Desde que comenzó a sonar aquel extraño ruido como proveniente de alguien que respiraba profundamente, Jaime presintió que su sistema nervioso se le estaba destruyendo a marchas aceleradas. El monstruo que imaginaba era un gigantesco ucraniano dispuesto a meterle el cuchillo en el cuello hasta la misma empuñadura. El pánico se apoderó de su personalidad esquizofrénica y se hundió dentro de las sábanas negras; hasta que notó que unas manos tanteaban las sábanas buscando la manera de destaparle y comenzó a gritar con desesperación. Jaime luchaba denodadamente por evitar que aquel salvaje ser, motivado por una cierta cantidad de consumo de heroína, lograse hacer prácticas sus terroríficas intenciones. Pensó en su heroína. ¿Dónde estaría ahora su heroína Larissa?. Pero Larissa había sido ya degollada en la habitación contigua.
– ¡¡Larissa!!. ¡¡Larissa!! -gritó Jaime en medio de su desesperación.
– ¡¡No te preocupes de Larissa Kuernoinco!! -rugió la voz cavernosa del gigantesco ucraniano- ¡¡No puede hacer ya nada más por ti!!.
Jaime se arrepintió de haberle engañado a su mujer.
– ¡Prometo no engañarla nunca más, pero déjame vivir!.
– ¡¡Tus promesas siempre se las llevó el viento!!. ¿Y ahora?. ¿Quién ríe mejor?. -siguió hablando el ucraniano con la voz cavernosa y la cara como un mapa de tantas cicatrices que tenía, mientras apuñalaba continuamente el bulto oculto bajo las sábanas negras.
– ¡Esto por todas las afrentas!.
Jaime se movía y se removía bajo las sábanas negras, tan negras como su conciencia, mientras el gigantón ucraniano de la cara llena de cicatrices, seguía dando puñaladas a diestro y siniestro sin acertar con ninguna de ellas y, cansado del ejercicio, bramó.
– ¡¡Volveré otra vez!!. ¡¡Te juro que volveré otra vez!!.
Jaime, liberado al fin de la pesadilla, sacó la cabeza de debajo de las sábanas negras y… ¡en aquel momento!… el afilado cuchillo del gigantesco ucraniano le rebanó su garganta de un sólo tajo. El que había engañado tantas veces al ucraniano con su esposa Larissa Kuernoinco se había encontrado con la consecuencia de sus viles actos.
Lo único que se oía, en el interior de la habitación, era la respiración profunda del gigantesco ucraniano y el gorgoteo de la sangre saliendo del cuello de Jaime, separada ya su cabeza del resto del cuerpo.
– ¡¡Juré que me vengaría!!. ¡Así, cuando estés en los infiernos, sabrás que con la mujer de otro no se puede jugar a ciertas cosas sin perder la vida por ello!.
El gigantesco y horripilante ucraniano, con la cara igual que un mapa de tantas cicatrices como tenía, dejó una nota escrita sobre la frente de la sangrante cabeza: “No he hecho más que cumplir, porque la honra de un hombre honrado no puede ser mancillada por nadie por muy monstruoso que sea”.
Eso fue lo que encontró la portera de la casa cuando, angustiada por no ver salir a la pareja, subió al piso y abrió la puerta por donde iba saliendo la sangre. Una cabeza cortada que estaba sirviendo de festín para cientos de cucarachas negras. Y eso fue lo que le contó a la policía.
El trágico suceso forma ya parte de las leyendas de Makeiévna… porque nunca se supo si fue verdad o mentira.