Roberto abrió el buzón de correos y tomó la única carta que había dentro de él, subió lentamente los dos tramos de escalera y entró en su hogar; después se sentó en el amplio sofá orejero de la sala con la carta entre sus manos. Miró a quién iba destinada y, efectivamente, era para él, Roberto Muñoz Fonseca, con la dirección exacta y sin ningún tipo de error. Pero lo curioso es que no tenía ninguna clase de sello, matasello, ni nada que se lo pareciese. Dio la vuelta a la carta. Tampoco tenía nombre de remitente ni algún tipo de seudónimo o anagrama comercial que lo pudiese identificar. Empezaba a ser extraño el asunto. Alguien había depositado aquella carta directamente en su buzón sin haberla pasado por la oficina de correos. Y era evidente que daba a entender que no quería ser descubierto; lo cual era lo mismo que recibir un anónimo. Al menos, la persona que había depositado la carta había olvidado darse a conocer a primera vista, a no ser que en su interior estuviese la respuesta y lo otro hubiese sido un mero despiste u olvido. Así que rasgó el sobre y sacó la hoja. Sólo había escrita una única frase: “Será mañana a esta misma hora”. Y nada más. El resto era un gran espacio vacío, en blanco, sin ningún comentario o texto aclaratorio. Tampoco venía escrito ninguna clase de saludo, ni de despedida, ni de dato que pudiese clarificar a Roberto quien había sido el autor o la autora de aquella simple frase.
¿Qué significaba aquello?. Comenzó a interrogarse con cierta inquietud sobre el extraño asunto. Memorizó mentalmente. ¿Mañana?. ¿Tenía concertada él alguna cita para el día de mañana?. No. La memoria no le fallaba nunca y estaba totalmente seguro, con absoluta certeza, de que el día de mañana no había quedado en encontrarse con nadie.
Miró, por si acaso, su agenda de anotaciones. Confirmado. Para el día de mañana no tenía ninguna cita ni tampoco tenía previsto hacer nada especial. A aquella misma hora, las tres y media de la tarde, tenía pensado hacer lo mismo que hoy: recostarse en el amplio sofá orejero de la sala y entretenerse en leer un poco el periódico y encender el televisor para continuar siguiendo la marcha de su serie preferida: Un misterio por resolver. Una serie que le había atrapado a esas primeras horas de la tarde y que él consideraba de gran interés y calidad televisiva.
Volvió a mirar la carta antes de dejarla sobre la mesa de cristal. Siguió pensando. Ningún suceso familiar ni personal le estaba inquietando por aquellos días y, por supuesto, no se encontraba mezclado en ningún proyecto o asunto de carácter privado o social. Para el día de mañana no tenía previsto absolutamente nada que no fuese tan rutinario como el día de hoy. De todas formas llamó a Mercedes…
– ¡Hola, Mercedes!.
– ¡Hola, Roberto!. ¡Vaya sorpresa!. No me esperaba tu llamada a estas horas.
– Si. Sé que es fuera de lo normal. No te asustes. No ocurre nada anómalo. Sólo quería consultarte si tenemos previsto llevar alguna cosa especial nosotros dos.
– Que yo sepa no. El domingo quedamos en que esta semana yo estaría totalmente ocupada en preparar mis exámenes de biología y no iríamos a ninguna parte. ¿Qué sucede?.
– No. Nada malo. Quería confirmar si algo se me había olvidado.
– Tú me dijiste que durante esta semana estarías haciendo vida normal dentro de tu casa.
– Y eso es cierto. Pero quería estar seguro de no olvidarme de nada. Ya sabes que tú eres lo más importante para mi y no desearía incumplir promesas.
– Estate tranquilo. No tenemos ninguna programación prevista para mañana.
Cuando Mercedes colgó el teléfono, Roberto estaba ya totalmente convencido de que para mañana, a esa misma hora en que leía la carta, nada, absolutamente nada, estaba previsto en su diario convivir. Entonces… ¿qué significaba aquella frase de “será mañana a esta misma hora?. Volvió a meditar. Estaba al corriente de toda la actualidad local, nacional e internacional. Ningún medio de comunicación estaba tratando acontecimiento interesante alguno para el día de mañana. Decidió que todo sería producto de alguna broma pesada. Pero se inquietó por unos instantes al pensar que podría ser una amenaza a su integridad personal lanzada por alguien que le odiase de manera especial. Pero Roberto no tenía ninguna enemistad que supiese. Era un hombre tranquilo y afable. Sencillo. Normal. Muy querido por todos. Decidió encender el televisor y seguir contemplando la serie que tanto le interesaba. Después quedó lentamente dormido.
Al terminar su dormidera pasó toda la noche con unos amigos en el bar del barrio. Tomó su consecuente copa junto con ellos. Y se olvidó de la carta… hasta que al regresar a su domicilio la volvió a encontrar sobre la mesa de cristal. Se volvió a inquietar. Comenzó a pensar que quizás no fuese ninguna broma y que alguien le estaba amenazando por algún motivo que no le venía a la memoria. Así que pasó una noche fatal. Sin apenas poder conciliar el sueño.
Al día siguiente la rutina le volvió a engullir durante su trabajo en la oficina. Terminó la jornada cansado (había dormido muy mal) y regresó a casa. Era la misma hora que cuando encontró la carta en la tarde de ayer. Se sintió verdaderamente preocupado por si algún suceso extraño o desagradable fuese a ocurrir entonces. Era tanta su alarma que no encendió el televisor, perdiéndose un capítulo de la serie que, por otra parte, estaba entrando en un momento de gran interés. Tampoco pudo concentrarse en la lectura. Comenzó a fumar cigarrillo tras cigarrillo (él, que apenas fumaba dos cigarrillos al día) y no pudo probar bocado de lo excitado en que se encontraba. Pero nada ocurrió. Nada. Hasta que a las once de la noche (sin haber bajado para nada a la calle ni haber hecho nada especial sino esperar tensamente a que algo ocurriese) sonó el teléfono. Voz femenina al otro lado del hilo…
– Hola Roberto…
– ¿Mercedes?.
– No, perdona. No soy Mercedes quien te llama.
– Entonces… ¿quién eres?. ¿No recuerdo tu voz?.
– Soy la persona que te envió la carta ayer por la tarde.
– Y no te parece una obra pesada y absurda…
– Por supuesto que no.
– Pero tú señalabas que “será mañana a esta misma hora”. ¿Me puedes explicar que iba a suceder hoy y que no ha sucedido?.
– Por supuesto que sí ha sucedido. Y estoy enormemente contenta y feliz por ello.
– Pues no tiene sentido. Que yo sepa no ha sucedido nada más que me has tenido excitado y preocupado toda la tarde.
– Eso es lo que yo quería que sucediese. Ha sucedido que por primera vez en mi vida alguien ha estado preocupado por mí. Alguien, de alguna manera, me ha tenido en su mente. Alguien ha estado atento a mi persona. Nadie me da importancia nunca. Nadie se para a ofrecerme un poco de tiempo. Nadie se interesa por mí. Sólo he conseguido que tú, durante toda la tarde, estuvieses tenso y preocupado por algo que había partido de mi imaginación. ¿Te parece poco importante eso?. Nunca más nadie me volverá a prestar la más mínima atención. Nací para ser siempre una olvidada. Pero ahora ya no. Ahora ya puedo decir que alguien estuvo toda una hora entera pendiente de mi o al menos de algo que había salido de mi cabeza. Adiós.
Y colgó.
Y probablemente aun después de la llamada se seguiría acordando muchas veces de ella. En parte me sentí identificada pues alguna vez miré el buzón esperando tener noticias sin saber exactamente de quien. Me llamaron la atención ambos protagonistas de la historia pues uno podría reflejar claramente la naturalidad del día a día y el otro, un tanto enigmático hasta el final, la necesidad de sentir que no pasas desapercibido y que hay alguien a quien le importas. Muy interesante. Me gustó mucho. besos.