La calle estaba llena de pisadas sin nombre. Un frío extraño, con sabor a otoño, cimbreaba en los ombligos de la plebe en veranito. Todos las aceras olían a caminos violados. El capricho de Juan era robar una baldosa. No tenía sentído su deseo, entre infantil y un poco a lo moderno. Con sus manos regordetas arañó el asfalto. Se fue preparando como un luchador de sumo. Fortaleció sus dedos hasta ser capaz de arrancar cualquier cosa y un día, arranchó la baldosa que más quería. Fue feliz, como son felices los peregrinos que ven a dios en cualquier parte o los carteros que acaban su jornada y reciben su correo personal. Una baldosa en forma de baldosa. Un elemental deseo que todo humano tiene, alguna vez.
Un comentario sobre “Robar una baldosa”
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Deseos primarios… mientras no haga daño a nadie… bendita su felicidad.