Jane Giman se llevó el Oscar a la mejor actriz por su papel en “Belinda”, la historia de una mujer muda. En la entrega de premios dijo: “Acepto muy gustosa este Oscar por mantener la boca cerrada”… Una actriz habia utilizado hacía años casi una hora para agradecer su Oscar. Y es que hay cada “pelmaza” que no hacen otra cosa sino hablar más de la cuenta, más de lo debido y más de lo que debemos aguantar.
Muchos viven admirando a los charlatanes y despreciando a los que saben guardar silencio. La verdad es que los medios de comunicación en general, premian a los que hablan sin decir nada, a los que son capaces de romper la belleza del silencio sin ninguna razón y con ningún propósito.
Olvidan que hay momentos en la vida en los que necesitamos escuchar y callar. Pero debo añadir que saber escuchar es algo diferente a saber oír, pues quien oye solamente no entiende ni jota; mientras que los que escuchan lo comprenden todo.
Y no siempre porque no tengamos algo que decir, sino porque sabemos que podemos ser malinterpretados. ¿Te ha pasado alguna vez?. Hacemos todo lo posible, incluso intentamos (!y muchas veces lo conseguimos!) hacer algo bien, pero la gente no es capaz de ver nuestras intenciones, y sólo recibimos basura a cambio de lo que decimos. Cuanto más nos explicamos, menos nos escuchan; cuando más necesitamos que nos comprendan más nos dan la espalda. A esas gentes (que no se les puede llamar personas) no hay que hacerles demasiado caso (yo diría que ningún caso) bajo ninguna circunstancia favorable o desfavorable.
Por eso nos gustar estar con las personas que nos quieren, porque ellos nos comprenden y no nos malinterpretan. Ellos confían en nosotros porque saben las intenciones que tenemos y conocen nuestras motivaciones. A pesar de todo, ellos también son incapaces de comprendernos a veces, y por eso necesitamos algo más. Nuestra vida necesita confiar en alguien más. Necesitamos que se desarrolle, entre quienes saben escuchar, la empatía… que es la mejor manera de poder comprender a los seres humanos ajenos a nuestra realidad cotidiana.
Ese Alguien es Dios. En Él podemos poner toda nuestra confianza, porque digamos lo que digamos, Él nos entiende, no existen momentos para incomprensiones ni malos entendidos. Él sabe exactamente lo que queremos decir y las intenciones de nuestro corazón. Él sabe cuáles son nuestros íntimos y verdaderos Sueños.
Nos comprende incluso cuando estamos callados. Mucho más aún cuando no sabemos qué decir. Nos ama y nos abraza cuando lo que decimos no tiene ningún sentido para nadie. Fija sus ojos en nosotros y nos escucha cuando nosotros mismos no sabemos lo que estamos diciendo. Es más, nos espera una y otra vez incluso cuando nos equivocamos. Es necesario meditar sobre esto un largo rato de tiempo. Somos de carne y hueso (mortales como los demás excepto que sabemos que existe la Eternidad en esta misma Vida). Por eso es necesario mantener la boca cerrada antes de opinar de lo que no se sabe.
Esa es la razón por la que muchas veces ni siquiera necesitamos hablar para que él comprenda todo lo que nos sucede. Por eso descansamos en su presencia. Nos acurrucamos en su pecho mientras vemos pasar los momentos más difíciles de nuestra vida. Así aprendemos en primera persona lo que quería decir el salmista cuando cantaba: “mi alma está acallada en Ti”. Termino señalando que el alma es la que acoge al Espíritu Santo cuando de verdad somos cristianos verdaderos y de esta manera milagrosa surge la Transformación con la que tanto soñamos.