Ese domingo, como otros tantos, habíamos decidido ir a pasar el día en la playa. En realidad no teníamos la intención de estar todo el día quietos en un sitio. Pensábamos coger la carretera de la costa por Torre del Mar y parar por cualquier playita tranquila, dar un paseo, recoger algunas almejitas, algunas chinitas de las que a mi tanto me gustan, tumbarnos un rato cara al sol, en contacto con la arena, y cuando nos cansásemos buscar un chiringuito al borde del mar donde sirvieran una buena paella, un sabroso espeto y una jarra de cerveza fresca y espumosa. Hacía un día de junio estupendo para eso. El sol reinaba en lo alto y la brisa suave que corría no estaba de más. En fin, que habíamos planeado pasar un día más bien tranquilo y sosegado, de puro relax.
Salimos de casa con estos planes y cogimos la autovía en dirección a Málaga. La carretera estaba tranquila y pronto subimos la cuesta de las Pedrizas. Hemos hecho este camino tantas veces que creo que el coche se sabe el camino el solito. Pronto comenzó a verse en el horizonte la figura de ese toro negro que altanero nos señala que pasaremos por el pueblo de Casabermeja. Quince kilómetros más hasta Málaga y casi estaremos en nuestro destino.
Siempre que pasamos por Casabermeja me siento obligada a mirar hacía la derecha para contemplar ese cementerio tan peculiar, aunque nunca he estado en el pueblo de día. Recuerdo que hemos ido un par de veces con unos amigos a cenar pescaito, que además lo ponen muy bueno, en un restaurante que hay a las afueras. Es curioso, desde la carretera se ven los panteones de una forma que parece que los muertos estuvieran enterrados de pie, y creo que hay gente que así se lo cree.
Aquél día, conforme nos acercábamos, sentí una atracción mas fuerte de lo acostumbrado. Era como si se oyesen voces lejanas que cada vez se iban haciendo más reales. Me parecía que me llamaban desde lejos, pero no era posible. No había ni coches parados ni nada que justificara esa sensación. En un impulso casi le grité a Toni que se parase. El, alarmado casi se sale de la carretera y fue disminuyendo la velocidad hasta conseguir parar al borde de la misma. Ante su enojo traté de explicarle que no sabía lo que pasaba pero que teníamos que entrar al pueblo. Tenía que averiguar quien me llamaba. Estuvimos unos minutos discutiendo si estaba loca de remate y que se yo, pero al final pude convencerle y entramos.
La sorpresa fue genial. Nos encontramos con un espectáculo sorprendente. La circulación estaba cortada. Las calles bullían de gente vestida de fiesta. Ya a la entrada del mismo tuvimos que dejar el coche aparcado y seguir andando. Celebraban la procesión del Corpus Cristi. Mantones multicolores cubrían los balcones y cruzaban las calles como si de tendederos se tratase, plantas por doquier y una alfombra de pétalos de flores de todos los colores cubría el suelo por donde pasaba el sequito que llevaba las andas del Corpus Cristi que saliendo de la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, situada en el centro del pueblo recorría las calles. El aroma de las flores mezclado con el incienso y la luz brillante del sol que calentaba me hizo creer que nos habíamos trasladado a un mundo irreal.
El paseo fue fascinante. Nunca hubiera imaginado que se podía disfrutar de algo así en un pueblo situado al margen de una carretera tantas veces transitada. Nunca había contemplado una procesión con ese estallido de colores. ¡Lastima que como siempre me había olvidado la cámara de fotos¡
Cuando terminó la procesión decidimos recorrer el resto del pueblo y como era la hora de comer disfrutamos de un exquisito plato de los montes en una venta que nos indicaron. Comimos como reyes y para echar abajo lo comido dimos un paseo y casi sin querer nos encontramos en la puerta del cementerio. Como estaba abierto decidimos entrar a comprobar como estaban los muertos enterrados y nos encontramos con un pequeño pueblecito de calles estrechas a cuyos lados se levantan originales panteones. túmulos y pináculos, construidos según la arquitectura popular, como si de casas encaladas se tratase, y adornadas con arriates de plantas, pinos y enredaderas. Realmente era impresionante. No creíamos que estábamos dentro de un cementerio. No en válde fue declarado en 1980 Monumento Historio-Artístico.
Tuvimos que salir, aunque a regañadientes, pues lo tenían que cerrar. Charlamos un ratito con el encargado y el nos estuvo hablando de este pueblo, situado al borde de una carretera, por el que tanta gente pasa de largo sin saber que si lo visitamos nos depara cosas tan bellas como la Ermita de San Sebastián, la iglesia de Nuestra del Socorro, la Torre Zambra, construcción árabe del siglo XIII, desde la cual si se visita en un día claro se puede divisar hasta el norte de Africa, o las pinturas rupestres de Cabrera, o la Fuente Reina o el pantano del Agujero.
Al caer la tarde, abandonamos Casabermeja, sin acordarnos siquiera de que íbamos a pasar el día en la playa, sin saber quien me había llamado desde la carretera, pero yo le prometí, sin que toni me escuchara, no fuera a decirme otra vez que estaba loca, que pronto volveríamos. Por nada del mundo me perdería su Feria o su Semana Santa o su día de San Sebastián, su querido patrón. Eso, si esta vez llevaría la cámara de fotos para no perderme detalle.
!Perfectamente descrito jorami!. Excelente esas descripciones de Torrebermeja y sus fiestas de Corpus Christi. Me gustó. Muy bueno el detalle de la “llamada” oculta. Pasa a menudo a quienes nos gusta viajar que a veces nos encontramos -muchas veces diría yo- con sorpresas inesperadas porque se presenten esas llamadas “de lejo”. No es locura sino intuición u otro cualqier sentido escondido en el alma humana. Me gustó la manera que has tenido de narrarlo porque se ve que lo has vivido con intensidad. Feliz llegada a Vorem.
Corrección: Escribí Torrebermeja cuando quise escribir Casabermeja. Donde dice Torrebermeja digo Casabermeja. Un abrazo cordial y gracias nuevamente por tu hermoso texto.