Hoy es jueves y estoy paseando por un lugar lleno de teléfonos portátiles que exhalan miles de palabras colgadas en el alambique de lo cotidiano, cámaras digitales recogiendo escenas de presencias momentáneas circulando en orden inverso a las agujas del reloj, videos walls para retomar una vez tras otra las imágenes de la redención diaria, pantallas de plasma que inundan la atmósfera de océanos superpuestos, estruendosos equipos de sonido en medio de toda esta fiesta de actividades en movimiento opulento que nos presenta este modernismo sin final.
Alguien, a lo lejos, platica con su propia estatura. Y yo me dirijo a un cajero automático con el ánimo de estar simplemente allí, ocupado en ver al viento desdibujar los miles de billetes de euros que no van a ninguna parte.
Tardo un par de instantes en verme mejor, en un claro gesto de querer comprender esta extraña vida. Mi misión de acercamiento ha terminado y ella se va por la esquina del fondo. Doy media vuelta y camino de regreso al ruido pluscuamperfecto para dejar el control absoluto de mi vida en las manos de quienes han construido estas sonrisas de corazones deformados. Algo desmedido. Algo extraño a mi primaria emoción de sentir lo que es la naturaleza humana.
He oído a alguien decir que es en la palabra cuando las cosas revelan su existencia en los espacios infinitos del pensamiento. Y Pienso… Sólo por ver si es cierto…