesaría conocerme mucho mejor?
– Si es de asuntos de cama ha llegado usted muy tarde porque hace años que estoy casada con mi Bonifacio.
– ¿Tienes ganas de cachondeo, no es cierto?
– No es cierto. No señor. Se lo digo de todo corazón. Me encantan que los jóvenes se dejen bigotito a lo Errol Flyn, como piensa ya hacer mi Benitico, para que puedan triunfar en sus aspiraciones personales de picar muy alto. Mi Benitico sólo piensa en eso… en picar muy alto y coger muchas varillas…
– ¡No sé si estás loca o te haces la tonta!
– No soy tonta pero a veces me dicen Juana la Loca… por aquello de la historia de Felipe el Hermoso… y qué hermoso está usted con ese bigotito a lo Errol Flyn.
– ¡Es a lo Hitler, ignorante! ¿No te doy miedo?
– Un poquejo sí que sí… pero de risa… buena persona…
– Bien, bien, bien. Menos mal que me consideras persona.
– Yo considero persona a todos los seres humanos.
– ¿También a los rojos?
– No sé quienes son los rojos pero quizás se esté usted refiriendo a los pieles rojas que salen en las películas del western; si es así, por supuesto que sí, para mí todos los seres humanos tienen el mismo color… pero ¿parece cómo que está usted perdiendo la color o es así de pálido siempre? Y muy buena debe ser la gomina que se pone en el pelo porque lo tiene usted totalmente brillante… ¡qué buena brillantina usa usted!… ¿Quizás Patrico?…
– ¡¡Me desesperas!! ¡¡De verdad que me estás desesperando!! ¿Así que no sabes distinguir entre un rojo y un azul?
– Sólo cuando juego al parchís con mis amistades.
– ¡Qué gran sentido del humor tienes, preciosa, para ser tan paleta, palurda y muerta de hambre! Así que como te veo de tan buen humor vamos a seguir con la fiesta.
– Se equivoca usted de fechas. Ahora no son las festividades de San Julián. Hay que esperar al verano. Por cierto… ¿sabía usted que las bicicletas son para el verano? Cuando lleguen la Fiestas de San Julián le invito a darse unas vueltas en bicicleta con mi Bonifacio por supuesto.
– ¡¡Basta ya!! ¡¡He dicho que basta ya!! ¡¡No puedo aguantar más que me sigas poniendo en ridículo delante de mis camaradas!!
– Pero… ¿si yo no le estoy poniendo en ridículo?. Es usted solo con ese bigotito a lo Errol Flyn que, insisto, también le encanta a mi Benitico que ya ha pensado dejárselo cuando sea mayor y mira que le tengo dicho que no sea tan zanguango y deje de beber el vino de la sacristía porque después le da por creerse el rey del mambo, sueña que pica muy alto y que coge muchas varillas y todo eso… usted ya me entiende…
– ¡¡Que basta ya de cachondeo!! ¡¡Esto no es el parchís ni el juego de la oca pero voy a hacer que hagas el paso de la oca por toda Carreteria a ver si te sigues riendo después!!
– ¿El paso de la oca? ¿De verdad sabe usted hacer el paso de la oca o más bien el paso del ganso?… porque mira que dice usted gansadas, émulo de Errol Flyn.
– ¡¡Te repito que es bigote a lo Hitler y no a lo Error Fin!!
– Va a tener que ir usted un poco más al Cine Xúcar porque se dice Errol Flynn… ¿o es usted de los que dicen Flan Sin Nata en vez de Frank Sinatra? Mira por donde bien visto, de frente, parece usted todo un mafioso.
Los doce correligionarios, falangistas auténticos, estaban ya sintiéndose completameente defraudados de su líder que no salía de una situación ridícula cuando entraba en otra. Onésimo Ledesma de Rivera se dio cuenta de ello.
– ¿Sabes cuál es el saludo nazi?
– No tengo ni idea de lo que es eso de nazi porque lo único que me suena, algo parecido, es Niza y eso porque lo he visto en películas de Charles Boyer. ¡Así que echando leches de aquí que tengo prisa! ¡Al galope Gary Cooper!
– ¡¡Levanta el brazo derecho completamente recto, con la mano alzada y di Viva Franco y Arriba España cantando el Cara al Sol, desgraciada!!
– No sé de que me está usted hablando, señorito galán, y además no sé cantar y todavía menos canciones al dios Sol porque yo sólo canto en la iglesia canciones a Jesucristo.
Onésimo Ledesma de Rivera ya no pudo aguantar más su contenida cólera al oír a aquella linda zagala hablar de Jesucristo.
– ¡¡Date la vuelta, guapísima!! ¡¡Data la vuelta ya si no quieres que te de en el estómago!!
Asustada de repente, la bella Rufina se dio la media vuelta.
– ¡¡Levanta el brazo derecho y comienza a cantar el Cara al Sol después de decir Viva Franco y Arriba España!! ¡¡Ya!!
Rufina, totalmente paralizada por el miedo de las armas, no hizo nada ni pudo pronunciar palabra alguna; mientras Onésimo Ledesma de Rivera estaba totalmente desorientado.
– ¿Qué llevas en la mano derecha, so furcia?
– Sólo son churros nada más.
Onésimo Ledesma de Rivera aprovechó la ocasión para intentar volver a ganarse la admiración de sus esbirros seguidores.
– ¡Camaradas! ¡Otra persona generosa que nos hace un regalo en este Día de la Victoria!
Onésimo Ledesma de Rivera arrancó el paquete de churros de la mano derecha de Rufina y lo lanzó a uno de sus correligionarios.
– ¡Vamos, camaradas! ¡Comed churros conquenses que deben saber a gloria! ¡Hoy es el día más glorioso de la historia de esta puerca ciudad! ¿Y a todo esto… cómo te llamas tú generosa chavala?
– Me llamo Rufina y no soy chavala sino mujer casada… y le repito que se me está haciendo muy tarde y me espera mi esposo Bonifacio que seguro que se está poniendo de muy mala leche por mi tardanza así que déjese de tonterías y vamos a ver cuando se entere cómo va a tener que pagar los churros porque yo de regalárselos a ustedes nada de nada monada… que es usted tan mono con ese bigotito que se comporta como un verdadero orangután con una dama. ¿Eso es lo que ha aprendido en la Falange? ¿Así se educa a los falangistas? Cierto es que esta ciudad es puerca pero debe ser por culpa de que algunos cerdos han entrado en ella sin permiso alguno de sus ciudadanos.
Onésimo Ledesma de Rivera no pudo soportarlo más, se le volvieron a hinchar las venas del cuello, se le cruzaron los cables dentro de su escaso y violento cerebro y le atizó tan fuerte culatazo con su escopeta en la espalda que Rufina cayó al suelo de bruces.
– ¡¡Cobarde!! ¿No te da vergüenza pegar pegar por la espalda a una inocente chiquilla? ¿Por qué no me pegas a mí?
Onésimo Ledesma de Rivera, chulo falangista auténtico, se quedó petrificado ante la presencia de aquel gigantesco hombre que se enfrentaba, cara a cara, con él. Se sintió, en su fuero interno, una verdadera pulga mientras un par de ruidosas ventosidades malolientes se le escaparon por el trasero.
– Tú… esto… ¿quién eres tú?…
– Me llamo Ángel Atienza Rabadán y, por los clavos de Jesucristo, que si no dejas en paz a esta señora te parto la cara en mil pedazos, subnormal.
– Está bien… señorita…
– Señorita no, mequetrefe… que es una verdadera señora…
– Está bien… señora… puede usted marcharse en paz pero… esto no ha terminado… angelote…
– Yo soy un angelote, sí señor, pero tú vas a irte al infierno si te suelto una hostia.
– ¡Más respeto a un falangista auténtico!
– Vosotros nos sois falangistas ni mucho menos auténticos hombres. ¡Vosotros sólo sois feminazis!
– ¿Cómo nos has llamado?
– ¡Feminazis! ¡Sólo os atrevéis a pegar a las féminas! ¡Feminazis y además maricones!
Onésimo Ledesma de Rivera se quedó, por un instante, sin saber qué hacer porque vio en la mirada de aquel gigantón la firme decisión de cogerle del cuello y ahogarle allí mismo delante de sus propios correligionarios.
– ¡Escuche, caballero, por esta vez le perdono… asi que siga su camino en paz!
– ¿Que me perdonas tú, imberbe imbécil?
-¿Qué me ha llamado?
– ¡Imberbe imbécil! ¡Cuando a ti te salga la barba quizás seas ya sólo la mitad de lo hombre que soy yo!
– Escuche, caballero… no elevemos la voz para que nadie se entere y siga su camino…
– ¡¡Me cago en todos los fascistas!!
– ¡Falangistas! ¡Usted quiso decir falangistas en vez de fascistas! Comprendo su error.
– ¡¡Fachas de mierda!!
Rufina se levantó del suelo.
– Por favor, buen hombre, no ofrezca su vida por mí. ¡No merecen la pena estos mocosos que pierda usted la vida porque hombres como usted son necesarios para esta España que tanto los necesita!
– Está usted casada… ¿no es cierto?
– Estoy casada como Dios manda, por la iglesia y por lo civil… y tengo una hija y un hijo; por eso tengo que vender churros para sacar a la familia adelante.
– ¿Dónde están sus churros?
– Ya ve usted que se los han repartido estos mocosos.
– ¿Cuánto cuesta cada churro?
– Diez céntimos la unidad.
– Así que como son trece… le han robado una peseta con treinta céntimos… ¿no es cierto?
– No importa, buen hombre, hagamos como que se los he regalado.
– Pero a mí sí me importa. Así que, señorito Onésimo Ledesma de Rivera, tenga usted la amabilidad, si es que tiene todavía un gramo de decencia, de entregarle a esta señora una peseta con treinta céntimos más setenta céntimos por ser tan maricón… es un total de dos pesetas.
– ¿Sabe usted con quién está hablando?
– Con un mamarracho nazi de mierda.
– Esta vez voy a hacer como que no he oído nada… pero está usted hablando con el excelentísimo señor don Onésimo Ledesma de Rivera y muy pronto sabrá de mí. Siga su camino y tengamos la fiesta en paz.
– ¿Paz? ¿Has dicho paz, so imbécil? ¿Qué sabes tú de la paz?
– ¡Está bien! ¡Ya no le aguanto más! ¡Todo esto se o va usted a explicar personalmente al comisario Rivera!
– ¿Quién es el comisario Rivera? ¿Algún jodido pariente tuyo?
– Es mi tío José Antonio de Rivera Mola y él es mucho más directo que yo así que, si no le importa, mis camaradas y yo le vamos a acompañar hasta la comisaría.
– ¿Quién me va a obligar a eso? ¿Acaso tú, niñato de mierda, junto con tu grupo de mariposones que están más borrachos que una cuba repleta de vinazo barato? ¡No tenéis ni estilo para emborracharos, imberbes dedicados al jueguecito de creerse hombres antes de haber dejado de mamar de la teta de vuestras mamaítas!
– ¡¡Basta!! ¡Camaradas, si intenta escaparse lo dejáis frito con vuestras pistolas!
Ángel Atienza Rabadán observó que aquellos doce correligionarios del bocazas de Onésimo Ledesma de Rivera, estaban bien armados.
– De acuerdo. Vamos a parlamentar con tu tío José Antonio.
– Eso está ya mejor. Veo que es usted un hombre prudente; tan prudente como inteligente así que… ¡tirando para adelante! ¡La comisaría está ahí mismo, dentro del Cine Xúcar hasta que levantemos nuestro propio edificio! ¡A lo mejor va a ser usted uno de los obreros que lo levanten, ladrillo tras ladrillo! ¡Necesitamos brazos fuertes como los suyos!
– ¿Además de facha eres mariquita?
– Ya te cagarás de miedo cuando veas a mi tío, bocazas.
– Por lo pronto el que se ha cagado hace un momento has sido tú… porque todavía sigue oliendo a mierda de nazi.
– ¡Me estás hartando, bocazas!
– Puedo ser un bocazas cuando la ocasión lo requiere; pero no soy tan imbécil como tú… así que si quieres que os acompañe hasta el Cine Xúcar, págale primero la dos pesetas que le debes a esta noble señora.
– ¿Noble señora? Yo sólo veo a una paleta pelandusca nada más.
– Si vuelves a insultarla una vez más, solamente una vez más, ten por cierto que te estrujo tu cerebro de mosquito como si estuviera aplastando a una pulga.
A Onésimo Ledesma de Rivera le comenzaron a temblar las piernas y de su trasero volvieron a explosionar dos ruidosos y malolientes ventosidades mientrras sacaba de su bolsillo derecho dos pesetas.
– Está bien… señora… perdone usted todas mis impertinencias… y aquí tiene usted las dos pesetas que le debía.
– No. Las dos pesetas que le debías no… sino las dos pesetas que le habías robado.
– ¡No me apriete más las clavijas!.
– Si lo deseas te aprieto el cerebro.
– Está bien… señora… aquí están las dos pesetas que le había robado.
– Espera un momento, mamarracho. No has contado el culatazo que le has dado con tu escopeta por la espalda como los cobardes… así que no son dos pesetas las que le tienes que devolver sino las dos pesetas más un duro. En total siete pesetas. ¿Estás o no estás de acuerdo?
Onésimo Ledesma de Rivera volvió a lanzar dos ruidosas y malolientes ventosidades mientras sacaba de su bolsillo derecho un duro.
– ¡¡Vale!! ¡¡Está bien!! ¡¡Tome usted siete pesetas!!
– Se dice por favor y perdone las molestias.
– ¡¡Por favor y perdone las molestias!!
– Sin chillar. Los niños bien educados en los mejores colegios, como vosotros los falangistas auténticos, siempre deben hablar sin chillar. Asi que vuelve a intentarlo pero ahora con los buenos modales aprendidos en vuestros más ilustres colegios de la muy alta sociedad.
– Eso sí que no… a una roja jamás…
– Eso sí que sí… sea roja, blanca, amarilla, negra o de color aceituna que son, según vuestras teorías las cinco razas humanas… ¡y mira que sois ignorantes que no os han enseñado nunca que sólo hay una sola raza humana!
– Bueno. De momento te estás riendo tú, gigantón, pero quien ríe el último ríe mejor.
– Te vuelves a equivocar, ignorante. El que ríe mejor es el que ríe más tiempo. ¿Me has comprendido?
– Ni papa.
– Eso… a ver si te lo explica tu querido papa o tu querido tío… pero no olvides que los que más tiempo viven son los que más tiempo ríen y no los que mueren antes… ¿te has enterado ya?
– De acuerdo.
– Pues, venga. Adelante con tu labor de buena educación para que veamos qué de bien os han educado los del Opus Dei.
– Por favor y perdone las molestias.
– Por favor, caballero, no nofrezca su vida por mí. Yo sólo soy una mujer nada más.
– Por eso mismo, porque hay mujeres tan lindas como usted, no pienso ofrecer mi vida. No se preocupe. Saldré de esta.
– ¿Acaso te crees inmortal?
– Calla, cretino… que no sabes de la misa ni la mitad y ya te crees cardenal del Vaticano. ¿O quizás te crees que eres un legionario?
– ¡No me cite a los legionarios porque no los puedo ver ni en pintura!.
– ¿Pero vosotros los falangistas auténticos no os creéis tan valientes como ellos? ¿No sois también los novios de la muerte?
– ¡Que le digo que no me compare con un legionario!
– Claro. Para ser legionario no hay que tener miedo a la muerte. ¡Vaya tontería de canción que cantáis comparada con la de ellos!
– ¡¡No insulte al Cara al Sol!!
– No me digas que cara al sol sois capaces de dar la vida… mira estúpido… cuando alguien canta de verdad a la muerte lo hace como un legionario o se limita a guardar silencio y no cantar gilipolleces de camisas que tú bordaste en rojo ayer… ¿no tenéis tanto miedo al color rojo?… ¡sois unos soplagaitas que tenéis más contradicciones que el loco ese de Hitler al que adoráis como vuestro verdadero dios!. ¡Anda, soplapollas, vamos todos para el Cine Xúcar!
Rufina se había guardado las siete pesetas en su faldriquera y se encaminaba ya, repuesta del susto, hacia la churreria de su esposo Bonifacio… mientras Ángel Atienza Rabadán marchaba con el paso firme y reecto hacia la comisaría del Cine Xúcar seguido por los trece falangistas, dando tumbos de un lado para otro de lo borrachos que estaban y haciendo como que le apuntaban con sus escopetas. Todos los que les veían pasar por Carretería se santiguaban.