Cementerio de la Almudena. La tarde está gélida. En torno al féretro hay un silencio que se llena de magia… es la magia de la Vida que aletea sobre la Muerte. Lejos del grupo comunitario de los allí presentes, se encuentra “El Elefante Azul” con sus torpes movimientos. El suelo es resbaloso y cualquier paso en falso le puede hundir en la muerte eterna. Alguien, allí, en medio del silencio, no puede llorar… no puede llorar porque le da miedo llorar…
Decía Charles Peguy, un filósofo, escritor, poeta y ensayista francés de finales del XIX y principios del XX (que había nacido en la ciudad de Orleans, la misma que fue saqueada por Atila en el año 451 después de Jesucristo y que fue, en 1429, defendida por Juana de Arco ante la codicia de los ingleses que la habían cercado) decía, repito, aquelllo de: “El triunfo de la demagogia es pasajero, pero su ruina permanece”.
El Elefante Azul usa una demagogia barata. La demagogia de las pistolas obsoletas de la época de la Guerra de los Cien Años. Una Astra robada y sin munición. La misma demagogia que utilizaba José Antonio Primo de Rivera durante la guerra civil española. Y es que al Elefante Azul le entusiasma aquello de “defenderé mis ideas con las pistolas”. Y todo ello lo piensa sin respetar el respeto de la comitiva que, como costumbre española, guarda silencio.
“Yo recuerdo aquel ayer”… piensa, en el bando contrario, un seguidor de la Paz. “Yo recuerdo aquel ayer en que la Virgen del Pilar dijo que no quería ser francesa sino capitana de la tropa aragonesa”. Bien. No importa esto ahora. Lo importante es que alguien tiene miedo a llorar. Alguien que es de Extremadura pero no precisamente de Badajoz sino de Cáceres. ¿Y qué tendrán los pueblos cacereños que tanto se parecen a los onubenses?. Tampoco importa.
Quien piensa que Jesucristo debería dar segundas oportunidades a quienes no pudieron gozar de la libertad, no es cacereño sino relativamente pacense. En el cermenterio madrileño de La Almudena los cipreses, como siempre, siguen alargando sus sombras.
Ante la quietud y el miedo del Elefante Azul y sus dos adláteres (llamemósles Mofeta y Monicaco) es el pacense, ahora ya no tan relativo sino absoluto… quien camina por el pasillo resbaloso y lo camina sin dudar. No hay miedo en su mirada pero alguien tiene las gafas oscuras puestas porque le da miedo llorar no sólo por ella sino también por sus tres hijos…
Sopla el viento levantando hojarascas amarillentas, secas por el paso del tiempo, mientras una bruja intenta frenar los pasos del extremeño. Pero al pacense no le dan miedos las brujas de las cartas. Son, para él, solamente papel… igual que son para él simple papel El Elefante Azul, Mofeta y Monicaco. Simple papel.
En el teatro del cementerio madrileño no se está celebrando una comedia, ni tampoco un drama… porque lo que se está celebrando en el cementerio madrileño es una tragedia. Como si, por ejemplo, la estuviera escribiendo Tespis dentro de su carromato tirado por una yunta de bueyes y acompañado de un sinfín de bufones. Y es que hay ciertas bufonadas que son en verdad representaciones fieles de las tragedias vivas.
El Elefante Azul quiere irse de allí pero una fuerza extraña le clava los pies sobre la arena. Y además hay otra mujer que falta… falta a la cita… asustada… sumamente asustada… porque sabe que la verdad va a ser descubierta por el poeta de Extremadura. Algo así como un José María Gabriel y Galán siempre con su guitarra en la izquierda a la hora de “El Desafío”. Allí nadie Canta el Cara al Sol sino que todos cantan el Cara al Cielo… menos El Elefante Azul, sus dos adláteres y la bruja, que sólo están con el rostro pálido y el cuerpo descompuesto.
Como siempre son los dos adláteres titerescos que maneja El Elefante Azul como emisarios y espías los que salen al encuentro del poeta extremeño. ¿Será quizás la sombra fantasmal de Francisco López Arza acompañando al poeta Santos Dominguez?. El caso es que el poeta extremeño sigue siendo una verdadera incógnita para El Elefante Azul, sus adláteres Mofeta y Monicaco y la bruja de la cartomancia (que sabe que sus cartas están mojadas y han perdido su falso valor). Y es que las últimas lluvias han limpiado la atmósfera.
La meta final de aquel poeta no es, precisamente, El Elefante Azul como errróneamente están creyendo todos los asistentes al entierro. No. La meta final de el poeta exstremeño es hacer que la mujer que no puede llorar porque le da miedo lo que El Elefante Azul pueda hacer con ella y sus tres hijos. Silencio. Mucho Silencio. El Elefante Azul espera el abrazo. Y no. No es eso lo que le importa al poeta.
La tragedia se está convirtiendo en una Leyenda de Extremadura. ¿Quizás “El abrazo del muerto?. ¿Quizás “En la Fuente de Xana”?. Errrores. Todo son errores en la bruja de las cartas. Sólo se trata de “La sirena de Villanueva de la Serena”. Badajoz…
Recibe el poeta el beso pero no le interesa el beso… le interesa saber por qué tiene miedo de llorar… y le interesa saber por qué tiene miedo de sus hijos. La Leyenda termina con el Milagro que se encuentra muy cerda de los raíles del tren Madrid- Badajoz… pasando por tierras cacereñas…
Publicado por Diesel el dia 3 de septiembre de 2009.