Es más bien bajito tirando a enano, barrigón y de tez aceitunada pues nació en medio de los olivares. Ojos desorbitados en donde se puede ver reflejada la envidia, porque la envidia es un pecado endógeno de Machón. En la barriada todos saben que “se rompe” continuamente cuando juega al fútbol y es que posee una musculatura de machista escuálido que parece la del escualo del zoológico de la Casa de Campo; o sea, de tiburón tirando a pez espada pero sin espada. Pelo con tirabuzones que parece el buzón de tirar colillas de cigarrillos dentro de él. En realidad, un supercalifragilístico frágil nada más. Por eso “se rompe” tanto según dice el gitano del equipo de fútbol donde juegan.
Inseguro a la hora de dominar sus nervios, porque sabe que no es nada más que un pequeño flautista de “hamelín” venido a menos. Es el enchufado de su amigo Ordóñez, un míster que se las da de ser el mejor descubridor de genios futbolísticos pero que, en realidad, sólo es un “robaperas” a la hora de tener los pantalones bien puestos. Machón es uno de los “niños mimados” de este Ordóñez que no tiene nada de torero como el célebre Antonio Ordóñez, sino que se parece más bien a un ordeñador de vacas. Que no es lo mismo un toro que una vaca.
En el fondo, la envidia les une a los dos, porque no nacieron en el barrio de La Latina de Madrid. Disimuladamente caminan por las calles, cogiditos del brazo, como dos payasos de circo: digamos Teddy y Pompof en versión futbolera. Machón suele asomarse, de vez en cuando, al bar “Alegría” del barrio de La Latina, donde Pepe está siempre sonriendo con su amigo Andrés. Se asoma pero no entra. Tiene miedo de que Pepe le haga “el salto de la montaña”. Lo que desconoce Machón, que tiene la piel más bien “de lagartija”, es que Pepe ni se preocupa aunque mire todo lo que quiera mirar. Y entonces Machón se va a llorar a los descampados cercanos al antiguo Campo del Gas. Sabe que Pepe es mucho mejor centrocampista que él aunque prefiere jugar con los más sencillos y humildes. Ordóñez sabe que Pepe no soporta a sus “niños mimados”, en especial a este machista Machón, y prefiere jugar al aire libre, horas tras horas, entre los pinos y las orugas de la Casa de Campo madrileña.
Machón se asoma al bar “Alegría” y ve cómo Pepe, como sea y en cualquier circunstancia de la vida, sí es un hombre de verdad que estuvo a punto de romperle la cabeza porque no se asustó nunca jamás de él. Sí. Machón el machista aprendió en aquel balón aéreo que Pepe estuvo a punto de partirle la cabeza en dos y por eso Ordóñez se asustó. Pepe nunca tuvo miedo y se sabe que en su “Hoja de Servicios” dio verdaderas lecciones de fútbol en el Campo del Gas. Pero la envidia es la envidia y ese es el pecado capital de Machón. Sabe que Pepe es un líder natural, que le viene de genética, mientras él sólo es un líder artificial creado por los caprichos de Ordóñez; de ahí que Machón “se rompa” siempre, mientras Pepe no “se rompe” nunca, según opina no solo el gitano del equipo sino el mismo Churri y hasta Pedro y Escalonilla que, éste último, cuando tiene que eegir jugadores, siempre elige primero a Pepe; lo cual hace que la envidia de Machón y Ordóñez siga en aumento. Por eso Pepe decide que lo mejor es irse definitivamente de aquel equipo.
Ahora, la gordda barriga de Machón le impide hacer flexiones para recoger del suelo las hojas secas del hermoso jardín de su lujosa casa… que para eso ha hecho tanto la pelota a los jefes del Banco Hispano Americano y a Justo Fernández de la UGT. Sus piernas, ahora gordas desde que dejó la práctica del fútbol y se sentó en los sillones de las jefaturas, no pueden soportar el peso de su barriga y por eso camina con un bastón de castaño (metáfora de lo castaña que era jugando al fútbol) pensando en la bellísima mujer que tiene Pepe como esposa.
Sus piernas se comban año tras año y ahora, hoy en día, se parece a “Rabietas”, el personaje que salía en el tebeo de “Mendoza Colt”. Por eso tiene un carácter de mil demonios y no hace más que ir de rabieta en rabieta cuando ve que Pepe sigue teniendo el cuerpo de futbolista de verdad. Los ojos de Machón ahora están apagados y su bonita cabellera parece sólo un montón de ceniza de lo grises que se le han vuelto. Nunca olvida el Día de la Verdad; aquel día en que Pepe, con la compañía de Higueras, le dio todo un baño de fútbol sala que aprendió para siempre lo que era ser un centrocampista. La goleada fue tan grande que Higueras perdió la cuenta de los goles que marcó gracias a los pases medidos de Pepe mientras él, Machón, no lo comprendía y decía en alta voz: “¿Pero si nosotros somos muy buenos?”. No. Machón nunca ha olvidado ni podrá olvidar jamás la demostración que le dieron al unísono, Pepe e Higueras.
Machón es envidioso de verdad. Pepe no sólo le supera en fútbol sino también en tener una mujer mucho más bella que la suya. En realidad sabe que sólo era un jugador “del montón” que jugaba de titular porque era el “querido” de Ordóñez. De carácter débil a la hora de “meter la pierna”, Machón sólo es un machista venido a menos que se burlaba siempre de los jugadores rivales, cosa que Pepe jamás hizo. La envidia es en él una enfermedad incurable porque sabe que Pepe siempre “pasó” de él, de Ordóñez y de Vergara. Y es que Machón, con su sombrero de fieltro que ha comprado en unas rebajas de El Corte Inglés, intenta aparentar que es Humphrey Bogard. Es muy imitativo Machón. Tan imitativo que suele hacer el “mico” para intentar atraer la atención de las chavalas guapas de Madrid pero sabe, muy bien, que Pepe pasa por completo de los machistas, por muy Machón que se apellide, y de los Ordóñez Vergara por muy cortijeros malagueños terratenientes que sean. Machón es incapaz de pasar dentro del bar “Alegría” del barrio de La Latina mientras en el Teatro de la Latina, Lina Morgan sonríe… y Machón, siempre tan chulito y machista él, se queda con la interrogativa de si Lina Morgán se está riendo de él o se está riendo de los chistes que cuenta Pepe. La realidad es que se está riendo de las dos cosas. Se está riendo de él y se está riendo de los chistes que cuenta Pepe.