Esta es la historia, amigos y amigas lectores y lectoras de Vorem de un niño humilde que estudiaba en un colegio de la ciudad de Madrid. Un colegio público del Estado cuyo nombre era “Lope de Rueda”.
Pues el caso es que aquel niño humilde tenía siempre un sonrisa maláncolia pero no triste como sus compañeros pensaban sino alegre en su interior. Aquel niño humilde era feliz. Y ya se sabe que la felicidad siempre despierta envidias en los niños de mal corazón.
Resulta, siguiendo con el cuento, que un compañero llamado Fornier y otro llamado Saturnino (niños matones ellos) se pusieron de acuerdo para insultar contínuamente al niño humilde que sólo iba a la escuela a aprender letras…
Entonces fue cuando idearon la diabólica táctica de llamarle públicamente “Míster Meón”. Y todo el colegio en grupo llamaban, a gritos, “Míster Meón”… “Mister Meón”… “Míster Meón”… al humilde niño que sólo queria estudiar. Y le impedían continuamente jugar “al pañuelo”, y al “estiramorcillas”… pero el niño humilde sólo sufría por dentro porque jamás derramó ni una sola lagríma por aquel brutal “Míster Meón” ideado diabólicamente por Fornier y Saturnino. Y como no le dejaban jugar con sus compañeros él sólo permanecía en silencio arriconado junto al garaje que había en el patio del colegio.
El niño humilde a veces miraba y observaba completamente feliz la higuera del patio, la fuentecilla del patio, los gorriones del patio… y fue crciendo y se dedicó a separarse de Fornier y Saturnino. Y pasó a los grados superiores y allí volvieron las burlas. Ahora ya no era “Míster Meón” sino el mismo sencillo niño, un poquito más mayor, que se dedicaba felizmente a escribir cuentos y redacciones escolares y poesías, las lindas poesías de sus sueños infantiles. Entonces sufrió el acoso de un profesor llamado Don Virgilio Del Dedo (el viejo verde con bastón que tocaba las braguetas a los niños mientras les hacía leer junto a su lado, ocultando las fechorías tras la mesa escritorio). Y aparecieron Grazón y Mata (el niño rico que habia llegado del Colegio Sagrada Familia de Madrid).
Pero el niño humilde jamás derramó ni una sola lágrima por ello y siguió escribiendo… escribiendo… escribiendo… (aprendiendo a escribir)… y sobre todo a jugar feliz al fútbol en el estrechísimo patio de esta Segunda Sección del Colegio Lope de Rueda. Y asombraba cómo jugaba al fútbol, cómo en vez de apelotonarse como hacían todos sus compañeros a donde iba la pelota, porque sabía descubrir los espacios y algunas veces hasta los creaba con su magnífica imaginación. Asombraba la manera que tenía (sin que ningún ser humano se lo hubiese enseñado) el toque en corto, el toque a media distancia y el toque a distancia larga. Y allí estaba incluso maravillando su manera de jugar de portero (que a veces jugaba de portero). Por allí pululaban Gamarra, Vaquero, Muriarte, Cesáreo, Lozano… y el dolor interno e intenso de pronto se convirtió en una felicidad inmensa jugando al fútbol y a las chapas.
“Míster Meón” ya quedó en el olvido y nunca más se oyó en el colegio tal insulto salvo ya, en la vida adulta, resucitado por un estúpido “recogido” de REMAR quien dijo en voz pública. “Voy a acompañar a los meones”. Pero para ya entonces, el niño humilde y sencillo (que seguía siendo todavía sólo un niño sencillo y humilde convertido ya en excelente periodista profesional) sólo contestaba con su sonrisa que ahora ya no era melancólica ni seguía siendo triste sino simplemente bohemia…