Lanza tu beso a lo alto y, muy lejos de lo Judas, mándalo al final de la primera Nada, esa que nace cuando se es capaz de asir el mundo entre las manos y acariciar el fondo de todos los corazones: el corazón de la rosa, el corazón de la ola, el corazón de la nube…
Lanza tu beso a lo alto, muy lejos de lo Judas, y yo te digo que alcanzarás la Gloria de tener en tus sentidos todo el clamor de las felicidades. Pero ¿no es éste el hijo de aquel labriego que dejó de arar los campos para tomar las armas en una lucha que desató el odio entre los vecinos y el rencor entre los hermanos? dirán los hipócritas y los fariseos. Ellos lo han dicho. Sí. Soy yo. El hijo del labriego que abandonó el banco de las monedas para tomar su hatillo y salir a sembrar gorriones en las ciudades, madréporas en los campos y girasoles en el alta mar.
Pero tú no abanodnes. Lanza tu beso cálido y profundo a lo alto , muy lejos de lo Judas, y yo te digo que desde ahora mismo estaremos juntos en el Paraíso. ¿Acaso dices ser tú el Hijo de Dios? señalarán con el dedo acusador los hipócritas y los fariseos… pero yo te diré a ti, sólo a ti. que sí… que tengo la misma parte de divinidad que tienes tú. No te asustes por ello. Fíjate solamente, únicamente, exclusivamente, en la parte humana de nuestras esencias. Yo soy tu hermano que te da la mano y te sano las heridas del silencio.
Lanza tu beso a lo alto y, muy lejos de lo Judas, mándalo al inicio de todos tus sueños y te prometo que estaremos allí donde las almas toman cuerpo de gaviotas. Y que nos crucifiquen o nos manden a la hoguera todos los religiosos de este mundo, sea cual sea su facción, nombrándonos herejes de la ortodoxia. No importa. Tú solo lanza tu beso a lo alto y, muy lejos de lo Judas, serás eternamente feliz.