A veces mi madre decidía darnos de comer unos buenos platos de macarrones, aunque muy de tarde en tarde. En los días que había macarrones para comer una sensación de interminables juegos con los indios y vaqueros del Lejano Far West recorría los surcos cerebrales de mi imaginación. Entonces era cuando comenzaba la ardua tarea de entrelazar los macarrones de plástico con intención de elaborar llaveros de dos colores diferentes que podía ser amarillo y azul, verde y naranja, rojo y amarillo, azul y rojo, verde y azul, amarillo y verde, naranja y azul… porque debo aclarar que había dos clases de macarrones: los de comer y los de jugar.
No. No jugábamos con los macarrones de comer, pues mi madre era muy estricta en las buenas costumbres sobre la mesa mientras estábamos comiendo; sino que jugábamos con los macarrones de plástico comprados en quioscos callejeros. Eran tiempos de llaveros de macarrones, la antesala al inolvidable juego de las chapas.
Los mayores confeccionaban correas con monedas de dos reales incrustadas a todo lo largo de ellas, pero nosotros pasábamos largas horas intentando lograr la elaboración de aquellos llaveros que, en realidad, no nos servían para llevar en ellos llave alguna sino para imaginar. Yo, por ejemplo, imaginaba que en mi llavero de macarrones de plástico portaba la llave de todos mis sueños. Para abrir mis sueños sólo me bastaba mirar el recién terminado llavero de macarrones y acudía a mi mente la musa de la poesía lírica; aquella Polimuia desconocida todavía pero que ya desde niña estaba dentro de mi.
Los macarrones de plástico, un dia cualquiera de mi primera infancia, desaparecieron por el túnel del tiempo. Se quedarían, tal vez, colgando sus imaginadas llaves en la cancela de algún palacio de cristal. Tal vez. Tal vez cuando jugaba en la cueva anexa al Palacio de Cristal del parque del Buen Retiro de Madrid, las imaginadas llaves de los misterios me ayudaban a entrar en la Poesía.
Mi abuela materna: Es cierto y totalmente cierto. Yo soy testiga directa de todo eso. Los macarrones te los comías a regañadientes pero te recuerdo en la Cueva del Palacio de Cristal del Parque del Buen Retiro de Madrid… ¡y qué buenas tardes domingueras me hacía pasar con tus sueños!. Claro que yo no me quedaba muy atrás contando historias a mis amigas mientras oteaba para ver qué clases de niñas eran las que se acercaban a ti… porque eras más peligroso que los otrs dos juntos. Al mayor es mejor no tenerlo en cuenta porque jamás jugaba en la Cueva del Palacio de Cristad del Parque del Beun Retiro de Madrid. Y es que tú no sólo eras el canguro de los dos pequeños sino que te ibas por donde te daba la real gana y para poder seguirte era imposible… así que ya sñe que soñabas con tu Princesa mientras subiás y bajabas de la Cueva. Cierto. Totalmente cierto. Y lo afirmo yo que fui testiga presencial y dir3cta. ¡Qué alegría poder ncomentar tus escritos, nieto!… aunque no sé por qué razón los llamas textos. Yo prefiero llamarles escritos porque bien escritos están y no como esos textos que escriben algunos que se creen que están escribiendo con los testículos en vez de con las manos. ¿Será por eso por lo que los llamas textos, nieto? Posiblemente. Quizás. O a lo mejor es que los llamas textos porque escriben cosas… iba a decir colegiales pero me callo proque los textos e3scolares te los devorabas para llenarte de aventuras. Soy testiga directa de ello. Luego no estás mintiendo como mienten otros muchos cuando dicen que conocen sin conocer. Tú al menos conoces conociendo… lo cual es inverosímil (me parece que se escribe inverosímil pero no sé qué significa) pero verdader, cierto y real. Espero que algún dñia escribas sobre los pavos reales del Parque de El Berro auqnue me han dicho que algo de eso has escrito ya. Bueno. Yo espero que escribas, algún momento de esos que tanto te ocupas en escribir, sobre los pavos reales del Parque de El Berro pero con más detalles si es posible.
Lo intentaré, abuelita Rufina, intentaré escribir quizás esta misma noche o en algún otro ratejo como dices tú (me hace gracia que llames ratejos a los ratos) algo sobre aquellos pavos reales aunque si buscas en Vorem descubrirás que ya lo he hecho con algún detalle que otro.
Mi abuela materna: ¿Cómo peudo encontrarlo, nieto?
No te preocupes abuelita. Aquí te envío un breve realto donde viene una referencia a los pavos reales del Parque de la Fuente del Berro. Pero te prometo que escribiríe un texto (jajaja… si les llamos textos en el sentido culto y non por lo que piensas tu) centrado en dicha clase de pavosa (y te advierto que todavía existen muchos pavos de esa clase y los veo todos los dias camianr estirados por las calles, plazas y avenidad… pero nunc apor las callejuelas poscuras donde nadie puede ver sus “grandezas” (así son de vanidosos algunos que esscriben creyendo ser de los Siglos de Oro). Bien. Ahí va el Relato y verás cómo sí cito a aquellos pavos. Pero te prometo que cumpliré con tu petición, abuelita Rufina:
!Cuánto nos gustaba el teatro de don José Zorrilla; sobre todo después de haber bebido un par de vasos de sangría en las Cuevas de Sésamo, de la calle Príncipe de Madrid!. !Y qué bien los pasábamos en el Café Lyon (lejos de los academicistas del Café Gijón donde se reunía Umbral con toda su pedantería de pelotilleros). Nosotros no. Nosotros estábamos en el Lyon imaginando aventuras entre jugadores de ajedrez y camareros que desfilaban entre las mesas, haciendo una especie de slalom gigante entre los contertulios para no tropezar con el gato que siempre se atravesaba en los momentos más inoportunos.
!Qué bien lo pasábamos comentando sobre “El zapatero y el Rey” o “El puñal del godo”!.
Nos gustaba entonces aquella vieja leyenda zorrillista de “A buen juez mejor testigo” mientras Umbral seguía, cada vez más soberbio, porque ya le habían concedido varios premios más… ¿y para nosotros qué importancia podría tener una bufanda como la de él si teniamos pañuelos negros y rojos?. Si. ¿Y qué importancia podría tener, para nosotros los del pantalón vaquero azul marino y los jerseys de lana de color negro, o amarillo, o de cualquier otra tonalidad, sus trajes del último corte que mostraba, tan orgulloso siempre como el “último grito de la moda”?. Ninguna. El único grito que a nosotros nos interesaba nunca fue el de la moda sino el de Eduard Munch: cuadro que analizábamos mientras él, en “su Gijón” comía almendras y avellanas a mansalva mientras los periodistas de la comunicación de masas le entrevistaban a troche y moche. Ninguna importancia para nosotros los de las pipas de girasol marca Morales. Ninguna importancia podría tener para nosotros el Umbral del Café Gijón de quien Dolores dijo, con gran criterio universitario. “Ese siempre será solamente un mediano periodista pero jamás un gran escritor”.
Era el Café Lyon donde nos reuníamos los verdaderos bohemios de Madrid. ¿Recuerdas?. ¿Y en el Gijón?. ¿Quiénes eran los del Gijón?. Pues dejando a un lado el fútbol y la ciudad de Gijón, y refiriéndonos sencillamente al Café, los del Gijón eran los que salen en las grandes enciclopedias de la Literatura.
Nosotros nos conformábamos con orientarnos en fuentes como las del Valladolid. Sí. Me refiero a los cromos. Allí estaban Estrems y Zumalabe (los arqueros sucesores del gran Saso). Fuentes verdaderas como las de Solé, Aramendi, Ramírez, Martínez, Beascoechea, Morollón, Joselín, Pontoni, Benítez y los hermanos Lesmes (algunos ya fallecidos) entre otros, pero siempre fuentes firmes y verdaderas de cara al futuro. Eran los del Viejo Estadio José Zorrilla hoy desaparecido y reemplazado por el Nuevo Estadio José Zorrilla.
Pero volvamos a los “lyones”. Recuerdo cuando pasábamos por el Parque de la Fuente del Berrro (hablando de fuentes informativos, el Parque del Berro era sumamente más interesantes que la Efe de los “umbrales”… al menos para aprender la diferencia que existe entre los pavos de la Navidad (los que nos comíamos con todo placer nosotros) y los pavos reales (que tanto les gustaban a Umbral y sus secuaces).
En fin. Que todavía queda en mi memoria lo de “Diesel, si alguna vez te encuentras solo no dudes en venir a mi casa donde estará siempre abierta de par en par para ti”. No, Carmen. Nunca estuve sólo desde que nos despedimos en una tarde parda y fría como las que recitaba el poeta Antonio machado. Sí. Fue una tarde parda y fría pero no me importó. Fue solamente que mi camino tenía que pasar por allí para encontrar a mi Gaviota. ¿Comprendes ahora por qué dije adiós… con la incógnita del todo mi futuro por delante?. Porque yo no soy de los que se quedan en el “umbral” de las cafeterías. Yo siempre paso… paso… paso adentro para observar. Y en el Café Gijón de Madrid sólo había un grupo de aves del Paraíso deleitándose con poemas de Rimbaud y Verlaine, con poemas de Chateaubriand o con poemas de Rilke. !Ahí es “ná”, amiga Carmen, eso de los poemas de Rilke!. !Cómo molan los poemas de Rilke! decían los del “umbral” que observaban la escena acodillados en el mostrador, muy cerca del vendedor de cerillas.
Había entre ellos, entre los del Gijón, algún Don Juan Tenorio, pero no el verdadero (el de José Zorrilla) sino el del “otro”. Que todos sabemos de qué hablar en el Café Lyon cuando las tardes caían, plomizas, en la zona de la Puerta de Alcalá… desde donde caminábamos (las pesetas no daban para más) camino de Puente de Segovia.
Sí. Así eran aquellos tiempos, Carmen, en que el del Opus Dei (profesor se llamaba a sí mismo) nos repetía una y mil veces que copiásemos lo que decía de “Traidor, inconfeso y mártir”. !Pues lo copié, mi estimado profesor de Literatura, aunque tuvo que ser en septiembre!. ¿Y qué mas dá septiembre que junio para decir verdades?. !Las verdades siempre están ahí, amiga Carmen!. Las verrdades están ahí… en alguna llamada telefónica más allá del Océano par preguntar ¿cómo estás?… yo bien y tú… mas o menos deciamos los dos aprendiendo el lenguaje canario-ecuatoriano. Más o menos, si… pero mas más que menos… que los pelucones del Café Gijón todavía siguen siendo los sibaritas de las letras mientras nosotros seguimos aprendiendo a leer y escribir en las sopas de letras de los diarios matutinos… !Claro que sí!… !Cómo me llamo José que hice una entrevista a tu coterráneo de “Los Santos Inocentes”, el gran vallisoletano de tu patria chica. Claro. Estoy hablando de las revistas de la Univesidad. Y al gran Miguel Delibes le hice acompañar de 3 o 4 modestos escritores, también de Valladolid, que hoy ya han triunfado porque, en vez de tomar ginebras y gintonics en el Café Gijón… venían a tomar café con leche y algún vaso de tinto al Café Lyon y, sobre todo, a escribir poemas en las paredes de las Cuevas de Sésamo. ¿Recuerdas?. Pasó el tiempo pero jamás fuiste un olvido para mí…
Mi abuelita materna: ¡Pórtate bien esta noche, nieto, porque a lo mejor te regalan 1,10!
En eso estoy, abuelita, en eso estoy. Y te prometo que si me ponen macarrones para cenar me los comeré sin regañadientes… hasta luego, abuelita Rufina… y muchas gracias por leer y comentar…