Existen algunas plazas madrileñas que, no sé por qué razón, tienen un aire especial en el pleamar de sus anocheceres. No sé por qué razón se tiñen de color violeta cuando las golondrinas ya se han ido a anidar a otras ciudades. Existen plazas, plazas, plazas… que en sus interminables segundos de esencias madrileñas saben algo más que a romance.
Son plazas que, vistas con los ojos del atardecer, no suelen llamar mucho la atención pero !ay de ellas! cuando se las mira con el corazón bohemio de los trasnochadores; es entonces cuando se convierten en un verdadero carrusell de torbellinescos colorines violetas que alumbran la ciudad de Madrid más allá del encantador poema de las nostalgias.
Son plazas que huelen a un aroma muy especial; tan especial, que sus fragancias llegan a mover las agujas de los relojes de los torreones aledaños a destiempo; son plazas que, allá por las madrugadas, hacen repicar campanadas en el corazón de los transeúntes que, imantizados por un segundo, observan a las nocturnas palomas como remontan el vuelo y se alejan… se alejan… se alejan… Son plazas que se quedan grabadas tan dentro del alma que jamás se pueden ya olvidar porque en ellas dejamos jirones de nuestro caminar envueltos a veces en risas, a veces en llantos.
Existen plazas que ni tan siquiera sabemos cómo se llaman pero que siempre están teñidas de color violeta en las madrugadas de nuestra movida bohemia madrileña. La verdadera bohemia de la Poesía. No aquella movida a la cual nosotros jamás pertenecimos sino a la nuestra propia, a la que nos nació de repente dentro de nuestros sueños y no pasó a los libros de la Historia pero están en la memoria de Madrid. Existen plazas madrileñas que fueron la única verdad de aquellos o al menos nuestra única verdad. La otra verdad era, en el fondo, sólo una apariencia a la cual nosotros no pertenecimos nunca.
Hay plazas madrileñas en las que todavía estamos presentes sin saber tan siquiera cómo se llaman, desde cuál calle salen o hacia cuál avenida desembocan, pero fueron nuestras arterias amorosas y siguen siendo parte viva de nuestra roja sangre y nuestro izquierdo corazón… que nada tienen que ver con la otra movida, la de los bandos opuestos y las de las bandas opuestas. Nosotros tocábamos nuestra propia música y cantábamos otras canciones distintas a nuestras enamoradas. Existen plazas madrileñas que siguen siendo nuestra única verdad.