El sonido del agua
inunda el silencio
y llena el aire de un fino vapor
al ser tocada por el sol.
Las piedras se dejan acariciar
por mil gotas de cristalina pureza
que corre incesante
y se viste de camaleon de musgo y de cielo de nunca y siempre.
Junto a él una encorvada y fràgil figura
intenta volverlo salado
lanzandole sus làgrimas.
Ese extranio ser se voltea y me observa,
y en su mirada solo veo nadando
la tristeza de haber visto la muerte.