MIÉNTEME

Lo estuve pensando un ratito y decidí dirigirme hacia el despacho de Alejandro y aporrear suavemente la puerta con los nudillos de la mano, sobre todo porque la mañana se me echaba encima y de aquel despacho no salía ni cristo. Hice dos pum pum en la puerta y al cabo de unos segundos escuché su voz como entrecortada, que me invitaba a pasar. Me llamó tanto la atención aquel tono, que no sé por qué, pero lo imaginé transportando una caja llena de expedientes de un lugar a otro, o haciendo algo que requiriese cierto esfuerzo. Abrí la puerta. Sí, la abrí porque si no no hubiera visto lo que ví

I
Me crié en un barrio de la periferia y la única suerte que tuve en la vida, según decía mi padre, era la de haber nacido guapa. Cuando me casé con Ramón, hace ya más de 15 años, todos -mis padres, mis amigas y el resto de conocidos y demás familiares- estuvieron de acuerdo en que eso, sí que era tener aún más suerte.
Yo había abandonado mis estudios en el primer curso de lo que entonces se llamaba
B.U.P., y que debe de ser el equivalente actúal a Bachillerato. Fue en el Instituto dónde
me hice amiga de Asun, y ella, que sí siguió estudiando hasta terminar la carrera, fue la
que un día me presentó a Ramón.
Ramón tenía varios rasgos muy característicos en él; su timidiez, su inteligencia -que se
había licenciado con “Cum Lauden” en la Univerdiad de Salamanca-, su refinada
educación, su bondad en el trato con todo el mundo y la gracia que a él le hacía que yo
fuese tan mal hablada, como solía decirme cariñosamente. Asi que cuando él me propuso que salieramos juntos acepté sin pestañear.
Empezaba a darme cuenta de que la relación que mantenía con Toni, el chico de mi barrio con el que llevaba tres años, sólo me hacía sufrir. Me había enamorado de él desde el instante en el que un día al llegar a mi casa, él pasaba por allí con su melena hasta la cintura y unos pantalones ajustados, y me dijo con la sonrisa más resplandenciente que jamás había visto : “¡¡¡guapa!!!. Que no era lo mismo que llamarme “maciza” o “tía buena” o “que polvo tienes”, como solían hacer la mayoría de los chavales del vencindario.
Le quería, para mí no había otro hombre en el mundo, pero además de conmigo estaba con cualquier otra chica que se le cruzara, o no se le cruzara, en cualquier bar, calle, esquina o rincón, cuando yo no estaba. El decía que la culpa no era suya, sino de ellas, que eran unas “guarrillas” y se pasaban el día detrás de él hasta que les daba “lo suyo”.
Salí con Ramón. Ningún hombre me había tratado nunca como él lo hacía y a los tres años de conocernos, nos casamos.
II

Levantarme de la cama cada mañana, sabiendo que no me esperaba, día tras día, nada minimamente emocionante que hacer, era para mí lo más siniestro de mi vida.. Y eso que, antes de acostarme por las noches, me tomaba las pastillas que me recetó el psiquiatra para la depresión, que según él debiera de ir dejándolas ya, y lo que tenía que hacer era revisar mi vida. -“¿Revisar mi vida?”-. Cuando se lo conté a Asun me dijo que este psiquiatra no tenía ni idea, que en mi vida no había nada que revisar, que dejara las pastillas y no le hiciera ni caso porque seguro que lo que me pasaba sería pasajero y probablemente tendría relación con los primeros síntomas de la premenopausia, y que se me pasaría todo apuntándome a alguna actividad que me gustara.
¡No sé qué coño sería peor, si lo de revisar mi vida o lo de la premenenopausia!

III

Aquella mañana tenía yo el pálpito de que sería especial; cabía la posibilidad de que él me llamara, y que un respingo repleto de sensaciones olvidadas recorriera mi cuerpo con tal sólo escuchar su voz.
Deseaba que el ring del teléfono rasgara el silencio de la casa, y necesitaba desesperadamente hablar con alguien. Lo que no sé, es por qué no me dió a mí por llamar a cualquier alguien. Imagino que para no correr el riesgo de tener el puto teléfono ocupado si él me llamaba.
Mientras esperaba que sonara, en mi cabeza se algolpaba un tropel de ideas y pensamientos prácticamente aislados e inconexos; “No, no creo que esté enamorada de él” “Igual es que me siento algo sola”. “Ay, si no hubiese abortado cuando ya estaba de seis meses y hubiese tenido a mi niña, seguro que todo sería difrente, y yo más feliz”. “No sé, es que Ramón se pasa el día trabajando…” “Y es encantador, sí, pero ¡hostia! que aburre a las piedras !” “Es mucho más guapo que Ramón, y mira que recuerda a Toni” “Me estoy abandonando, y es que no he vuelto al gimnasio desde lo de la depresión” “Con el tipín que he tenido yo siempre” “ Menos mal que bajó la persiana, que si no me huebiera sentido como si me hicieran la autopsia en una camilla del Anatómico Forense”. “¿Y por qué me iba a mentir?, a lo mejor dice la verdad y me encuentra atractiva y fascinante y está enamorado de mí -que fue lo que dijo-” “Ay madre, que pensaría el pobre Ramón si lo supiera”. “¡Joder!, si estoy sin depilar” “Bueno, si nos hemos enamorado… poco se puede hacer..” “Mira Elvira y Juanma, que él se enamoró de su compañera de trabajo después de veinte años con Elvira… y ahora está encantado y feliz con la otra…” “¿Y cómo se lo digo a Ramón?, le destrozo la vida” “También tendré que pensar en mí y en mi felicidad…”

A las doce del mediodía suena el teléfono y el corazón empiaza a latirme con tanto brío , que hasta me asusto de puro desconocido, desculego con él en la garganta y hago verdaderos esfuerzos para hablar con naturalidad. Era él. Media hora de conversación en la que he intentado con toda mi energía transmitir la imagen de supermujer, moderna, actual, deshinibida, locuaz, segura de sí misma… y sin complejos. Que creo yo, es así como le gustan las mujeres a él. ¿O no?.
Terminanos la conversación quedando en que volvería a llamarme al día siguiente para decirme a qué hora nos volveríamos a ver. Estaba empapada en sudor. Me moría de ganas de volver a estar con él y me ardía el cuerpo entero .
IV

Han pasado ya dos días, y yo sigo tan revuelta, alterada y trastornada que noy capaz de concentrarme en otra cosa que no sea él y en esa llamada que no termina de llegar. Ramón, tan amable como siempre, me dice que no me preocupe, que si no me encuentro bien tampoco pasa nada porque la casa no esté siempre como los chorros del oro y que si quiero, contrate a una asistenta para que me ayude. ¡ Pobre hijo!.
Después de darle vueltas y vueltas he decidio pasarme esta mañana por el buffete, como si tal cosa, para verle. LLevo desde ayer pensando en qué carajo ponerme, y por fin tomo una decisión; la de siempre: pantalón vaquero, camisa blanca, tacones y el fular de seda italiana que me regaló Ramón. Llevaré la chaqueta azul colgada en el brazo, más que nada por sentirme acompañada. Me pinto y me repinto, me echo hacia atrás para ver el resultado final en el espejo y decido que estoy espléndida. Cogo el coche y me dirijo al subterráneo de la plaza mayor, dónde aparco. Empiezan a temblarme las piernas, las manos me sudan, las axilas me sudan, el labio superior me suda y el flequillo se me pega a la frente. Una sensación de rídiculo me recorre la espalda como rayo gélido.
Seguro que él está tan cojonudo ensimismado en sus cosas, charlando con algún cliente o clienta, bromeando con algún compañero o compañera, o diciéndole delicatessen a su secretaria.
En fin, que yo aquí en el portal hecha un manojo de nervios, y él, vete tú a saber si se ha acordado de mí en algún momento. Yo creo que sí, pero como estoy casada y conoce a Ramón, a lo mejor, aunque aquél día no pudo controlarse, ahora, no le parece honrrado continuar con lo nuestro.
Estoy en un trís de darme la vuelta e irme a casa, cocinar alguna receta original y pasarme el resto de la mañana hablando con Asun de cualquier cosa, como por ejemplo del follón que tiene con lo de la herencia de sus suegros, que por lo menos hablando con ella no me suda nada. Además el traje de Ramón sin recoger . ¡Qué desastre! ¡Para una cosa que tenía que hacer!
Me quedo leyendo la placa con su nombre adosada a la puerta: Alejandro Tamariz, Abogado, y permanenzo leyéndola una y otra vez como abobada un buen rato. ¡Qué bien suena!, Alejandro Tamariz…
Llamo al timbre y siento que mi cabeza es una playa rocosa y que en estos momentos está subiendo salvajemente la marea. Sin tiempo para recomponerme, tengo delante de mí a su secretaria invitándome a pasar muy agradablemente.
¡Será puta la tía!, no sólo es que sea así como unos quince años más joven que yo, sino que es escultural, educada, viste de puta madre, es simpática, sensual.. y hasta tiene cierta clase. -¿Habré tenido yo, cierta clase alguna vez?- Dejé de verme y sentirme espléndida en un plis plás.
Mamen, que así se llama , me sugiere que tome asiento en uno de los sillones de la sala de espera del despacho y me pregunta mi nombre -que mientras lo pronuncio casi tartamudeando, lo que yo sé que estoy diciendo es: “pues una imbécil rica, una cuarentona patética, pero a tu edad, mucho más guapa que tú, reina”- para avisar al Sr. Tamariz de mi llegada, y a continuación entra en su despacho dejando la puerta entreabierta.
Mientras me siento, me dedico a insultar mentalmente a la encantadora de Mamen. No es que sea algo personal porque la chica no me ha hecho nada, pero mientras la insulto… me relajo. Es una costumbre que tengo de toda la vida y lo hago siempre que me siento fuera de lugar o muy íncomoda con otras personas. La llamo hija de puta para mis adentros y sin poder controlarlo, al mismo tiempo que pienso en qué gilipollez me invento para justificar mi presencia allí y en cómo saludo a Alejandro cuando me reciba para resultar espontánea y glamurosa.
Durante los primeros minutos estuve como en tensión, sin terminar de apoyar el culo en el sofá, como preparada para levantarme de inmediato, pero después de no sé cuánto tiempo, empecé a acomodar la postura y me enfrasqué recordando como nos habíamos conocido Alejandro y yo; Ramón había solicitado cita con un abogado del que le habían hablado unos compañeros de la Diputación y decidimos ir a verle para consultarle el asunto del testamento -consejo de Asun- para que quedara claro que, en caso de fallecimiento de ambos, fuese mi sobrino el heredero universal.
Alejandro me pareció encantador, culto, refinado, guapo y como muy profesional. Nos atendió de maravilla y quedó en llamarnos cuando todo estuviera listo para firmar ante el notario.
Efectivamente llamó. Me dijo que tenía que consultarnos algunos detalles, que aunque no eran de importancia, sí eran imprescindibles a la hora de redactar el testamento. Como Ramón ese día trabajaba en la Diputación mañana y tarde, como casi siempre, me dijo que sería suficiente con qué me pasara yo por allí y le llevara los papeles que necesitaba.
V

Le llevé los papeles, y lo que ocurrió esa mañana en el despacho de Alejandro se escapa a mi razón y a mi entendimiento, sobre todo por la idea que hasta entonces yo había tenido de mí misma. A Asun no le dije ni pio. Ella siempre se ha encargado de recordarme la suerte que tuve de haberme casado con alquien como Ramón, tan bueno, tolerante, sencillo, y como ella dice, tan sensible, culto y refinado que desde que empezamos a ser novios yo soy mucho más fina y educada. Estaba loca por contárselo todo y con lujo de detalles, pero no me quedó otra que callarme y cargar yo solita con aquel sentimiento de culpa que hacía que me sintiera como si tuviera un cadáver descuartizado en el arcón congelador, y la Policía estuviera pisándome los talones.
Sentí no poder contarle sobre todo lo de los dos polvos salvajes con Alejandro -con otro lenguaje, por supuesto-, porque en una ocasión que estábamos solas me contó, como quien cuenta un escabroso e inconfesable secreto, que ella quería mucho a Jaime, pero que no se había corrido – ella dijo que no había tenido un orgasmo- nunca en diecisiete años de matrimonio. Yo la tranquilicé diciéndole que yo tampoco, aunque más que tranquilizarla me desahogué yo también diciéndole la verdad; que no me había corrido nunca con Ramón. Supongo que era, como él me decía complacientemente si alguna vez lo hablábamos, -creo que sólo lo hablamos una vez- , que yo no hacía por ello y que tuviera un poquito de paciencia, que todo llegaría. -¿”Que yo no hacía por ello”? ¿”Más paciencia”? ¿”Qué llegaría”?-
VI

Lo que hizo Alejandro conmigo en la mesa de su despacho, no sabría como catalogarlo, porque ni fue romántico ni mágico . Ahora eso sí, me folló como un poseso dos veces seguidas, y yo, que me dejaba hacer sin rechistar y como presa de un estado catatónico, quedé fascinada, boquiabierta, patidifusa y como si me huebiera tocado la lotería. ¡Que poderío! ¡Que desmesura! ¡Que gozaba!. Y lo mejor de todo: ¡cómo sonreía mientras lo hacía!
Luego, mientras se vestía, le dió por decirme con su sonrisa socarrona lo mucho que le yo le gustaba, lo atractiva que era, como se había sentido atraído hacia mí desde el primer día que me vió con Ramón, que confiara en él y que algo tan especial como lo nuestro no podía quedar así y debíamos dejáramos ir, -¿Qué es dejarse ir?. Y si te dejas ir…¿ dónde cojones vas?-, porque nunca había sentido nada tan especial por ninguna mujer como lo que aquella mañana había sentido por mí.
¿Que qué hice yo?, ¿pues qué iba a hacer?, creerle. Como cualquier otra en mi lugar, digo yo.
No es que con Alejandro me hubiera corrido, pero debió de ser lo más parecido, porque perdí toda consciencia de mí misma. Era tan diferente a Ramón. En todo. Y cuando digo en todo, es que es en todo. Porque Ramón será muy delicado, pero cuando se corre pone cara de…, no sé, como si le doliera algo.
En fin, que a Asun no podía contárselo. Supongo que hubiera reaccionado haciéndome sentir aún mas culplable y despreciable de lo que ya me sentía, sobre todo por el bueno de Ramón, que para ella es el hombre más cariñoso, amable y candoroso con su mujer que haya visto nunca. La verdad es, que eso era verdad.
VII

Pues eso, que lo que ví, está muy jodido de describir, y la verdad es que no sé si me dará la cabeza para hacerlo y si dispongo del vocabulario suficiente como para plasmarlo lo más fielmente posible. Lo intento: Alejandro estaba de pie en un la lateral de la mesa del despacho, de perfil a la puerta y con los pantalones bajados hasta los tobillos. La imagen, sin haber tomado aún conocimiento de lo que allí estaba ocurriendo me impactó tanto que creí que me desamayaba. Lo sé porque las rodillas se me doblaron tan repentinamente que sólo atiné a sujetarme agarrando con fuerza el pomo de la puerta. Una vez bien sujeta seguí mirando intentando descifrar lo que veía. Yo juraría que Alejandro estaba follando, pero, ¿qué o a quién se estaba follando?, porque sobre la mesa sólo veía un bulto amorfo y ropa, en concreto me resultó familiar el forro de la chaqueta de un traje que coronaba aquella masa desparramada sobre la mesa.
Alejandro volvió su cara hacia mí, sin abandonar en ningún momento la tarea a la que estaba entregado, y a juzgar por su expresión, lo hacía muy placenteramente. Me miró pero no dijo nada. Sonreía y sonreía, y seguía y seguía. Fue cuando baje la vista, o la enfoqué mas certeramente hacia donde Aljandro tenía lo más sobresaliente de su anatomía, cuando ví un culo; gordo, blanco, desagradable y blando, pero un culo. Un culo en pompa. Ante la expresión desencajada de mi cara, él, agarró de no sé de dónde el bulto que yacía sobre la mesa y con la más amplia de sus sonrisas dijo: “pero Ramón, ¿no vas a saludar a tu mujer?”. -¿Ha dicho Ramón?, ¿qué Ramón?-. Ramòn giró la cabeza hacía mí obligado por la mano de Alejandro que se la apretaba de perfil contra la mesa con tal fuerta que, ante la imposibilidad de girar la cabeza hacia otro lado, mi marido optó por abrir los ojos y mirarme. En ese momento fui yo quien los abrió; abrí los ojos, la boca, -debió de dislocarseme la mandibula- , las piernas terminaron de doblarse del todo, la puerta se abrío más y el pomo de la misma dejó de sujetarme… todo se abría. El techo se abría, el suelo se abría… y hasta el ventanal del despacho se habría de par en par. -¿O ya estaba abierto?- . Debí de exclamar algo entre sonito gutural y grito de espanto, de ahogo, de dolor, de terror, de no sé de qué, pero grité. Creo que dije algo así como socorro o que me muero, y caí al suelo.

VIII
Que mal lo tuvo que haber pasado el pobre Ramón aquella mañana. El pobre hijo apenas fue capaz de mirarme a la cara de pura vergüenza y humillación.
Le pasó lo mismo que a mí y no supo cómo negarse a los depravados requerimientos de aquel crápula insensible que se aprovecha sin escrúpulos de la buena gente como Ramón y como yo. Mi Ramón, que jamás ha sabido negarse a nada, que nunca ha sabido decir que no.
Teníamos que haberle denunciado, pero mi marido opinaba que mejor sería olvidar el asunto, y yo estuve de acuerdo con él. Decidimos que lo olvidaríamos todo, que seguiríamos con nuestras vidas y nunca nadie sabría lo que al pobrecito le ocurrio aquella mañana en el despacho de un abogado.
Ni que decir tiene que ni se me ocurrió contarle lo que me hizo a mí el mal nacido de Alejandro, que bastante tenía el pobrecíto con lo suyo como para hacerle sufrir más contándole lo mío, y además, lo huebiera sentido tanto por mí, que preferí ahorrarle un disgusto aún mayor.
Me cuesta creer que existan personas tan abominables como Alejandro Tamariz, que manipula y se aprovecha tan vil y despiadadamente de cualquiera que se le ponga en el camino. Claro, que ésto no podrá hacerlo con cualquiera; se ensañara únicamente como personas como Ramón y yo: sensibles y honestas.
Lo que Alejandro me hizo a mí, se lo puedo hasta perdonar, aunque bien sabe Dios que yo nunca quiese que aquello sucediera, pero lo de Ramón no tiene nombre. Es más, ya no ha vuelto a ser el mismo, que si antes apenas me tocaba porque llegaba casi siempre agotado de trabajar y rara vez se le levantaba al pobre hijo, ahora, ya ni eso. Apoya su carita en mi hombro cuando nos acostamos y se queda dormido como un bendito con expresión muy triste. Me dá tanta pena…
A mí, a veces también me dá por recordar lo que pasó entre aquel canalla y yo, pero, como soy más fuerte que Ramón, lo hago solo para cagarme en su puta madre, por falso, hipócrita, mentiroso, manipulador, chulo y seductor desconsiderado. ¡Que asco me dá cuando me acuerdo!.
Asún tenía razón: Ramón y yo formamos una pareja armoniosa y ejemplar. Porque de lo que no cabe duda es de que ambos tenemos los mismos gustos y siempre estamos de acuerdo en todo. Es cariñoso, sensible, tierno, nos llevamos muy bien y los dos nos queremos mucho. Y menos mal que me dí cuenta a tiempo de la clase de persona que era Alejandro, y no consentí que rompiera un matrimonio como el nuestro. ¿No es genial?
Dakota

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