Necesito decir demasiadas cosas atascadas en mi boca, en mi mente, en mi corazón. Se hacen pesos que cuestan llevar, con el paso del tiempo se hacen heridas profundas.
A veces ya no dan ganas de hablar, uno prefiere callar y hacerse el loco, aquí no ha pasado nada… pero no es fácil, siento que he callado cosas, me he vuelto una persona demasiado insegura en esas pequeñas cosas que me suceden.
Justo ahorita me cuesta buscar palabras para escribir esto, que prácticamente no es nuevo y que sería fácil de decirlo, pero cuesta… demasiado.
Inútilmente me porto como una cojuda ante los demás, mi sensibilidad exacerbada, a punto de estallar en el más pequeño de los insultos.
Siento que busco algo que no encuentro y que inútilmente trato de hallar, ante la desesperación de encontrar respuestas, a todas las preguntas que me hecho a lo largo del camino.
Las respuestas aparecen en forma de “verdades” absurdas e ilógicas, que se prestan para confundir, a veces maldigo ser tan despierta y perspicaz para captar las cosas a primera vista.
Todo afecta más de lo normal, más de lo que debería, más de lo que dolería.
Y me siento como una morelia, sensible, que acaba de desahogarse sin decir mucho, solo con par palabras que ayudan en algo a sentirse menos abatida.
Las cosas que necesito decir las he querido decir con actos totalmente absurdos, son impulsos reprimidos que no ayudan en nada a esto que pasa.
Solo quería decir: si se que pasa algo, algo extraño, algo que quisiera entender. Pero no puedo, me cuesta. Indago en un mundo en el que solo encuentro mentiras.
Esto fastidia y asfixia, una trampa que trato de esquivar a cada rato, y que aparece para darme la cara. A veces hubiera preferido no buscar la trampa por mí misma, buscando mecanismos tan extraños, que hasta yo me asusté después.
No sé porque esta vaina está tan presente en mí, no debería importarme, la verdad es que no fue así nunca, solo que desde que apareció esa trampa, no hago más que pensar eso.
A veces me preguntó si no estaré obsesionada con eso, y vuelvo a caer en lo mismo. Los miedos aparecen, los miedos que parecieran cojudos pero que están allí como fantasmas, que me persiguen.
Y quiero volar inmediatamente a otro lugar en el que no pueda volver a presenciar esa trampa, que me da miedo, que ahora sé que es distinta cada vez que se aparece y que me asusta de manera tan particular.
Durante un buen tiempo preferí evitar que apareciera esa trampa, creo que era más feliz. Pero me volví una persona más apática e insegura, más curiosa y preguntona, con derecho a saberlo todo sin dejar dudas.
No sé si eso es bueno o malo, pero siento que me ha hecho daño. Me pusieron una trampa tan extraña, siento que quiero salir, quiero que en un santiamén desaparezca, pero que lamentablemente está colgada en el aire.
Un respiro es lo que ayuda, pero no mucho, en estos días los respiros ayudan pero ahogan en llanto. No ayudan a desahogar, más bien todo lo contrario.
No sé que espero… tal vez que alguien me explique las cosas con dibujos y que me enseñe a soportar los pequeños dolores de la vida. O que se quede a mi lado hasta que todo esto haya pasado.
Como duele esto de crecer y ser grande, aparentar madurez y saberlo todo. Tal vez no me sienta lista, tal vez es esa necesidad de regresar a ese ser tan pequeño que balbucea, come y duerme.
Ahora ni dormir tranquilo se puede, las cargas se hacen evidentes, los daños más fuertes.
Mi alma se ha quedado en la edad infantil, mi mente en la de una vieja y mis huesos en las de una joven de 20.