Manuel Vicent declara, en su columna dominical de esta última semana, que sólo hay tres clases de hombres: los vivos, los muertos y los que navegan. Y yo pienso, apoyándome en dicha definición (muy subjetiva por otra parte) que cualquier navegante está siempre zozobrando entre la vida y la muerte. Depende, como insinúa Vicent, de la clase de viento que tenga al navegar. Allí donde sale el Sol siempre habrá un número ilimitado de seres humanos dispuestos a la travesía. No están vivos ni están muertos. Simplemente están. Hay una región que simboliza sus aventuras: la Ítaca de los ulises que buscan sus experiencias para luego transmitirlas alrededor de un humeante café con aguardiente. Allí donde el Sol se oculta hay siempre un número ilimitado de seres humanos que están respondiendo a las preguntas imposibles de contestar sólo con la vida o sólo con la muerte. Son los intérpretes de este estar andando continuamente entre la bruma y la neblina, entre la luz y el ocaso, entre el aire y la tierra…
Volar. Caminar, Navegar. Lo que se dice conjugar los verbos volar, caminar y navegar, no es un verdadero ejercicio de vida o un verdadero ejercicio de muerte sino cosas que se interpretan sólo porque quiénes las viven son nombres de sí mismos y a la vez, como producto de estas sus aventuras vitales, pronombres de los demás. Poderosa locura de los ulises.
Un comentario sobre “Nombres de sí mismos y pronombres de los demás.”
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.
Los verbos en movimiento se definen solamente por la acción de quienes los ejecutan. Más que vivir y más que morir. Me encantó el texto porque recoge toda una amplia exposición de respuestas a preguntas casi imposibles. un beso.