Refrán.

Érase una vez, en la provincia de Soria, un pastor de ovejas que se creía tan hermoso que pensaba que todas las mujeres le amaban sin remisión con tan sólo mirarlas y decirles algún piropo. Eso era, al menos, lo que el pastor soriano se creía.

Sucedió que una mañana del mes de mayo, en plena época primaveral, pasó cerca de él la mujer más bella que había visto en su vida y, olvidándose de todas sus ovejas, fue tras ella con la intención de conquistarla y casarse con ella.

– ¡Buenos días, bombón con nata!. ¿Podría hacerme el favor de mirarme a la cara para que conozca lo guapo que soy?.

Ella le miró, entre sorprendida y asombrada, pero la cara del pastor soriano dejaba mucho que desear según entendía ella de lo que es la belleza masculina.

– ¿Qué desea usted, galán de pueblo?.

– ¡Enamorarla con mis encantos, belleza sin par!.

Ella llevaba, en cada mano, una calabaza y, sin darle la más mínima importancia al asunto, exclamó.

– ¡Encantada me deja usted pero tome estas dos calabazas, donjuan de poca monta, y que le aprovechenn porque son un par!.

Entonces el pastor soriano descubrió que, en verdad, era un fracasado en cuestión de amores y fue en busca de su rebaño de ovejas pero no encontró a ninguna de ellas porque todas se las habían comido los lobos.

Compungido y desesperado porque sabía que el dueño del rebaño le iba a echar la bronca además de hacerle pagar el precio de todas las ovejas perdidas, escapó rápidamente hacia la provincia de Segovia.

Y así fue cómo el pastor soriano se convirtió en pastor segoviano.

Moraleja: No desees jamás a una mujer guapa cuando otro es el que la atrapa.

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