Está claro que, estudiando profundamente a Popper, éste no puede por menos que estar de acuerdo con la conclusión de los empiristas: si la actividad científica descansa por entero en la observación y la inducción, el escepticismo y el psicologismo se imponen.
La experiencia podrá demostrar mil veces que una ley está “verificada”, pero nada permitirá jamás, en las mismas condiciones, probar lo que hace Popper: cuestionar las premisas de la epistemología. Lo que, en su opinión, resulta falso es que la ciencia proceda por inducción y verificación sino que, por el contrario, hay dos cuestiones muy importantes en el tema: las conjeturas y las refutaciones.
Las conjeturas, porque el espíritu científico no es en absoluto pasivo y neutro sino activo e incluso, en muchos casos, hasta apasionado. La refutación porque, frente a la opinión de la mayoría de los pensadores (y aquí es donde Potter introduce su “auténtica revolución epistemológica”) la ciencia no tiene como fin “verificar” hipótesis (“conjeturas”) sino por el contrario hacer todo lo posible por intentar refutarlas o lo que el llama “falsarlas”.
En el próximo capítulo explicaré hasta qué punto esta oposición de los puntos de vista (en apariencia casi trivial), resultan ser en realidad de una excepcional riqueza.