Venus murió, sin nacer, por un desnudo mar morado lleno de ponientes de sol tan transparentes como la solitaria quietud del anochecer en las marismas. De islote en islote Venus fue muriendo, poco a poco, cuando los claveles se enredaron en el paisaje mientras los grillos se convertían en cantores de la melodía del cálido ensueño. Venus murió, sin nacer, en el alma de un gallo que cantó en la madrugada de color grana, gris y fría.