Días antes de mi nueva aventura por los Estados Unidos de Norteamérica, en mi faceta de periodista antropológico (que para eso he estudiado lo suficiente) ausculto el mapa para elegir el punto de encuentro con las navajas si me lo permiten quienes son dueños de las navajas. Estoy en Toledo -ciudad de navajas por cierto- y elijo el corazón de las navajas. O sea, a ver si consigo que las navajas me amen lo suficiente para que los dueños de las navajas no me corten la cabellera. Lugar de encuentro (decidido mientras termino mi café con leche en el bar Toledo de la ciudad de Toledo de la provincia de Toledo) es Window Rock que, traspasado al idioma español (ya que estamos en época de traspasos de futbolistas de un continente a otro continente) significa, más o menos o menos o más, Roca Ventana. ¿Qué misterio tendrá esto de hacer una ventana en la roca? ¿Será una manera de construir casas de las navajas o el lugar dónde las navajas se reúnen para rajar más que el cuchillo de un melonero? Preparo mi equipaje para salir de dudas y a ver cómo salgo de esta nueva experiencia aventurera. Sólo sé que está en Arizona y que la capital de Arizona es Phoenix. Antes de dormir, más solo que la una, en mi habitación del Hotel Beatriz (¡cúantos recuerdos tengo yo de Beatriz y cuántos gratos paseos di yo con Beatriz allá por los tiempos de Cima!) pues me dedico a mirar al techo y pensar en las navajas. ¿Cómo serán las navajas? ¿Será verdad que rajan más que el cuchillero de un melonero? Y de pronto me quedo dormido recordando a Amparo. ¡Qué desamparado estoy, Dios mío, qué desamparado estoy! Pero en durmiendo profundamente todo se me olvida porque todo pasa por mi mente a la velocidad de un rayo supersónico.
A la mañana siguiente ya estoy otra vez viajando hacia las Américas. He cogido el tren hasta Madrid, he llegado al Aeropuerto de Barajas T-4 y, por fin, he llegado a Phoenix (en American Airlines) y como “El Ave Fénix” renaciendo de mis propias cenizas (y es que estoy echo polvo de tanta viajar y de tan poco descanso) me subo en la avioneta que pilota Philip Morris y, con todo el morro, llego ante la presencia del jefe Manuelito Segundo quien, a cambio de un chiste que le cuento sobre los papás de los papúes, me da permiso para tener un encuentro con las navajas mientras él mismo se afeita con una navaja sin temblarle el pulso. A mí, Gracias a Dios, tampoco me tiembla; lo cual ya es todo un mérito salga como salga de esta experiencia tan vital para mi futuro literario y periodístico.
Termino sentado en una roca, rodeado hacia todas partes donde miro por hermosas navajas que, como me temía yo, hablan todas al mismo tiempo y sin parar. Consigo escuchar lo suficiente para saber que me están contando la Historia de Manuelito. Este jefe navajo (1818-1893) fue uno de los principales guerreros de los indios navajos durante el período del Largo Camino Navajo, una rebelión contra el gobierno de los Estados Unidos. Manuelito fue un caudillo prominente que dirigió una banda de fugitivos durante varios años resisitendo los esfuerzos del gobierno federal de apropiarse del territorio navajo y trasladar a los navajos a Nuevo Méjico. Finalmente se rindió al coronel Miles en 1859 y fue elegido comandante de la policía inida. Posteriormente fue uno de los firmantes del Tratado de 1868 que propició el regreso de los navajos de Bosque Redondo y estableció las fronteras originales de la reserva navaja. Cuando terminan de hablar todas ellas se me quedan mirando y yo no sé que tendré para que todas me miren pero me da por pensar que hay algo que las llama mucho la antención. Descubro, cuando ya es demasiado tarde, que lo que pasa es que llevo una gorra de American USA puesta en la cabeza. ¿Me miran porque les gusto o me miran porque les gustaría devorarme vivo? Les dedico una sonrisa desesperada y parece que la cosa se calma bastante. Lo bastante para pasar yo a contarles a todas (guapísimas por cierto) algo que las entretenga mientras pienso en la manera de salir del cerco. Así que se me ocurre contarlas, como son navajas y de mirada afilada y cortante como una hoja de navaja toledana, la Historia de Navajero. Espero que les haga gracia o estoy perdido para siempre.
Empiezo a enrrollarme con todas ellas y les cuento, mientras se me quedan mriando entre absortas y mosqueadas pero sonrientes… lo cual no es tan mala señal como me estaba yo imaginando: Andrea Navajero, que latinizado es Andreas Naugerius, nació en Venecia en 1843 y murió en Francia, el 8 de mayo de 1529. Detengo un poco el cuento para ver cómo reaccionan ante mi proverbial memoria. ¿Siguen admiradas o están mosqueadas de verdad? Lo mejor es continuar: de noble familia, estudió en Padua bajo la guía de Marco Antonio Sabellico y, más tarde, en Venecia, estuvo entre los colaboradores del impresor de cásicos grecolatinos Aldo Manuzio. Mis manos comienzan a sudar y el miedo comienza a surgir pero tengo que dominarlo si no quiero que las navajas le cuenten a los navajos que me estoy quedando con todas ellas y se arme el cisco padre. A una señal de si puedo continuar, ellas sonríen; así que sigo: queda de él un cuantioso epistolario de gran importancia histórica, donde destacan especialmente sus cinco cartas al humanista Giambattista Ramusio y aquellas en que da cuenta de sus viajes por España y Francia. También poseen un gran interés para los estudios botánicos, pues fue un gran amante de las flores y los jardines y en sus viajes deja siempre detallada cuenta de los que observa. Como poeta destacó especialmente por sus obras en lengua latina, recogidas bajo el título de “Lusus, in Carmina quinque ilustrium poetarium”, de 1548; las más logradas son idilios pastoriles, égoglas y epigramas; asimismo, la República Veneciana le encargó oraciones fúnebres para Caterina Cornaro, en 1510, Bartolomé d’Alviano, en 1515 y para el dux o dogo Leonardo L?oredan, en 1521. Como humanista fue un intrasigente partidario del latín de la época clásica, e incluso se cuenta de él que quemó las obras de Marcial. Me quedo callado esperando también a ser quemado vivo pues ninguna de las navajas reacciona. Todas se han quedado como patidifusas; lo cual lo aprovecho para levantarme, bajar de la roca, despedirme de Manuelito Segundo y tomar las de Villadiego montando en un caballo alazán que he conseguido sacar, a hurtadillas, de la cuadra y aprovechando que todos los guardianes están durmiendo la siesta.
Huyendo a todo galope no he podido respirar a fondo, y a salvo de cualquier peligro, hasta que he llegado a Tonto pasando por Tonto Creek. Espero que la próxima vez que viaje por estas tierras ningún navajo se acuerde de mí. Por el bien de los navajos. Porque como me enfade de verdad voy a volver a visitarles para que me devuelvan el móvil que me he dejado olvidado en Window Rock y entonces se van a enterar de quién soy yo. Lo mejor, por ahora, es no reclamar nada; pero si tengo que volver claro que vuelvo para decirle unas cuantas palabras a Manuelito Segundo que se cree más listo que el General Custer; lo cual yo no lo discuto porque me es indiferente saber si los yankis son más inteligentes que los navajos o si los navajos son más inteligentes que los yankis. En cuanto a las navajas me estoy acordando de todas ellas ahora que vuelvo de regreso a España. Creo que les he dejado un buen recuerdo de “tipical spanish” mintiendo más que El Lazarillo de Tormes… pero como todo es verdad…
Mi abuela materna: ¡Jajaja!
Buenos días abuelita. Veo que sigues con buen humor. Te cuento que, como todos los días, sobrevivo al “filo de la navaja”. .. pero ya “no me corto ni un pelo” porque he aprendido a manejar las navajas mucho mejor que José María “El Tempranillo”. Ahora mismo es muy temprano pero sigo hablando con Dios y dando las Gracias a Jesucristo. Te mando un beso, abuelita.
Mi abuela materna: ¡Pues muy buen día tengas hoy también tú! Todavía recuerdo que no iba con tu forma de ser el “corte a navaja”.
No quise ni quiero ser como otro sino como soy yo. Jejeje. Yo también me acuerdo, abuelita. Aprendí algo muy importante: la mejor navaja de todas es siempre la que no usas para nada. ¿Podemos llamarlo pacifismo o ser un hombre íntegro y entero?
Mi abuela materna: las dos cosas que tú bien dices y una más que añado yo: “usar a las navajas es no tener personalidad ante ellas”.
¡Jajaja! Exacto. Tú lo has dicho. Como rajan más que el cuchillo de un melonero prefiero dejarlas que sigan sus destinos. ¡Buen día, abuelita, me has hecho sonreír! Ser rajado no es igual que ser un rajado. ¿Me comprendes?
Mi abuela materna: Del todo y para todo. Siempre hay algo que se aprende y algo que se olvida porque se aprende.
Mi abuela materna: ¿Dijo algo importante Strindberg?
Dijo una frase que me produce risa cuando la leo: “Un personaje deberá ser, por tanto, un hombre demasiado común y un poco tonto. Hombre de carácter y autómata son casi sinónimos”. Estoy de acuerdo en que Strindberg era un tonto más de los muchos que han habido. Jejeje. Y es que era todo un personaje (muy tonto por cierto).