Sobre la inversión de los puntos de vista, en primer lugar, es necesario hacerla “sensible”, mediante un simple ejemplo que cita muchas veces Popper en sus obras: tomemos la proposición “todos los cuervos son negros”. Por razones de probatura (como siempre busca hacer el “verificarismo”) se puede obtener la falsedad de esta proposición.
Aunque obtengamos mil, diez mil, cien mil observaciones que demuestren que todos los cuervos son negros, siempre es posible que una observación vaya en sentido contrario y así, para dar por cierta tal verdad, sería necesario conocer a todos los cuervos, y no sólo a todos los existentes ahora sino a todos los que han existido y a todos los que existirán (lo cual es imposible). Por el contrario, es perfectamente posible refutar o “falsar” dicha proposición y para ello basta con encontra un sólo cuervo blanco (o rojo, o verde, da igual) y entonces encontramos que la proposición es falsa.
De esto surge la primera conclusión que Popper saca de la noción de “falsabilidad”: que hay asimetría entre la verdad y la falsedad. Dicho de modo más claro: si bien es imposible verificar empíricamente que una proposición es verdadera, sí se puede verificar empíricamente que es falsa. Y otra manera de explicarlo es la siguiente: nuestras certidumbres no pueden jamás serlo sobre la verdad, pero por el contrario es posible no caer en el escepticismo para saber que ciertas proposiciones son falsas.
A partir de este hilo conductor va a resultar posible trazar una línea de demarcación entre discursos científicos y no científicos: en una palabra, una proposición que no se presta a ninguna refutación posible (por ejemplo, Dios existe, algo que, hablando con propiedad, nadie puede refutar experimentalmente) no es, por definición misma, una proposición científica. Esto no significa en absoluto que sea falsa sino simplemente que pertenece a una lógica distinta a la de la ciencia.