Carmarthen es un pequeño pueblo situado al suroeste del País de Gales, en una bahía del Canal de Bristol, muy cercano a los pies meridionales de los Montes Cámbricos. En esta pequeña localidad galesa agropecuaria, famosa por sus ferias agrícolas y ganaderas, hace pocos meses que comenzó una verdadera controversia que ha dado la vuelta al mundo por los medios de comunicación de masas.
El protagonista del suceso es un toro de 6 años de edad, de raza frisón negro, llamado Shambo. Shambo cayó enfermo de tuberculosis bovina y el juez Gary Hickinbotton dictaminó que había que sacrificarlo; porque la tuberculosis bovina (al igual que la gripe aviar) es altamente contagiosa y pone en peligro la vida de otros animales vacunos y también la de aves, gatos, perros e incluso seres humanos.
El Ministerio de Salud de Gales, preocupado por la situación y la salud de su ganadería y población humana, estuvo de acuerdo con el veredicto del citado juez, pues se sabe que la tuberculosis bovina es una enfermedad infecciosa (ahora ligada incluso con el Sida) de carácter crónico que se instala en el animal por la bacteria del género Mycobacterium, muy distribuida en la naturaleza (incluye saprofitas patógenas) y que se transmite por vía aerógena, a través de la tos y la respiración de un animal infectado que expelen microgotitas con las bacterias que se instalan en el sistema respiratorio de los otros animales e incluso los humanos. Otra vía de contagio son los pastos y los alimentos a través del pastoreo, los comederos, los corrales y las salas de ordeño.
Estaba ya todo previsto para el sacrificio de Shambo (que vive junto con otros 50 animales –toros, vacas y búfalos de agua- en el Monasterio hindú llamado Skandvale y situado en Carmarthen) cuando se interpusieron las reclamaciones de cerca de los 700.000 hindúes británicos, liderados por Ramesh Kallidai, quienes defendieron la santidad de Shambo, su carácter de dios sagrado, aduciendo que matarle sería como matar a un ser humano y que es necesario defender los derechos de religión enmarcados dentro del contextos de los Derechos Humano,
La defensa de Shambo la llevó a cabo el juez David Anderson, enfrentándose ahora al representante de la Asamblea Galesa, Clive Lewis. El juez Hickinbotton, preocupado por el alcance que estaba tomando el asunto, decidió perdonar la vida al toro frisón. Se congratularon de ello todos los fieles del Templo Skandvale, sede de la secta religiosa hindú Comunidad de los Muchos Nombres de Dios que, instalada en Carmarthen desde 1973, recibe al año más de 90.000 visitas de peregrinos.
Pero ahora el Ministerio de Salud de Gales ha vuelto a preocuparse seriamente. Se le ha negado un segundo análisis bacteriano a Shambo (después de confirmarse que tiene definitivamente la enfermedad dentro de él) y se ha dado plazo de unos días para revertir la situación y sacrificar al toro. La ira de los hindúes de Skandvale es fuerte y han prometido realizar una barrera humana para impedir tal crimen según catalogan ellos a dicho sacrificio.
La reflexión se plantea cuando nos cuestionamos qué debe privilegiar a la hora de aplicar la justicia para el bien humano: preservar la salud de los ciudadano protegiéndolos de peligros inminentes o dar prioridad a creencias religiosas que no dan tanta importancia a la salud humana como a la divinidad de un toro, del cual incluso llegan a decir que tiene pensamientos y dichos pensamientos los están colgando en páginas webs del Internet.
Para la mente de un occidental la cuestión está clara. Para la mente de un hindú religioso también pero en sentido contrario. Al final debe prevalecer, según opino yo, lo que el sentido común decida qué debe hacerse. Y el sentido común nada o muy poco tiene que ver, a lo largo de la historia, con las radicalizaciones de ciertas creencias religiosas.
Supongo que para esos hindúes el toro tiene tanto derecho a la vida como cualquier otro ser humano y prevalecerá su vida por encima de infectar a otras personas. Si los hindúes supiesen de la tauromaquia tan arraigada que hay en España y más concretamente en Andalucía…
Si no me equivoco el Gobierno seguramente actuará como muchas veces: de algún modo mataran a ese toro a escondidas y dirán alguna memez como que se ha muerto o lo sustituiran de alguna forma por otro toro sano, y será casi imposible que la verdad salga a la luz pues las mentiras del Gobierno están siempre muy cubiertas y pelear la verdad conlleva una larga lista de vistas judiciales a la que creo que nadie se atrevería a enfrentar solo por algunos ideales religiosos. Y quién se atreviera no tendría muchas posibilidades, más bien nulas. Es la triste realidad
Bastante problemático. Una solución para ambos podría ser aislar al animal, pero… ¿Pa qué van a hacer algo? Lo más cómodo será matar al animal o dejar que contamine a mil más y tener que matarlos a todos…
En un momento en el que la religión trastoca el sentido común, no hay nada que hacer…