Si en su mano pudo sostener algo que no fuera su propio cansancio, no hubo cosa mejor escogida que aquella mano pequeña, frágil, blanca. Ésa que, sin avisar, fue invadiendo poco a poco su palma, sin que él hiciera nada por resistirse.
Y cuando decidió por fin mirar hacia abajo, buscando la dueña de aquello, halló unos ojos negros, pequeños, que expresaban la empatía de la pequeña, que tan bien le conocía. No en vano lo hacía desde que nació, hacia ya cuatro años.
Compañera de sus silencios, muda testigo de la suerte de quien la engendró, o al menos así lo quiso creer él. Única en todo el mundo capaz de descifrar el lenguaje oculto en cada pliegue y arruga de su rostro. De leer en aquellos ojos cada vez más vagos, que ni siquiera luchaban ya por obligar a sus párpados a abrirse lo suficiente como para que pareciera que el resto del mundo le importaba lo suficiente. Porque, como bien sabía la pequeña, sólo ella era la razón de aquél desgraciado. Su motivo. Por ello intentaría con todas sus fuerzas no defraudarle.
Lo que ella no sabía es que hiciera lo que hiciera con sus días, el que tanto se esmeró en cuidarla jamás vería como mala cualquier cosa que hiciera aquél pequeño trozo de su alma. Tan sólo como una mera equivocación, de la que nacería la experiencia. Aunque también supiera, con no poca tristeza para su alma, que de tanta experiencia se acaba por adquirir la mirada que ahora él tenía.
Y que no dudaba que la pequeña heredaría, si era carne de su carne o al menos alma de su alma, y quizá demasiado tempranamente, cuando sus planes fueran, por fin, llevados a mal término. Aunque su corazón le pidiera a gritos que no, que aquella mirada inocente pero consciente exigía amor, su amor, y su presencia. Que bastante había sufrido ya él por su causa, como para desearle lo mismo a su hija. Si es que en realidad era su hija.
Pero su cerebro, que a fuerza de golpes de perra fortuna había acabado por tomar la mayoría de las decisiones que conducían su vida, sabía que no podría ser así, que la felicidad de la pequeña no podía ser sacrificada al capricho de su avaricia, que realmente, como decía aquella impersonal hoja de papel a base de negra tinta de ordenador, él no era el padre, ni era nada. Y que aquellos cuatro años, los mejores sin duda de toda su vida, se iban a ir directamente por el sumidero. Como sus últimos sueños había hecho. Como desde ese momento lo haría, por fin, su vida.
-Tú eres mi papá. Diga lo que diga ese papelote. Sólo tú.
La niña, con lágrimas en los ojos, había gritado aquellas palabras a la muda estatua que ella llamaba padre. Y él, asimilando una por una cada letra, cada sílaba, se contagió de ese sentimiento tan humano, por primera vez en años. Una lágrima se aventuró por ese rostro cada vez más ajeno a emociones. Resbaló por cada surco, hasta llegar a su boca.
Entonces abrió sus ojos a la luz del día, que se le había antojado nublado, para descubrir que el cielo era azul y ancho el mundo, y que si corría mucho, pero que mucho mucho, como en los cuentos que le contaba a la niña, llegarían juntos, tal y como estaban ahora, de la mano, a un lugar lejano y tranquilo donde no hubiera hojas de papel, ni palabras, ni ley, que les pudieran perturbar.
Y así, paso a paso y con su hija de la mano, comenzó a caminar alejándose de aquél juzgado, donde una mujer fría como un témpano esperaba ansiosa su victoria, que tanto le había costado. Sonriente. Como su antiguo marido, como su hija.
Aunque su sonrisa iba a durar tanto como lo de nuestros dos protagonistas.
La vida es, en un sentido no-aburrido, algo extraordinario. Buen texto. Creible. Imprescindible para que tu historia se densifique, el que creas en lo que has escrito. Lo he leído con intensidad y me has arrastrado hasta un final, donde la frialdad….no deja de ser una forma profunda de crear personajes. Saludos.
La vida es una lucha de sentimientos. Más allá del papel impreso tu relato habla de presencia de almas unidas por un afán de ser sensiblemente humanos. Me gustó el tratamiento del tema. Se me hizo un poco la nostalgia.
pues a mi también me ha gustado, me he adentrado en la historia y las emociones, aunuqe algunas de las que me ha despertado no son agradables. Me ha gustado, muchos de los grandes que más me gustan me han despertado a menudo emociones poco agradables, lo importante es hacer sentir, yo he sentido tu texto
un abrazo