Estaba la mar ondulada
y tú navegabas en mi mente
con toda la noche extraña
allá delante… en frente…
Mirabas al cielo,
hacia el este…
y dejaste en mi memoria
una especie de silente
capacidad amatoria.
Estaba la mar celeste.
Y al anochecer
encendiste la simiente
de mi profundo querer:
un beso que está latente
y perdura en mi quehacer
como lento fuego ardiente.