Como el dolor de cabeza se le acentuó bastante, el joven licenciado indicó a la enfermera que no bajaría al comedor para cenar. Se le aceptó la petición y le llevaron una bandeja, con entremeses, a la cama.
La enfermera, delgada y cuarentona pero con cierto aire desenfadado y juvenil, llamó a la puerta media hora después.
– ¿Has terminado?.
– Sí, sí. Puedes pasar.
– ¿Qué tal la cabeza?. ¿Sigues teniendo molestias?.
– No. Ya se me ha pasado bastante.
– Si no fumases tanto de esa vieja pipa…
– Mi pipa no produce ningún dolor. ¿Has visto alguna vez un dolor producido por el placer?.
– Sí. Cuando me enamoré de aquel asqueroso medicucho que me dejó por una sanguijuela.
– ¿Cómo por una sanguijuela?.
– ¡Sanguijuela, si, sí, he dicho sanguijuela!. ¿Cómo llamarías tú a tu mejor amigo si te estuivese engañando hasta conseguir el amor de tu novia?.
El joven licenciado comenzó a reír.
– ¡Risa… risa…!. No te rías porque no tiene ninguna gracia. Que si yo era su amiga íntima. Que si más que amiga era mi hermana. Que si aquel chico me quería con locura… y… ¿sabes una cosa?. Salían juntos y se cachondeaban de mí…
– ¿Y crees que merece la pena sentirlo tanto?.
– ¡Pena, pena!. ¡Cómo no va a merecer la pena!. Ahora tienen dos lindos bebés. ¡Con las ganas que tengo yo de ser madre!.
– Pero… ¡habrá habido otros hombres en tu vida!.
– ¿Otros hombres?. ¡Ja!. Lo que es ua ya no se vuelve a fiar ni de ningún hombre ni de ninguna mujer. Y… ¡bueno!… ¿para qué te tengo que contar yo estas cosas a ti?.
– Por una razón muy sencilla. Tenías ganas de hacerlo.
– Ganas… ganas… ¿qué sabes tú de tener ganas?.
– Sé bastante de tener ganas. ¿No ves?. Yo tengo ganas de fumar de mi pipa y… ¡aquí está!… Ella no me triaciona nunca.
– ¡Pipa, pipa!. ¿Qué sabes tú de pipas?.
Y la enferemera se marchó. con la bandeja entre las manos, dando un fuerte portazo. Luego abrió repentinamente.
– Hasta mañana, ¿eh?. ¡Traición, traición!. ¿Qué sabes tú de traiciones?.
Y cerró ahora suavemente la puerta.
El joven licenciado comenzó a escribir, porque solía hacerlo, antre de dormir: “En la sequedad estéril del polvoriento espacio que separa al dolor del placer, siempre existe un abismo franco y risueño. Un abismo donde se cobijan las cigarras para cantar y a donde los saltamontes bajan a cortejarlas. Mientras tanto, tumbados en el suelo, los ganados machos huelen la presencia de los ganados hembras. Es entonces cuando no sé cómo definir el estado normal del mundo. Hay quienes piensan que ese estado normal es la guerra y todo ello porque no descubrieron la poesía. ¿Por qué no le preguntaron nunca a Juan Ramón Jiménez?.
La tarde siguiente era tan normal como las anteriores. Pero, en medio de la normalidad, una larga fila de personas se situaba ante las taquillas de los cines principales de la gran ciudad. El cartel de “No hay billetes” fue colocado muy pronto en todos ellos. La gente se agolpaba junto a los reventas.
Todo había sido el producto de una ágil e inteligente maniobra publicitaria. Durante aquellos meses, el director de cine había lanzado la imagen de la prometida del joven licencicado hasta elevarla a la cumbre de la novedad artística. El populoso tema de la seta le había inspirado una película taquillera. Aprovechando el momento logró que el público se interesara. La obra ya estaba servida. El título también: “SETAMOR”.
Era una película buenísima, que hacía presagiar un éxito taquillero. Tal vez a alguien se le ocurriría nominarla para el Oscar de Hollywood.
– ¿Por qué no? -se preguntaba el director de cine.
Los espectadores atendían continuamente. La película estaba plagada de situaciones interesantes. Por eso a la salida surgían los ruidosos comentarios.
– ¡Y qué bien está la chica… verdad!.
– ¡Como un tren… oye, como un tren!.
Era el comentario de dos jóvenes espectadores.
Película de un éxito rotundo, “Setamor” haría furor entre las masas. Por eso alguien se atrevería a nominarla para el Oscar.
En el césped del jardín, el joven licenciado charlaba con aquel pelirrojo que se esforzaba por parecer simpático. Ambos hablaban de temas intrascendentes cuando apareció ella. Era la jovencísima morena que, el día anterior, jugaba al ajedrez con el director de banca.
– ¿Me puedo sentar junto a vosotros?.
– ¡No faltaría más! -se apresuró a responder el pelirrojo.
La jovencísima morena, de dicesieis años de edad, se sentó junto a él. El joven licenciado permanecía, en silencio, al otro lado del pelirrojo.
– Yo soy arquitecto. Estoy aquí porque necesito descansar del estrés. ¡Qué duro es el estrés, verdad!.
La jovencísima morena miró al pelirrojo, pero no dijo nada. Los tres permanecieron en un largo mutismo.
– Oye… ¿quién eres tú? -preguntó otra vez el pelirrojo, inmtentando caerle simpático a la jovencísima morena.
– Yo sólo soy una mujer.
– Pero muy bonita, ¿verdad? -y se volvió hacia el joven licenciado -¿verdad que es muy bonita?.
“Verdad” era la palabra predilecta del pelirrojo. Cuando decía “verdad” se sentía más seguro de sí mismo.
– A mí me gusta -contestó el joven licenciado.
La jovencísima morena sonríó pero siguió, pensativa, ajena a aquel diálogo.
– Hablar es bueno -señaló el pelirrojo- porque si no se habla no se conoce a los demás.
– ¿Tú crees? -le preguntó el joven licenciado.
– Claro que lo creo. Hablar significa descubrir tu personalidad, tus deseos, tus opiniones…
– Sí. Es bueno hablar. Pero también es cierto que todos tenemos nuestro silencio. Todas las cosas tienen su silencio propio y en él se refleja la verdadera personalidad de los seres vivos y de las cosas.
– ¿Y qué es eso del silencio de las cosas?.
– Cuando escuchas una música que te gusta, estás gozando de ella; pero gozas mejor si, a la vez, notas el silencio interno de esa misma música. Para sentir el silencio de las cosas o de las personas no hace falta hablar ni estar callado. Notar el silencio, gozar con el silencio, sólo consiste en descubrir la esencia de todo lo que te rodea.
– Eso… ¿te lo acabas de inventar ahora?.
– Las ideas no se inventan. Se descubren. Todos tenemos las ideas y sólo consiste, para darlas vida, en dejarlas flotar por nuestra consciencia. Luego… nacen como las criaturas, salen, se dan una vuelta por la vida y vuelven a nuestro interior.
– O sea, comos los astronautas en sus naves.
– Si tú quieres que sean así, así serán para ti.
– Es verdad -repitió, una vez más, el pelirrojo.
Cuando decía la palabra “verdad” se sentía satisfecho.
– ¿Habéis oído, alguna vez, el sollozo de las piedras? -intervino entonces la jovencísima morena rompiendo con su mutismo.
– Las piedras no sollozan nunca -respondió el pelirrojo.
– ¿Y por qué no van a sollozar?. Tira una piedra a un ser inocente y lo comprobarás -se le opuso el joven licenciado.
– Pero las piedras no tienen vida. Sin vida no se puede sollozar.
– Pues yo he oído sollozar a las piedras cuando se han lanzado contra algún inocente, a los árboles cuando han ahorcado a algún inocente y hasta a los tubos de píldoras cuando se las han dado a un inocente -dijo ella.
La jovencísima morena fijó otra vez su mirada en el joven licenciado.
Este iba a continuar la conversación, pero entonces le llamaron desde la Dirección de la Residencia. Y se marchó hacia el interior de la casa dejando al pelirrojo con la jovencísima morena.
– ¿Es verdad que los tubos de píldoras sollozan? -le preguntó, muy interesado, el pelirrojo a ella.
La jovencísima morena no le contestó, sino que se levantó y se alejó de él.
Cuando el joven licenciado entró en el despacho del director, éste le presentó al famoso psiquiatra de la gran ciudad. Como no puso ningún reparo ni inconveniente alguno, comenzaron con el dichoso y cansino juego de las preguntas y respuestas.
– Hola, venìa para enterarme de cómo estás. Me han dicho que tienes una salud de roble y que estás demostrando una total recuperación.
– Yo pienso que no debía recuperarme de nada. Pero, en fin, aquí estoy para ayudarle en su famoso y lucrativo oficio.
– Eso espero de ti… pero cambiemos de tema. ¿Sabes que hoy estrenan una película gracias a ti?.
– ¿Gracias a mí?.
– Bueno… gracias a tu seta…
– No me extrañaría nada porque esa seta, que tanto se empeñan ustedes en decir que es mía, puede conseguir eso y mucho más. Pero no creo que hayan hecho la película que debieran hacer.
– Pues la gente se ríe bastante.
– No es malo reírse un poco, pero se han confundido… esta vez, como muchas otras veces más, se han vuelto a confundir.
– Entonces… ¿tu prometida también se ha confundido?.
– ¿Por qué?. ¿Por querer ser actriz?. No es esa la confusión a la que yo me refiero. De todas formas entra totalmente dentro de su lógica que ya no sea mi prometida.
– Ella no ha dicho, todavía, lo contrario.
– No es necesario buscar siempre lo contrario de las cosas para saber que no son iguales.
– Pero no me negarás que, por ejemplo, lo contrsrio de “Bueno” siempre es “Malo”.
– ¿Por qué?. Lo contrario no existe. Sólo existe lo diferente. “Malo” es tan contrario a “Bueno” como “Regular” o “Distinto” o cualquier otro concepto como, por ejemplo, “Sorprendente”.
– En cierto modo, sí; pero es necesario aplicar palabras que definan exactamente lo que uno quiere decir, ¿no es así?.
– De acuerdo. Pero las personas tienen el defecto de decir “Blanco o Negro” para buscar la antítesis, cuando en realidad existen otros numerosos colores que podrían servir para lo mismo. Podría decirse “Blanco o Rojo”, “Blanco o Verde”, “Verde o Amarillo”…
– Pero teniendo en cuenta la lógica, lo más exacto es decir “Blanco o Negro” porque, en la escala de colores, son las antípodas.
– Eso, en realidad, es la lógica absoluta. Sin embargo, yo pienso más en que la lógica relativa es tan válida como la abosluta. Es más, quienes viven bajo los axiomas de la lógica absoluta siempre se convierten en prematuramente viejos. La lógica relativa nos deja el espacio necesario de imaginación y fantasía que todos debemos conservar para no envejecer nunca.
– ¿Sabes una cosa? -contestó, ya exasperado, el famoso psiquiatra de la gran ciudad- ¡Podrías poner una tienda para vender lógicas relativas!. ¡Ibas a tener un éxito rotundo! -y el famoso psiquiatra de la gran ciudad comenzó a reírse como un loco soltando grandes carcajadas.
– No. Mejor pondría una sauna de lógicas relativas. Los que tenéis la mente cuadriculada de lógicas absolutas entraríais en ella y, aunque saldríais locos de remate porque no entenderíais nada de tales valoraciones, yo me haría rico en seguida gracias a vuestra ignorancia… ¿o no es lícito eso?.
– En realidad, sí señor, llevas razón y sería así… -contestó el famoso psiquiatra de la gran ciudad cortándosele la risa de repente.
Y dándole la mano al joven licenciado se despidió de él. Pero el roce de los dedos fue lejano, difuso, diluído en ese mundo de las sensaciones esquivas para ocultar la sorpresa en ese momento en que lo comprensible no es igual, nunca, a lo inteligible o ininteligible sino a lo verdadero o lo falso.
Por eso fue por lo que el director de la residencia, una vez que el joven licenciado abandonó el despacho, indicó al famoso psiquiatra de la gran ciudad.
– Si nos hubiésemos dado cuenta mucho antes de que no existe un solo mundo absoluto quizás hubiésemos vivido todos más libres.
– Puede ser… quizás la libertad sólo exista en el joven licenciado y en los que saben vivir los veinte minutos que ellos indican y que a nosotros nos faltan. Vivir veintitrés horas y cuarenta minutos, cada día, no significa nada para los seres humanos que desean vivir veinticuatro horas al día; y nosotros estamos siendo siempre los prisioneros de nuestra propia condición.
– Sí… sí… ¡Pero yo eliminaré esa seta antes de perder nuestra honorabilidad profesional.