La luz de la mañana asoma por el horizonte recortado de presagios, nunca acontecidos, y la tierra esconde la piedra que la lluvia pasajera enterró, festejando su encuentro con una húmeda caricia. Las canas de la mente anuncian el tiempo perdido.
Aquella inmensa semilla cautiva en el olvido, dejó de crecer apenas nacer. No tenía ningún sentido seguir allí, pisada entre la hierba, acosada por la rencilla de un ocaso que la niebla había oscurecido.
El miedo siempre acompaña al hilo que teje la araña.
El silencio y su murmullo enmudecen cuando la noche ya acecha. Navega en suave delirio, viajando, fiel a la suerte de una trágica tempestad que hundió otro bajel interior, en la profundidad de los mares. Ahora encuentra siempre a la deriva la mano ciega de la soledad. Ahora sí tenía pánico, es peligroso acostumbrarse al miedo, se acaba participando, dándole la mano con una cierta causticidad morbosa que envuelve todos tus momentos convirtiéndolos en sufrimiento continuo. Ansia por siempre cómplice de una vida cargada de letanía, encarcelado de penurias y pensamientos que manchan una mueca irónica, tempestuosa, teatralmente grotesca, ridícula. Que asesina los latidos intrínsecos, vulnerabilizando las sensaciones, perdiendo el sentido de la razón, el control de la sensibilidad, quemando toda llama de cordura.
En la isla de la ilusión, el naufrago rebajó su condena.
Es silencio que calma tu dolor, es coraje, penetrará en tu piel.
Es paciente inquieto, ventrílocuo callado, es la semilla de tu vientre. No pide más que ser. Él quiere aprender a existir, que se le explique cómo navegar en los ancestrales mares, guiado por las estrellas y sus constelaciones. Dadle una brújula, un destino y un arpón, le enseñáis a contar los días mediante el Sol, la Luna, los puntos cardinales, por donde nacen los astros. Dejadle tiempo sobre las aguas para curtirse y para que crezca una raíz acuática en el corazón, para que piense en la calma y luche contra las tormentas del oleaje enfurecido.
Con la red tendida, recogerá la paz merecida y el aliento que le llenará el alma vacía.
Levará anclas, izará velas, saludará con la mano, porque no le gustan las despedidas, así que partirá deprisa perdiéndose en ese otro mundo, se siente fuerte para vencer su batalla particular.
En el viaje, la ley del mar cobrará tributo y el oleaje se llevará al hombre y todo aquello que quería olvidar.