En las orillas del Missouri, “Yupanqui” pastaba, pacíficamente (mientras “Plata” lo hacía amarrada al poste de madera de la Oficina de Telégrafos) cuando levantó la cabeza para observar la enorme galopada que llevaba la potranca “Flor”, con el borracho Sage encima de ella, bamboléandose de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, según soplaba el viento y sin apenas saber a dónde iba la alocada potranca. Efectivamente, Sage (completamente lívido, demacrado y celúrico a pesar de su gran gordura) vio que “Flor” había terminado su galopada en la ciudad de Omaha.
Aquel mismo viernes -una vez que Mari Juana había abandonado el “saloon” presa de odio y envidia y comenzando a planear un acto vengativo- La Chica cantaba y bailaba mejor que nunca (si es que eso era posible) extasiando a todos los parraquianos (rudos vaqueros, pistoleros sin conciencia, gentes sencillas del pueblo tanto hombres como nujeres y algunos extranjeros y extranjeras que habían oído hablar de ella). Entre los parroquianos, en aquellas horas de la madrugada (el reloj hizo sonar las 2 de la noche), se encontraban, apoyados en la barra, el sheriff Mendoza Colt y asu ayudante El Llanero Solitario.
La Chica miraba hacia donde estaba el “seriff” con una grata sonrisa en su rostro que, aquella noche, estaba maás hermoso que nunca pues le afloraban sus famosos reflejos en las comisuras de su apetitosa boca.
Entonces fue cuando entró en el “saloon” Milboona un muy atildado y relamido galancete muy rubio él… muy bien peinado él… muy grácil el… muy fino sombrero de fieltro él… acompañado de otros cuatro insignificantes personajes. Estós cuatro se sentaron en lejanas sillas mientras el rubio se acercó hacia el lugar donde se encontraba el “sheriff”.
– Buena noche -comenzó el atildado rubio con una voz ciertamente afeminada- por lo que veo, caballero, es usted el “sheriff” de este lugar…
Mendoza Colt sólo le miró de frente…
– Verá, caballero, yo soy un mexicano de Tijuana y vengo a proponerle un plan..
Mendoza se dio cuenta. rápidamente, de que no utilizaba acento mexicano, y mucho menos de Jalisco…
– Es bastante largo de contar…
Mendoza Colt observó detenidamente el rostro del enclenque rubio y los de los bastos rostros de sus cuatro compañeros que, aunque vestían trajes muy elegantes, era muy fáicl distinguir que eran bastos y groseros en sus ademanes y formas de hablar… y entonces fue cuando le vino a la memoria un cartel de “Se Buscan” en la ciudad de Morelos… donde había estado hacía un par de semanas.
– Espere un momento, galán, sólo será un momento… ven conmigo Llanero…
El Llanero Solitario salió del “saloon”, no sin antes haber lanzado una mirada de admiración a La Chica que seguía, imperturbable y cantando…
Una vez fuera los dos del Milboona, Mendoza Colt le dio una orden al Llanero Solitario.
– Llanero. Si no me equivoco estos 5 ratas son asaltadores de bancos que están siendo buscados por el alcalde de Morelos. Se nota que no son mexicanos sino de algún otro país. Por lo pornto si ves que sale alguno de ellos del “saloon” los enchironas. Sólo necesitamos detenerlos por unas horas hasta que informemos al alcalde de Morelos.
– Decuida, Mendoza, no hay problema.
En el tiempo en que estuvieorn charlando fuera resulta que el lindo Don Diego Morales había advertido el arte de La Chica pero sobre todo (porque él de arte no sabía nada) la incríble belleza de Ella desde la cabeza a los pies. Y se había quedado estupefacto. Mendoza se colocó de nuevo a su lado…
– Usted dirá cual es el proyecto que me quiere contar.
Diego Morales, desconocedor de la charla habida entre Mendoza y El Llanero hizo una señal a sus cuatro compinches y estos se acercaron a la barra.
– !Estos son mis muchachos! -se engalló el rubio- !Aquí están los ms grandes hombres honestos de todo el Oeste!. Se apellidan Barahona, Correa, Gordón y Paredes y van a llegar muy lejos!.
Mendoza sólo sonreía levemente mientras La Chica mostraba, sin que apenas nadie se diese cuenta, una cierta inquietud al ver a Mendoza sólo y hablando con aquel quinteto de personajes engalanados de los pies a las cabezas.
– Ahorita mesmo mis cuates tienen que irse a descansar de nuestro largo viaje !chuta!.
Inmediatamente Mendoza se dio cuenta de que aquella expresión de !chuta! era propia de los ecuarorianos. Los cinco asltabancos eran de Ecuador y no de México.
Lo que no se esperaban los cuatro sujetos es que, una vez salidos del Milboona (aquella noche las puertas del Milboona estaban batiendo un récord de abrirse y cerrarse) ya estaba El Llanero apuntándoles directamente a los pechos con sus dos pistolas de plata.
– !Caballeretes!. !Vamos todos a la trena!. !Si alguno lo intenta le hago un ojal nuevo en su chaleco!.
Sin decir ni una sola palabra los cuatro forajidos (Barahona, Correa, Gordón y Paredes) fueron puestos entre rejas por el Llanero quien, una vez efectuada la labor, se sentó en la silla alargando su pies hasta el barandal de madera y fumando un cigarrillo.
Mientras tanto, en el interior del “saloon”, Diego Morales se había “engallado” y cantaba como un jilguero acompañando la canción de La Chica.
– !Vaya preciosidad de chamaca, manito! – le dijo a Mendoza, quien ya estaba a su lado.
Mendoza sonreía.
– !Le apuesto lo que sea a que !chuta! yo me llevo a la cama esta noche a ese monumento de mujer!.
– Puede ser… inténtelo si tanto la desea. !Mire!. Ya ha acabado su actuación y viene directa hacia acá.
Al lindo Don diego le temblaban los pies y las manos pero se controló como pudo
– Verá señorita… yo… esto… verá… si no le es molestia… si no le ofende… si no se enfada… en fin…
– ¿Quiere usted decir lo que le ocurre? – le contestó La Chica que ya estaba en medio de los dos hombres.
– Bien… esto… no sé…
– !Pero arranque ya, galancete! – dijo con sorna Mendoza.
– ¿Quisiera tomar conmigo esta noche una copita en el Bar Monkey’s?. Le aseguro que tengo mucho dinero y luego podemos ir a…
Ella no le dejó terminar. Simplemente sonrío a Mendoza Colt y salió fuera del Milboona hacia el Morange Club para jugar una partidita de póker antes de irse a dormir al Hotel Gable. El llanero Solitario, sin cambiar su postura, la saludó ligeramente tocándose el ala de su sombrero.
– Bueno, forastero… ahora usted y yo hablemos del proyecto…
– Pero… !chuta!… yo…
– Vayamos a mi oficina a tratar del asunto porque en este local está usted muy nervioso…
Salieron del “saloon” los dos hombres y El Llanero solitario se ocupó de meter en la misma trena en donde esperaban los cuatro compinches al lindo Don Diego Morales y Halcón (pues Halcón era su segundo apellido).
– Oigan… esto es un atropello mis cuates… ahorita mesmo me quejo a mi doctor abogado…
– No. Ahorita mesmo no se queja usted a nadie -le respondió Mendoza- total sólo es un par de horas. Y El Llanero comenzó a enviar, por telégrafo, aviso al alcalde de Morelos.
(Continuará)