<< Salir de la Cárcel de Plástico >>
A Javier le habían estado hablando mal de su tío Damián, al parecer la relación con la familia no era buena.
Pero Leonor, la abuela de Javier, una mujer con pensamiento propio y una mente abierta, estaba cansada de estas injusticias familiares, era una mujer espontánea y valiente, que no le interesaban para nada ni los ejercicios mentales para la memoria, ni las sopas de letras…
Disconforme con todos esos comentarios infundados, y contraria a las habladurías, se llevó a Javier un fin de semana a visitar a tío Damián, toda la familia se escandalizó, toda la familia se opuso, toda la familia se reveló, pero la abuela, harta de esos comentarios, no se dejó influir.
Y procedió, y llevó su intención a cabo. Con ese valiente acto hizo pedazos un mito, desmoronó un juego.
El pequeño Javier había estado charlando y jugando con su Tío, hubo una gran conexión entre ambos, el hombre se mostraba alegre, emocionado de poder estar con su sobrino, al que casi nunca dejaban ver.
Por lo visto, en realidad era un buen hombre. Y esto incomodaba. Alteraba el Guión Familiar.
Aquella misma noche Javier estaba en su habitación. Abajo en el comedor estaban Leonor y su hijo Javier, hablaban en voz baja y suave para no despertar al niño…La casa de pueblo tenía dos plantas. Era espaciosa. Por las noches, mucho silencio. El ruido…. a cargo de los grillos.
Pocos minutos después, la abuela sube a una de las habitaciones y Javier asustado la llama
“Abuela, abuela… me parece que afuera hay alguien y tengo miedo, hace ruido”
La abuela con una sonrisa de bondad habla al niño:
“Es el hermano Viento, que al pasar por la rendija de la ventana ruge, ¡te cierro la ventana del todo!, ¡no tengas miedo!”
“Vale” le respondió el niño.
Y al día siguiente, mientras unas líneas silenciosas de sol se colaban en la habitación de Javier para hacerle compañía, y abajo, sobre una amable mesa, unas galletas impotentes y sumisas flotaban sobre la blanca superficie de la leche caliente en un tazón, tío Javier accediendo al cuarto, y con una sonrisa de contento, susurra “¡Javier! ¿has dormido bien?”
Y el niño, que ya estaba medio despierto responde “¡Sí, tío!”.
Luego, ambos se irían a pasear por el camino. Por ese camino lleno de buenas y malas hierbas, que tan solo hay que saber ver. Por ese camino que a un lado vive un bosque de bosques, y al otro lado hectáreas de cultivo, dispuestos a dar sus frutos, a prestar su alimento y sus paciencias con quienes caminen.
En aquel paseo por la tarde, por el viejo camino, cuando faltaban pocas horas, para que la abuela se marchara con el niño, a Tío Javier se le escapó un lagrima, pero que el niño no advirtió, fue en el momento en que ambos cogidos de la mano, hacia el basto horizonte, a Javier le salió un deseo: “Tío, yo quiero quedarme aquí contigo”.
Con el tiempo, Leonor logró que estos encuentros fueran más frecuentes. Y que su nieto siguiese durmiendo en esa habitación, con una ventana que al estar un poco abierta, hace que el viento murmure algo que no está en ningún diccionario creado por la ley humana.
Hasta que Javier no hubiese cumplido la mayoría de edad, no se le permitió estar más tiempo con su Tío; a partir de ese día inició un cambio, se trasladó a vivir con Damián, y cambió las murmuraciones familiares de todas las noches, por el otro murmullo de los grillos invisibles.
Muy bueno colega. Es un cuento muy bueno. Aplausos.
Pequeña aclaracion: En los primeros párrafos se me ha colado “su hijo Javier” y es Su hijo Damian.
Y luego más abajo donde… “a tio Javier” es Tio Damián.
Hasta pronto.