– ¡Qué pasa aquí! ¿Puedo saber qué pasa aquí?
– ¡Han matado al teniente Gafotas, mi comandante!
– ¡Dígame señor Don Frank Captain General cuando se dirija a mí, sargento Gafitas! ¿Puede ya alguien decirme qué pasa aquí?
– ¡Yo se lo puedo decir, Señor!
-¿Quién es usted?
– Antoine Seder Aram, dueño de este motel.
– ¿Es usted de orígenes judíos?
– Por parte de padre y madre, pero he nacido y me he criado aquí, en Amarillo.
– ¿Y esta mujer quién es?
– Mi querida Louise Lane Gascoigne.
– ¿Es también judía?
– No. Sus raíces no son hebreas sino francesas por parte de padre y de madre, pero también ha nacido y se ha criado aquí, en Amarillo.
– ¿Están ustedes casados como Dios manda?
Entonces intervino la hasta entonces silenciosa Lane.
– ¡Se lo estoy pidiendo desde hace treinta años pero él dice siempre que nones.
– ¿Y por qué le ha aguantado usted tantos años? ¡Con su presencia física podría haberse ido con otro muchísimo mejor que este desgalichado mequetefre, con nariz de boniato ganchudo, y que no hubiese puesto ningún reparo en casarse con usted como Dios manda desde el primer momento que le hubiese usted dado una oportunidad!
– Pues me lo estoy ya pensando…
– Mientras usted se lo piensa, ¿qué tiene usted, Antoine, que contarme sobre lo sucedido esta noche aquí?
– Una pareja de jovencitos estaban sentados en esa mesa que está a su lado y, de pronto, entraron El Gafotas y El Gafitas para tomar un refresco cuando, sin mediar palabra alguna, el jovencito sacó una pistola y le disparó al teniente Gafotas, a quemarropa y sin previo aviso. La bala entró en el cerebro del teniente que cayó instantáneamente muerto.
– ¿Y usted qué hizo, sargento Gafitas?
– ¡Me lancé inmediatamente al suelo para salvar mi vida, pero con tan mala fortuna que golpeó mi mandíbula contra el suelo y quedé totalmente inconsciente.
– ¿Y qué ha pasado con su pistola, sargento Gafitas?
– ¡No lo sé! ¡Quizás el jovencito, antes de irse, me la quitó el muy cabrón!
– No saque usted conclusiones antes de tiempo. ¿Por qué le llama cabrón si no le conoce de nada?
– ¡Perdone, mi comandante! ¡Es la ira que tengo!
– Pues procure usted guardarse la ira para cuando esté en el water haciendo sus necesidades. ¿Entendido, Gafitas?
– Entendido, Señor Don Frank Captain General.
– ¿Conocía usted, Antoine, a esos dos jovencitos?
– ¡Era la primera vez que les vi en mi vida pero puedo decir que, cuando mataron al teniente Gafotas, y antes de marcharse a toda prisa, se pusieron a cantar alegremente.
– ¿El jovencito le quitó la pistola al sargento Gafitas?
– Efectivamente. Se la quitó antes de irse.
– ¿Se puede saber qué cantaron?
– Ella le dijo a él ¡Adancito de mi vida! y él le contestó a ella !Ay Evita de mi alma!
– ¿Cómo si fuesen La Perla de Cádiz y Antonio Mairena?
– ¡No sé quienes son esos dos, comandante!
– No se preocupe usted. Sólo eran una flamenca y un flamenco.
– ¡Pues entonces sí, porque una vez que él cometió el crimen se pusieron más contentos que unas castañuelas!
– Esto me suena a muy raro. ¿Tú que opinas, Jon?
– Que es verdad que es un asunto muy raro, Frank.
– ¡Pues ya puedes ir comenzando a investigarlo porque es tu caso, capitán Jon Richard Bach! ¡Y espero que lo soluciones rápidamente!
– ¡Voy a intentar ser más rápido que Juan Salvador Gaviota! Empecemos por usted, Antoine.
– ¿Qué desea que le cuente si ya les he dicho la verdad de todo lo sucedido aquí?
– De momento cómo cree usted que esa jovencita y ese jovencito llegaron hasta este motel…
– ¡Yo puedo contestar a eso, mi capitán!
– Cuénteme, sargento Gafitas.
– Hay un coche muy sospechoso en el Aparcamento de este Motel Travelodge. Por eso mi hermano Gafotas y yo, antes de entrar en este bar para tomar dos refrescos, tuvimos una intuición y anoté en mi agenda la matrícula de ese automóvil.
– Espere un momento. ¿Ha dicho usted, sargento Gafitas, que el teniente Gafotas era su hermano?
– Y lo afirmo con todo orgullo.
– ¿Cuáles son sus dos apellidos?
– Él se llamaba Cassius Alí bin Zama El-Gafi y todos le conocían como El Gafotas; mientras que yo me llamo Tyson Ai bin Zama El-Gafi y todos me conocen como El Gafitas.
– Está bien. No lo voy a olvidar. ¿Qué clase de automóvil es ese que le parece sospechoso?
– Es un Buick La Crosse rojo, del año 2008, con matrícula de Nueva York.
– ¿De verdad tiene la matrícula anotada? Supongo que ya ese coche no estará en el Aparcamiento si es el de ellos.
– Espere que consulte mi agenda, capitán Richards Bach.
Mientras El Gafitas consultaba su agenda, el capitán Jon Richards Bach volvió a dirigirse a Antoine Seder Aram…
– ¿Cómo eran esos jóvenes, Antoine?
– No los pude distinguir muy bien porque estaban sentados en medio de la penumbra ya que todavía no estaba el motel totalmente alumbrado pero ella es el monumento femenino más impresionante que he visto jamás.
– ¿Un judío se entretiene en observar esas cosas?
– Es que no soy de piedra…
– ¿Y usted, Louise, qué tiene que decir sobre esto?
– Que si él afirma que esa jovencita es el monumento femenino más impresionante que ha visto jamás en su vida yo afirmo que él es el joven masculino más atractivo e interesante que he conocido yo en la mía. ¡Y que conste que no lo digo por celos sino porque es la verdad aunque se joda este Antoine del cual pienso separarme en cuanto todo este asunto quede aclarado!
-¿También usted afirma que ese joven, tan apuesto como dice usted que es, disparó sin previo aviso y sin mediar palabra alguna contra el teniente Gafotas matándole al instante?
– ¡Ya tengo aquí la maticula, capitán Richards Bach!
– ¿Cuál es?
– NY 0484 GYY The Empire State. Es un Buick La Crosse de color rojo.
El capitán Jon Richards Bach se quedó un momento pensativo antes de seguir hablando…
– Esperen un momento. ¿Y si se han dado cuenta de que tenemos el número de la matrícula de su automóvil y no lo han utilizado para huír? Eso quiere decir que quizás esté todavia en el Aparcamiento de este Motel. Así que vayamos usted y yo, Frank, a ver si es cierto mientras que todos los demás se quedan aquí sin salir para nada de este local.
– Muy bien, Jon. Vamos los dos al Aparcamiento de este Motel donde, al parecer, las parejas jovencitas vienen a soñar con los angelitos buenos mientras hacen el amor… si es que a eso se le puede llamar hacer el amor…
Instantes después, en el aparcamiento, encontraron con total facilidad el Buick La Crosse de color rojo que había manejado Joseph Gold Road Saint Vincent dese Nueva York hasta Amarillo.
– ¿Qué hacemos ahora, Jon?
– Buscar por todos los rincones del Buick, Frank… a ver si encontramos alguna pista…
Tras unos breves minutos de intensa búsqueda, Jon descubrió algo muy sospechoso…
– ¡Frank! ¡Aquí parece que hay un doble fondo!
– ¿Dónde?
– Justo debajo del embrague.
– ¿Has dicho el embrague?
– Sí, mi comandante, he dicho el embrague.
– ¿Y qué puede ser eso?
El capitán Richards Bach sólo respondió con una exclamación altisonante.
– ¡Ostias, Frank! ¡Aquí hay por lo menos dos kilos!
– ¿Se puede saber de qué kilos estás hablando, Jon?
– Pues no precisamente de azúcar cubana, Frank.
– ¿Cocaína?
– ¡Exacto! ¡Dos kilos de cocaína por lo menos!