Snoopy juró de por vida ser un personaje de perrito bienpensante negando toda usurpación al colapso de la nostalgia. Snoopy formó una galaxia en sus exigencias de trabajar de firme por llevar su verdad lo más parecido a lo normal. Bajo su apariencia de icono de la elegancia tenía la coartada de verse involucrado en el pequeño universo de las grandes cosas que veía y analizaba desde el tejadillo de su caseta.
Snoopy juró tener en cuenta la opinión de la experiencia; verdadera expresión de los consejos sobre la forma de ver y entender la vida llena de valores implícitos para hacer siempre crítica constructiva y mejorar un mundo cada vez más abatido por la falta de inteligencias. ¿Cambiarse por el tontorrón Pluto o el chorlito Goofy (Tribilín) o transformarse en el pérfido Gardfield?. No. Jamás.
Snoopy había jurado de por vida pasar por todos los procesos de sus ideas “humanizadas” hasta servir de relaciones públicas entre las generaciones que le vimos crecer como “marca” inteligente. Todo el mundo debería pasar por las transformaciones de Snoopy hasta hacer fundamental el proceso del aprendizaje de los pensamientos.