Mi entrañable amigo y yo jugábamos en el patio del colegio al fútbol y después en el Deportivo Olímpico y en el Atleti. Él de 7 y yo de 8 trazábamos sobre el aire diagonales imposibles sólo comprendidas por nosotros para ganar las espaldas a los defensas rivales y terminar haciendo la magia de que el balón besase suavemente las redes enemigas. Mi entrañable amigo y yo a veces ganábamos y a veces perdíamos (porque estábamos aprendiendo lo que es este problema llamado vida) pero siempre cantábamos en las duchas después de haber mojado se sudor las camisetas del color de los locos con pasión. Mi entrañable amigo y yo…
Mi entrañable amigo y yo íbamos a Casa Mingo, junto al río Manzanares, a comer pollo con sidra y después, en la tienda de enfrente, comprábamos la más grande sandía que encontrábamos y nos la comíamos sentados en el suelo mientras reíamos sin parar´sólo por reír, sólo por seguir conociendo, para nunca olvidarla, a la risa.
Mi entrañable amigo y yo entrábamos en la heladería del Paseo de la Florida (frente a la Estación del Norte) a comer helados y pipas de girasol sólo por ver unos momentos a Noemí (los dos estábamos enamorados de la misma chiquilla) y la invitábamos a tomar café. Nos íbamos después a casa dando brincos de alegría por el Paseo de la Virgen del Puerto apostándonos amigablemente a ver quién de los dos terminaba casándose con ella (!Qué loca fantasía aquella de nuestra pubertad!).
!Cuántas tardes mi entrañablke amigo y yo pasábamos horas enteras tumbados en el césped del Jardín de Atenas (junto al madrileño Palacio Real) componiendo y descomponiendo (según nos venía en gana) locas filosofías imposibles de comprender del todo. !Eran nuestros filosofemas!. Así los llamábamos nosotros en nuestra locura juvenil. Las filosofías libertarias volando sobre el mapa mundi que viajaban y viajaban sin cesar por tierras tan lejanas que ya nos era imposible regresar…
Mi entrañable amigo y yo compartíamos la vida como dos gotas de agua unidas en el mismo e inmenso océano.
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Cuando un día me lancé a volar y tuve que cruzar el charco mi entrañable amigo y yo nos despedimos bajo el llanto en el aeropuerto de Barajas. Mi entrañable amigo estaba lleno de desolación mientras entraba en mi corazón tan profundamente que comprendía que mi locura ya no tenía remedio. Yo lo supe interpretar y me vino a la memoria el título de dos novelas recién leídas entonces.
– Si te dicen que caí… algún día volveré…
– Sé que no es cierto, Diesel. Tú te vas para nunca regresar y yo me quedaré solo… solo con mi guitarra…
Le miré limpiamente a los ojos…
– Compañero del alma, compañero… muchas veces te dirán que he muerto pero yo te doy mi palabra de que regresaré para contarte todas las vidas que haya podido acumular en mi equipaje.
Mi entrañable amigo lloró tan profundamente como nunca jamás había visto llorar a un hombre. Yo también lloré de igual manera. Mi entrañable amigo sacó un pañuelo y se secó las lágrimas, tomé yo su pañuelo, limpié las mías y me lo guardé en el bolsillo izquierdo de mi chompa. Allí. Rozándome el corazón.
Despúes perdí para siempre (¿para siempre?) a mi entrañable amigo perdido en los laberintos de los pasillos del Aeropuerto. Hubo un momento en que me fallaron las fuerzas y estuve a punto de abandonar mis sueños y correr a por él… pero estaba escrito en las estrellas de Capricornio (mi carta astral) que ya no iba a retroceder porque iba a conocer mi libertad.
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Cuando ya el avión volaba sobre Madrid quedé por unos pequeños minutos profundamente dormido contemplando las luces nocturnas de los barrios pequeñitos de abajo. Hasta que nos introdujimos en las nubes. Al abrir los ojos descubrí que en el asiento de al lado se encontraba una preciosa jovencita que me estaba mirando.
– Hola… ¿ hacia dónde vas?
– Hacia Caracas.
– ¿Y qué vas a hacer a mi país?.
– Escribir poemas en sus nubes.
– !Pero eso es imposible!. ¿Cómo vas a subir a las nubes sin caerte?
– Convirtiéndome en quetzal.
El quetzal es una de las más maravillosas aves de Latinoamérica. Cantada en múltiples leyendas mitológicas mayas…
– Perdona… pero ¿puedo hacerte una pregunta?.
– Deseo que las gentes me hagan preguntas y yo hacer, al mismo tiempo, preguntas a las gentes para entre todos hayar las mejores respuestas.
– ¿Estás loco?
– Si.
Luego estuvimos todas las largas horas del viaje sin dormir y contándonos millones de cosas de acá y de alla, de nosotros y de los otros.
– Veo en tu mirada que estás lleno de felicidad y de ilusión pero también descubro, y es muy difícil descubrirlo porque wstá grabado muy tenuemente y sin apenas poderse distinguir, un deje de tristeza en tus ojos.
– No es tristeza. No lo llames tristeza. Llámalo si quieres Compromiso.
Al llegar a Caracas la invité a un desayuno completo. Me preguntó…
– ¿Cuánto tiempo vas a estar en Venezuela?
– Dentro de un rato salgo hacia Ecuador… pero visitaré muchas veces Venezuela… te lo aseguro.
Me dió su dirección y el número de su teléfono para ponernos en contacto si es que era verdad que se cumplían mis sueños. (La vi personalmente tres veces más y hoy seguimos siendo amigos por correo y por teléfono. Profunda y sincera amistad).
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Ahora que ya volví, lo primero que hice fue buscar desesperadamente a mi entrañable amigo. Le busqué por mucho tiempo. Ya la heladería no existía. Ya Noemí. no existía. Ya no existía la tienda portátil del vendedor de sandías. En Casa Mingo ya mi entrañable amigo no había vuelto nunca a comer pollo con sidra. Busqué su casa. La habían vendido. Ya no vivía en la calle Urgel. Pregunté a los viejos amigos. Nadie sabía de él. Cuando estaba a punto de perder todas mis esperanzas y con ganas infinitas de llorar un amigo común me dijo donde podía encontrarlo.
Lo encontré al borde del Pozo de la Desilusión. Intentando aprender a volar con falsas gaviotas heroínas.
– !!Diesel!!. !Eres tú!. !Haa vuelto como prometiste!.
Comenzamos a llorar ambos. Lo agarré del brazo y lo saqué a la fuerza del pestilente local cuando una bruja heroína lo tenía ya asido por el otro brazo.
– Deja a mi amigo, vieja bruja. !Dëjalo ya y para siempre!
– Toma. Tu pañuelo. Limpio y sin rastro de lágrima alguna
Lo había guardado por años enteros en el interior del bolsillo de mi chompa.
– Llama a X y a Z porque vengo a jugar una partida de mus contigo. Y estuvimos la noche y toda la madrugada sin parar de jugar.
– Compañero del alma. compañero… !te han engañado!… pero nadie volverá a confundirte más. Con esas rotas gaviotas nunca aprenderás a volar. Tenemos todo el tiempo de nuestra existencia para aprender. Te juro que te enseñaré a volar sin ataduras y te convertirás en quetzal y escribirás poemas en las nubves.
Hoy mi entrañable amigo está de nuevo junto a mí. !!No lo he perdido!!. Y está aprendiendo a volar sin falsas heroínas.
Estupendo tu relato, enhorabuena por haber recuperado a tu amigo arrancándole de las garras de las malvadas gaviotas. Es muy gratificante recuperar las antiguas amistades, como me ha pasado a mí con varias de ellas, después de haber estado durante años demasiado ocupados atendiendo a los niños.
Conozco bien el quetzal, me trajeron uno en forma de broche, de plata, de Guatemala.
¿Cuál es el Jardín de Atenas, junto al Palacio de Real? Nunca había oído ese nombre. ¿No serán los Jardines de Sabatini?
Hola amiga Carlota. Gracias por tu comentario. Te señalo que el Jardín de Atenas no es el de Sabatini. El Jardín de Atenas existe en el cruce entre la Calle de Segovia y la Virgen del Puerto. Pegadito a las verjas laterales del Palacio Real. Enfrente de este Jardín está la Iglesia de la Virgen del Puerto y antes había allí, al otro lado del Jardín, unas pistas de tenis. Está justo cuando va a comenzar el Puente de Segovia. Al bajar la calle llena de curvas que van desde la calle Mayor hasta desembocar a la Avenida de la Virgen del Puerto. ¿Acierto a explicarte?. Si te sitúas en la acera del Palacio Real partiendo desde la calle de Segovia ese es el Jardín de Atenas que tiene para mí imborrables recuerdos pues viví muy cerca de él los años de mi primera juventud. Un abrazo, Carlota. Y me alegro que seas “colchonera”. Yo, ya ves, soy más sufridor todavía. Soy del “Athletic of Bilbao” por mi abuelo paterno. Mi padre era del Atleti de Madrid. En fin. Dos sufridores más. ¿Por qué papá eres del Atleti?. ¿Por qué papá soy del Athletic?. Jajaja. Sólo es un detalle de humor deportivo, Carlota. Sigue adelante siempre con el Vorem.
Entrañable diesel, recuerdo aquellos domingos de rastro y pollo asado en mingo, luego una pelicula de arte y ensallo en los cines griffit y a retozar por la hierba en el parque del oeste o en el templo de debod, cuantas vidas paralelas, cuantas veces aabremos coincidido amigo, somos sobrevivientes de una generación con demasiados ideales y poco realismo.
Casi todos mis amigos de aqquella epoca murieron jovenes, era como la moda de los pantalones de campana, pero al igual que yo me los extrechaba en plan malla para llevar la corriente no quiso doña muerte llevarme, por algo será creo que con mis escritos puedo ayudar a mucha gente con adicciones,depresiones, y contagiar un poquito de mi esencia vital, hasta pronto compañero, esta amiga no se te va a marchar tan facilmente, espero que me soportes durante muchos años.UN muak
Como me gustaria cruzar el charco contigo y conocer algun nagual y saborear de sas culturas que siempre me han llamado. Diesel o cualquiera del vorem si quereis compañia para un viaje a sudamerica acordaros de Alexis, por lo menos os reireis un ratito. Yoos llevo las maletas cocino y lo sea menerter. Ojo eso no bueno depende de lo que pensara mi joaquinotas
Pues ya ves, toda mi vida en esta ciudad y jamás había oído el nombre del Jardín de Atenas. Claro que tampoco he frecuentado esa zona. Los Jardines de Sabatini, en cambio, sí, muchísimo, a la salida del cole hasta entrar en la Escuela de Idiomas, así que por eso creí que era junto a Palacio, pero en la calle Bailén, no en la Virgen del Puerto. Recuerdo perfectamente las pistas de tenis que había enfrente. La ermita de la Virgen del Puerto me parece preciosa. La calle llena de curvas es la Cuesta de la Vega. Debe ser muy antigua, por aquello de “tiene más años que la Cuesta de la Vega”. Probablemente de los tiempos en los que los árabes vivían por toda aquella zona.
Casa Mingo, junto a la ermita de San Antonio, es un sitio que gusta a nacionales y a extranjeros. Yo he llevado gente de fuera allí y les ha encantado.
Pero lo que está precioso es el Campo del Moro, la vista de los jardines en cuesta y del Palacio coronándola me encanta.
Bueno, se acabó de hacer propaganda de Madrid, que luego viene demasiada gente…