Estornudé y me soné la nariz con un trozo de papel higiénico. La cabeza me dolía una barbaridad, como si un enano saltarín diese volteretas dentro de ella. Metí la cabeza bajo la ducha; el agua helada acertó a despejarme de golpe.
Me sequé con una toalla que encontré en la repisa del lavabo y me la anudé a la cintura. La ropa estaba tirada por el suelo y una chica rubia estaba durmiendo tranquilamente en la cama.
No recordaba cómo había llegado hasta allí. ¿Qué demonios había hecho yo la noche anterior?. La resaca me impedía pensar con claridad. Fuí a la cocina. Me tomé un café con agua, bien cargado de azúcar, como desayuno.
Lo acompañé de un par de huevos duros. Anoche había estado de fiesta en casa de Maribel e hicimos lo habitual: ir de bar en bar. Una copita por aquí, un chupito por allá…. debimos haber bebido como cosacos porque no recordaba absolutamente nada; ni tan siquiera cómo ni dónde había conocido a aquella rubia platino
Ahora que comenzaba a despejarme me di cuenta de que aquel no era mi cuarto. Ella estiró su mano femenina pero yo la esquivé con un movimiento ligero de mi cuerpo. Recogí mi ropa del suelo, lentamente, para que la rubia platino no se despertara, y salí del cuarto en silencio. Mis calzoncillos estaban en el pasillo. Los recogí y comencé a vestirme. Seguía sin saber dónde estaba. Salí definitivamente, una vez vestido, a la calle. Y enfilé hacia mi casa.
No estaba seguro de que mi mujer se fuese a creer esta hitoria. A ella le había dicho que pasaría toda la noche en una reunión de negocios. ¿Dónde había pasado yo la noche?. Decidí no recordar nada ni esforzarme en recordar. Llegué a mi casa en el Metro. Al llegar mi esposa no me preguntó nada y yo nada dije de aquella extraña cuestión. Así que ella me sirvió un suculento desayuno…
Y es que este mundo de los negocios es, ciertamente, una vanidad de vanidades. Bueno. Yo diría más. Yo diría que es una necedad de necedades.