OLAVI SKOLA:
Llegó la Navidad. Los días de fiesta me quedaba tumbado en la cama. Los viejos jugaban a las cartas, otros preparaban la comida etc. La diaconisa me había regalado el libro La Cruz y el Puñal de Nicky Cruz y lo estaba leyendo. La lucha tan fuerte que tenía para no beber no me permitía concentrarme y dejé de leer.
En uno de los días de las fiestas, tuve una rara experiencia sobrenatural. Tumbado en mi cama, despierto, con los ojos cerrados, comencé a ver una película. Era de noche y en el cielo se estaba librando una batalla campal;
el cielo estaba lleno de bolas de fuego y flechas ardiendo. Al fijarme en la Tierra vi a un hombre que intentaba protegerse escondiéndose en callejuelas y ruinas de casas pero, al fijarme en ese hombre joven, mi respiración se aceleró y me puse muy tenso ya que ese hombre era yo. Dejé de ser un espectador para identificarme conmigo mismo en la visión. Sentía sus temores, me fatigaba con sus carreras. La lucha que se estaba llevando a cabo en el cielo era por mí. Un grupo me defendía y otro intentaba destruirme. Cuando me obligué a mí mismo a salir de la visión tenía un sudor frío en el cuerpo, comprendí que estaba buscando en la vida un refugio pero, lo que no podía comprender era el porqué de esta lucha por mi vida, ahora sí. Era la lucha que se estaba llevando a cabo en el mundo espiritual.
La monotonía de esos días de fiesta tan largos y aburridos rompió mi última barrera por estar sobrio, y el primer día laborable ya era un hombre perdido. Por recaer me echaron del trabajo y de la casa, pero eso no fue lo peor, lo peor fue la sensación de vacío y soledad. Intenté que esos sentimientos desaparecieran drogándome ya que, pensaba, no tenía otra alternativa. Y así los días y las semanas empezaron a ir por el mismo carril de siempre. El problema de cada mañana era cómo y con qué engañar al alma. Y mira por dónde, siempre encontraba algo, sin importar qué, daba lo mismo. Por la noche caía en alguna chabola o la policía me llevaba al calabozo.
Una noche me desperté desesperado en el hueco oscuro de un sótano. Todo me daba vueltas en la cabeza. Pensé en mi situación ¿dónde estaba?. De repente se metieron en mi imaginación los ideales de un hogar: la limpieza, la ropa secándose al sol, el café después del almuerzo, etc. Recuerdos de la infancia que pasaron por mi espíritu cansado. Me sentí asqueado y rompì a llorar. Y para sorpresa mía, una oración espontánea brotó de mis labios: “Buen Dios, si existes, no me dejes morir aquí, ayúdame”.
No era una oración leída de un libro sino que brotaba del corazón de un joven de 24 años que lo había perdido todo. No sabía entonces , que en cierto libro, un libro cuyas páginas yo había utilizado para hacer cigarrillos, promete: “Él no desecha las oraciones de aquellos que lo han perdido todo”. Tampoco sabía en esa noche tan desesperada, en ese sótano desconocido y oscuro que esa oración no se había esfumado. Allí, en la oscuridad, estaba el oído de quien había dado la promesa, y Él la escuchó.
En la visión que tuve por Navidad estaban luchando por mí y, eso, era verdad. Las huestes espirituales invisibles estaban librando una fuerte batalla, usando aquí en el mundo visible a personas; los servicios sociales, la policía, etc. y a mí mismo. Pero existía un frente de batalla donde también se estaba luchando por mí y de cuya existencia yo no tenía conocimiento.
De mis propios labios ya había brotado una oración, se decía “la oración del justo puede mucho cuando es constante”. Preguntaréis ¿por qué digo esto?.
En la Igleisa Evangélica donde la diaconisa me había aconsejado ir, el grupo de jóvenes estaba orando por los alcohólicos y los drogadictos.Y yo pertenecía a ambos grupos. El grito de ese ejército de jóvenes orando era insistente. Mi petición era real, de alguien que se está ahogando “la Oración puede mucho…”.
Poserosas eran las fuerzas destructoras, más poderosas que el deseo del hombre de hacer el bien, pero ahora, una fuerza supeior a todas esas fuerzas destructoras me estaban defendindo.
JOSÉ ORERO:
Al volver, de nuevo, a aquel laberinto infernal habían cambiado, como ya os conté, de domicilio. Ahora lo tenían situado junto a un lugar de placeres y lujos. El “carnicero”, “el que comía magro de cerdo”, “el Pérez”, “el Gil” y un grupo de vanidosos, soberbios y envidiosos más unas cuantas brujas, se quedaron perplejos y atónitos al verme regresar. ¿Por qué ha vuelto?. ¿Por qué no se quedó allí?. ¿Que está tramando ahora?. Se hacían estas preguntas sin conocer las respuestas. No sabían que no solo había vuelto para seguir luchando por mí sino para poder liberar a mis compañeros.
Enmtonces idearon un nuevo ataque consistente en ponerme trampas para que adorase al dios Dinero y a la diosa Afrodita.
Reconozco que a veces caí en algunas de sus trampas, pero entonces recordaba yo siempre a aquel viejo romántico poeta argentino llamado “Almafuerte”: “Si te postran diez veces te levantas otras diez otras cien otras quinientas pues no han de ser tus caídas tan violentas ni por ley han de ser tantas”. Mi caídas en sus trampas lo único que sirvieron fue para que luchara con más fuerzas por mí y mis compañeros. No consiguieron nunca que adorase al dios Dinero ni a la diosa Afrodita, pues el sueldo mensual, completo e íntegro, se lo entragaba a mi esposa Lina y nunca jamás la engañé sexualmente con ninguna otra mujer. Si no lo había hecho de soletro menos aún lo iba a hacer de casado y con dos hijas a quienes teníamos que criar y sacar adelante.
Quienes preparaban aquellas trampas lo hacían por orden de aquel de cuyo nombre no deseo acordarme para nada y que incluso llegó a ofrecerme a su esposa Quina. NO. Otra vez volví a decir no y a gritar !!!LIBERTAD!!!. Y para demostrarle a todos y todas, a pesar de aquellas pequeñas caídas, que estaba en el Camino correcto tuve el valor de llevar la Biblia al laberinto infernal para que supiesen que yo era ya un cristiano veerdadero. Entonces las brujas comenzaron a murmurar y a insultarme gravemente a mí mientras arremetían contra la Palabra de Dios.
Por otro lado, para olvidar aquella continua pesadilla y aquellos ataques dirigidos por quien no deseo recordar para nada, me hice más independiente que nunca y más solitario que nunca… pero jamás olvidé la sonrisa bohemia y la alegría por vivir. Fue cuando el “carnicero” abandonó la lucha y fue cuando el nuevo jefe se hizo amigo mío y junto con otros seguidores, al salir del horario laboral, nos íbamos a jugar al fútbol-sala (con permiso concedido por mi princesa) y a contar chistes para reírnos de todos nuestros rivales. Comenzaron a llamarme loco y para que cayera en esas trampas aumentaron el ritmo de sus máquinas infernales. Yo mantenía aquel ritmo que sólo un compañero de los de verdad podía también aguantar mientras una de las brujas intentó hacerlo. Fracasó.
Era una persecución que parecía no tener límites. Pero la necedad de quien no quiero recordar su nombre era tan grande que no sabía que yo había jurado ante Dios y la Humanidad que nunca jamás traicionaría a mi princesa y que estaría a su lado hasta más allá de la Muerte… !hasta la Eternidad!. Fue cuando, poco a poco, “el Pérez” y “el Gil” poer unas cuántas monedas más tuvieron que abandonar el combate porque la decisión de trasladarme a un lugar muy lejano de la gran ciudad fracasó rotundamente cuando el nuevo jefe se negó a que me trasladaran. Además de amigo sabía que yo era capaz de hacer bien el trabajo por mucho ritmo infernal que aplicasen.
Yo seguía gritando !!!LIBERTAD!!! no sólo luchando por mí sino luchando por mis compañeros y compañeras, fuesen quienes fuessn. Mientras esto sucedía a muchos se les iba cayendo sus caretas y, desnudas sus personalidades, descubrieron lo que había oculto en su corazón. Era mentira que fuesen izquierdistas proletarios comprometidos con su Causa. Fue cuando terminé de escribir mi novela “Setamor”.
La antigua leyenda de “nosotros vamos a ligar mucho” se vino abajo. Era verdad que no me interesaba ligar aunque había ligado algunas veces antes de casarme. Por eso me entraba la risa cuando dos brujas (la tercera seguía descomponiendo el matrimonio de un infeliz jefe que cayó en sus redes) dijeron: “Nosotras os vamos a enseñar a ligar” dirigiéndose a otro compañero y a mí. !Qué ridiculez de ataque!. !Hacía muchos años que yo sabía lo que era ligar!. “Bueno, compañero, sigamos adelante y dejemos que nos enseñen a ligar porque nunca es tarde para aprender algo nuevo”. Ante las risas y las ironías de mi compañero y yo, a las brujas les volvieron a rechinar los dientes. Eso hizo que hicieran el ridículo más espantoso delante de todos y todas. Y yo seguía luchando por mi libertad y la de mis compañeros y compañeras mientras publicaba artículos de bromas y de risas en los carteles de anuncios de las salas donde estaban las máquinas de café. Jesucristo las había dejado KO.
Fue como el definitivo principio de mi total liberación y fue como el principio de la destrucción de aquel laberinto infernal que, años más tarde, se desplomaría rotundamente tragado po el Dragón de los Bancos. Por las noches mi princesa y yo orábamos como niños. Y Dios sonreía desde arriba dándonos contínuas respuestas y salidas a nuestras peticiones. Y es que nuestras infantiles oraciones nos salían de lo profundo del corazón.
Bonito relato en el cual se repite la palabra libertad, eres libre y eso no tiene precio, os deseo mucha libertad y prosperidad a ti y a Liliana, un abrazo