Un grupo de mujeres se encontraba charlando cuando, de repente, una de ellas comenzó a llorar. El Extranjero no la conocía a ella ni ella conocía al Extranjero; pero las lágrimas de aquella mujer no cesaban. Así que se dirigió a ella mientras las demás seguían con su incesante parloteo de charlatanas.
– ¿Por qué llora usted, señora?.
– Por mi amiga que acaba de morir.
– ¿Y llora usted por una persona muerta?.
La mujer dejó de llorar y se le quedó mirando absorta.
– Verá, señora… yo no deseo meterme para nada en sus problemas… pero sólo se debe llorar por los vivos.
La mujer reconoció, de repente, al Extranjero…
– Es que resulta que mi amiga muerta era su propia madre.
– Escuche con atención. Yo no sé si mi madre murió ayer, murió hace un año o nunca murió.. . pero sí sé que los responsables son los otros.
– ¡Y quiénes son los otros? –prosiguió, absorta, la ya consolada mujer.
– Aquellos que no saben distinguir entre la vida y la muerte.
El Extranjero ya no dijo nada más. Siguió su camino dirigiéndose a otro pequeño cafetín para volver a calentarse con un café templado. Entró. Había una penumbra total y, en medio de la penumbra, un anciano, apoyado en un bastón para no caerse al suelo pues estaba completamente borracho, hablaba sandeces y escupía, de vez en cuando, sobre un pañuelo de cuadros rojos y azules. Cada escupitajo era como un esténtor de la muerte. El Extranjero lo miró, no dijo nada, y se sentó ante una mesa mientras acudía una chiquilla de dieciséis años de edad para atenderle.
– Qué va a ser?.
– Un café con leche templada y dos bolsas de azúcar y. si puede ser, una tranquilidad absoluta pues deseo escribir una carta… y un cenicero…
– No se preocupe por el viejo borracho; sólo habla sandeces pero nunca se mete con nadie. Es uno de esos tipos que ha perdido el alma.
El Extranjero mantuvo silencio mientras la observaba.
– ¿Algo con qué acompañar al café? –sonrió la preciosa camarera.
– Algo no es suficiente. Para mí el café con leche solo lo es todo… lo demás no me sirve para nada. El cigarrillo sólo es una forma de acompañar… nada más… a las ideas… y a los milagros de las palabras que surgen de las ideas… nada más.
La jovencita e inteligente camarera no entendió nada, pero se dispuso a servir el café mientras él sacaba su cuaderno de tapas anaranjadas, arrancaba una de sus hojas y escribió mientras encendía u cigarrilo:
“Estoy cansado de tanto oír hablar de la muerte. Cansado y aburrido. Yo creo que esto de tu muerte me pilla ya tan lejano que sólo escucho palabras incoherentes por parte de unos y de otros. Es por eso por lo que he decidido no volver nunca más. ¿Dónde me encontraré mañana?. ¡Aquí mismo pero en otro lugar!. Quizás tú, desde donde estés, mue puedas comprender. Quizás puedas comprender este cansancio, este aburrimiento que tengo de oír hablar tanto de tu muerte. Y es que tu muerte no es la mía. Es la muerte de los otros; de los que pudiendo haberte ayudado se limpiaron las manos como Pilatos y te dejaron morir. Al fin y al cabo, cuando papá murió, fue la misma historia. Y lo mismo pasó con la abuela. Así que he decidido no volver jamás hasta haber cumplido con mi misión. No. Tú nunca supiste cuál era mi misión y aún menos lo supieron jamás los responsables de tu muerte. A mí un papel con unas cuantas cláusulas engañosas y otras cuantas ambiciosas no me sirve para nada. A mí lo que me sirve es un papel en blanco para escribir ideas sobre la vida. ¿Ya sabes a qué me estoy refiriendo verdad?. Sí. Me estoy refiriendo a esa herencia que me ha convertido en un extranjero en mi propia patria y en mi propia ciudad. Por eso estoy cansado y aburrido de tantas habladurías y peleas por un puñado de dinero. Me habría gustado pasear más veces contigo. Alguna vez más para poder hacer que lo entendieras. Pero ya es demasiado tarde. Cuando tú leíste, por fin, a Juan Ramòn Jiménez ya era demasiado tarde… porque yo ya estaba escribiendo mis propias historias. No dejo de admitir que en mi corazón sigue existiendo “Chester color canela” pero “Platero y yo”… aunque no lo olvidaré jamás… no… yo ya estoy escribiendo otras historias bien distintas, bien diferentes, bien opuestas a tus lecturas. Que sean ellos quienes hereden, si les place, esas lecturas… incluso si hubo algunas lecturas de papá… A mí ya me da lo mismo estar a un lado o a otro lado del río; el caso es que camino por sus riberas sin preocuparme de qué es lo que lleva su corriente. A lo mejor crees que soy un escéptico de la vida. Te vuelves a equivocar. Soy todo lo contrario. Un amante de la vida. Por eso no me importa por qué orilla de la ribera del río camino en cada momento”.
Detrás del cafetín había un patio donde se podía respirar un poco de aire fresco. Cuando el Extranjero terminó su café con leche templada, salió al patio y comenzó a pensar en los compañeros de aquel ayer ya semiperdido en el olvido. Sabía recordar pero no le importaban las cosas banales y en su interior sólo crecía su propia voz: “No. No mires hacia allí”. Así que se sentó en un banco de piedra, junto a una madreselva y pensó en los animales selváticos, en los animales que viven por y para la vida a pesar de que siempre les llega la hora de la muerte porque no dejan de ser animales. Ni tan siquiera vistió luto por nadie. Ahora tampoco. Ahora sólo le importaba decir no…
Mientras tanto, una comitiva de farsantes acudía al cementerio bromeando sobre temas nada serios. El Extranjero sabía que ser un presente más en aquel cementerio sería ser un número más de aquella mascarada. Sin embargo, se levantó del asiento, salió del patio y se dirigió al cementerio. Allí permaneció silencioso un largo rato mientras los demás seguían con su farsa de “los dos bandos”. Al fin y al cabo para él todo aquello era sólo un puro teatro alrededor de un cadáver nada más. Y sonó la hora de la verdad. Todos se fueron marchando por las callejuelas mas él no… él decidió subir a la montaña vecina para estar cuanto más lejos mejor. Caminando hacia allá, en lo alto de una callejuela, un filósofo le dijo las siguientes palabras: “Hijo mío, sabía que la longitud de tus andares te llevaría más lejos de lo que ella siempre quiso para ti”.
– Gracias papá…
Y el Extranjero siguió caminando hacia la vecina montaña. No. No era una despedida. Era, simplemente, un hasta luego nada más.
– ¿Te vas, hijo mío?
– No, papá. Sé que ninguno de ellos cumplió con lo que dejaste por escrito y de palabra. No me voy para siempre. Volveré sólo para decir que no. Que yo seguiré siendo siempre un Extranjero para ellos pero no para mí ni para quienes conmigo están.
Era una cuestión de humanidad seguir caminando por la Gran Ciudad siguiendo los consejos y las enseñanzas de su corazón. Todo era como una película velada, una borrosa visión de la realidad… pero una vez subido a la cima estaba seguro que toda la visibilidad volvería a ser tan nítida como cuando era todavía sólo un niño.