Me llegan los nombres bajo la sombra del pequeño árbol donde los gorriones se cobijan de la lluvia… me llegan los nombres distintos de las cosas… y al agua la llamo viento y al viento le nombro nube. No sé por qué extraña razón me llegan los nombres distintos, diferentes, y a unos los escribo con letras romanas y a otros los escribo con letras hebreas. He preguntado, mirando al cielo lleno de estrellas… ¿por qué?… y sólo he visto un rayo de luz traspasar la niebla… pero todavía no puedo recordar por qué me llegan los nombres diferentes, como desgajados de un sauce que se divide en dos partes tan disimiles que me rondan bajo la sombra del pequeño árbol. Y yo me vuelvo otra vez pequeño, muy pequeño, para poderlos interpretar…
Y los gorriones me observan llamando viento al agua y nube al viento. Quisiera poder comprender… poder descubrir ese misterio anclado en el pasado… pero sólo soy presente… nada más que un presente que se convierte en infancia para ver si volviendo a jugar como niño puedo entender por qué me llegan no solo los nombres tan diferentes sino también las edades tan distintas.
Pregunto a los ojos de las mujeres, que tienen mucho más misterio que los ojos de los hombres, y entonces me entra ese sueño grande… ese sueño que no logro abarcar del todo y que se me escapa de entre los brazos y se vuelven otra vez, de nuevo, más infancia y más juventud.
¿Por qué no habré crecido más deprisa? pregunto a las estrellas de la noche y entonces me llega la Paz y me duermo pensando en los nombres diferentes pero sin saber por qué son diferentes si pertenecen a la misma sombra del mismo árbol de los mismos gorriones. Adiós. Duermo. Mañana volveré a despertarme con otros nombres distintos, con otras sombras de nombres distintas y con otros árboles diferentes… pero los gorriones siguen siendo los mismos mientras el tictac de la fotocopiadora es el último reloj de la noche.