Martínez está tomando su siempre penúltimo martini en el Bar Los Zagales. Unos zagales pasan por la calle armando alboroto en medio del silencio de la mañana. Martínez apura su siempre penúltimo martini. Tiene un pequeño sueño en su interior. Bebe para intentar olvidar al poeta que le dijo: “No se supera jamás el dolor con la bebida excesiva”. Pero Martínez no puede dejar de amarla.
Ella, mientras tanto, espera en el hogar vacío. Ella está queriendo dar el primer paso pero lo que en realidad sólo desea es que Martínez salga del Bar Los Zagales y se presente con un ramos de rosas y un poema que diga así:
“Te amo más que esta vida / de licores y de miedos. / Yo quiero romper el silencio / y decirte que eres mi existencia. / Pero no puedo / tengo miedo a mi realidad”. Ella está dispuesta a hacerle superar sus miedos.
Martínez tiene miedo mientras sigue acodado en la barra del Bar Los Zagales tomando su siempre penúltimo martini mientras los zagales corren como locos por la calle Polo de Medina. En el polo opuesto ella está esperando…
Martínez quiere romper sus miedos; desea dejar la bebida para poder ir hacia ella y decirla que la ama, que no la ha olvidado, que jamás podrá ser otra cosa nada más que el hombre que la ama… pero no puede… le vencen sus miedos…
Ella espera sentada en el sofá mientras enciende el televisor y ve las tragedias del mundo. Ella espera… Ella espera…
Martínez ha sentido un poco de esperanza pero su fe está muerta. Intenta decir “ya no más” pero dice “otra, por favor, Manolo”. Y Manolo le mira de frente, menea la cabeza de un lado para otro y no tiene más obligación que servirle otro penúltimo martini.
Los zagales se han perdido tras la esquina de la calle Polo de Medina mientras que, muy lejos de allí, en la calle San Leandro, un pintor rubio está dibujando un paisaje en el césped del jardín cercano. Él si ama de verdad a ella…
Ella espera. Sentada en el sofá y viendo las tragedias del mundo mientras su mundo se viste de blanco dentro de su conciencia. Ella sabe que Martínez no volverá porque es incapaz de superar sus miedos. Y piensa en el pintor rubio de la calle San Leandro. Tiene la esperanza de que éste sí, de que éste le traiga un ramo de rosas aunque sólo sean pintadas en un lienzo.
Martínez se está ahogando, poco a poco, en su propia impotencia. La ama. Sabe que la ama. Pero equivoca la forma de amar. A ella no se la puede conquistar con palabras salidas de la efervescencia alcohólica. Y, mientras tanto, el pintor de la calle San Leandro está terminando de dibujar sobre el césped del jardín vecino… cuando un violinista se sitúa a su lado y comienza a sacar de su instrumento unas cuantas notas de Chopin. Chopin es el preferido del pintor.
Ella siente la música del violín entrando en su pensamiento. Sueña que está en un Gran Salón del Siglo VIII bailando un vals. Y espera, mientras tanto, sentada en el sofá viendo, por la televisión, las tragedias del mundo y esperando que Martínez la invite a bailar.
El violinista mira de frente al pintor de la calle San Leandro que ha recogido sus instrumentos de trabajo y ahora se dispone a pintar en un lienzo un manojo de rosas rojas…
Martínez se adentra en sus propios infiernos. Manolo ya no desea servirle ningún martini más. “El último, por favor”, suplica Martínez. “Escuche amigo, si le sirvo el último será su verdadero final. Supere los miedos y vaya a buscarla”. “No puedo. Quiero que esto sea mi final”. Y Manolo, con la impotencia de quienes saben la verdad pero no son entendidos, no tiene más remedio que servirle el último martini.
El pintor de rosas está dibujando al lado del violinista que ahora toca una partitura de Schuman… y ella siente la música de Schuman y espera… sólo espera que el pintor le traiga el lienzo de las rosas rojas.
Martínez ya ha caído al suelo. Martínez tiene miedo de levantarse y se queda allí, tirado, sin querer luchar por el amor de ella porque tiene los miedos metidos dentro de su alma. Y mueve la cabeza para despejarse de las tinieblas pero las tinieblas son superiores a su voluntad.
Los zagales han vuelto a pasar por la calle Polo de Medina. Ahora lo hacen en silencio. Acaban de descubrir que la verdad de la vida no es un alboroto sino un saber vivir… y regresan a sus domicilios a besar a sus madres y decir hola a sus padres.
Martínez se ha dormido. Se ha dormido para poder olvidar. Pero los sueños de Martínez ya no son sueños. Ya son pérdidas de sueños… mientras el pintor rubio de la calle San Leandro se dirige al domicilio de ella una vez que ha terminado de pintar las rosas rojas. En el cuadro ha escrito la siguiente leyenda: “Si estás sola yo soy tu esperanza”. Y ella espera… espera a que la esperanza se haga realidad…