Adoro ver que tienes el alma blanca, la piel trigueña de los atardeceres costeños y que tus manos son ágiles y fáciles para la caricia y que tu mirada es breve, tus días pausados y tus brazos siempre dispuestos…
Adoro que diste un paso de ingrávida sutileza para hacer que yo me acercara a ti y te contara una bella historia de amor sincero en aquella tarde lluviosa del paseo del Pintor Rosales.
Adoro saber que tú eras la pequeña y gran sorpresa de mi vida y que cuando me regalaste tu bondad en forma de sonrisa me abriste la puerta para la ceremonia de la gratitud.
Adoro tu desenfadada forma juvenil de solucionar todos los problemas y tus desatinos clarividentes en esas notas íntimas con que elaboras el mensaje diario y lo enhebras en mi alma con tu tierno lago dentro… ese lago azul donde materializas tus milagros en forma de dos cisnes acompañando al declinar de la tarde.
Adoro tu especial manera de ser inolvidable para mis sueños y, a la vez, esa humildad que posees y que te hace verdaderamente valiosa… que te hace invisible en el surco de las luces generadas por tu largo amor de estar siempre a mi lado.
Adoro todos tus misterios y la eterna juvenil manera con que me presentas todas esas virtudes de sentir siempre del todo y no dejar nunca a medias el amor.