Me llamas y me cuentas cosas tan sentidas que yo sólo puedo desgastarlas en el fondo de mi corazón. Es tu historia, Mayte, una historia de maduros silencios obligados… pero por eso no debes deprimirte. Empuja la puerta y entra. Te estamos esperando en este especial salón donde todos cenamos juntos y donde siempre hay una silla aguardándote. No te preocupes por los tristes comentarios que rodean tu mundo. Toma oxígeno y entra. Las luces de las estrellas son la expresión más viva y elevada de nuestras iluminaciones. Toma la tuya. Entra en la sala donde todos estamos juntos porque nos sabemos amigos; tendrás aquí mayores facilidades para olvidar y dar pasos hacia esa otra finalidad de tus búsquedas. Puedes abrir la puerta de tu corazón porque estoy seguro de que, con ello, expresarás los bellos y hondos sentimientos (hondos respiros, hondos suspiros) con que siempre me has contado tus vivencias. Palabras sinceras que nos harán sentir tu emoción en este cálido ambiente de camaradería.
Sal de la oscuridad y de la muerte, amiga, sal de esa especie de escafandra en la que te quieren quitar el oxígeno de tu vitalidad. Descubre esos tesoros humanos que tan celosamente siempre has guardado y que me has mostrado a veces (alguna vez de bohemia en el Jardín de Atenas), y te aseguro que todos empezaremos a recordarte como la chica que dejó de mirar por la ventana y bajó a compartir el diálogo de lo perdurable.
Lo otro, lo que quedó obsoleto, es ya sólo un pesado pasado que se convierte en estela olvidada. A ti, amiga del león y la pantera, te envío el siguiente pensamiento: “Es evidente que han bautizado la vida simplemente como un homenaje a tu persona”. Así de importante eres tú para este universo, Mayte, igual, exactamente igual que todos los viajeros del planto alegórico y la oda heroica. Te quiero, amiga Mayte, ahora más que nunca… porque he sabido mucho más de tu esencia, de tu presencia, de tu existencia…