Los escaparates de las tiendas se engalanan, las calles resplandecen con la multitud de pequeñas bombillitas de colores que cuelgan de una fachada a otra y por doquier te encuentras bonitos adornos multicolores que nos recuerdan que faltan días para la Navidad. Los supermercados están a rebozar y la gente se afana por llenar los carros de comida y regalos. Todo tiene un tinte de fiesta y celebración. Todo tiene un tinte especial. El típico anuncio del turrón que vuelve a casa por navidad nos recuerda que son días para estar en familia, para celebrar con los seres queridos. En enero, la euforia habrá pasado, la alegría se habrá gastado y muchos se encontraran que la cuesta de enero pesa más de la cuenta. Nos daremos cuenta de que nos hemos dejado arrastrar, un año más, por la euforia del consumismo. Habremos pasado ratos buenos y quizás otros no tan buenos acordándonos de los que nos faltaban.
Cuando salgo a la calle de noche, envuelta entre todo el encanto recreado por las luces, no puedo evitar acordarme de aquellas navidades de mi infancia, cuando aún no habíamos olvidado el verdadero espíritu de la navidad, cuando la celebración no era comer los manjares mas caros ni gastar más de lo que nuestros bolsillos nos lo permitían, ni gastar en alumbrar pueblos enteros gastando una energía que no podemos recuperar. La celebración era entonces estar toda la familia juntos, cantando villancicos acompañados de una pandereta alrededor de una mesa camilla con brasero de picón donde el único lujo era un plato con unos cuantos mantecados y una peladillas y una copitas servidas de una botella de Anís el Mono. Celebrábamos el nacimiento del niño Jesús y lo que esto representaba: la esperanza y el amor.
FELIZ NAVIDAD A TODOS
jdiana
!Qué felices fiestas aquellas, Diana!. Recuerdo vívidamente el brasero con picón y almendrilla, las panderetas y las zambombas de mi tío Pedro Olivos, las copitas de aquellos licores caseros que fabricaban mi madre y mi abuela que ya no están más en estas fiestas al igual que mi padre y el tío Pedro Olivos, ni el tio Esteban, ni el primo Miguel… ni aquella fraternal macomunidad de las familias de la casa de vecinos cuando todos nos visitábamos a todos. No había dinero nada más que para un poco de turrón, las peladillas y aquel gallo que nos traían del pueblo… pero había una inmensa alegría de familia unida junto al brasero. !Que pases maravillosas fiestas Diana y que ojalá vuelvan a ser las mismas que entonces fueron!