Agonizante…
sucumbido por la inoportuna metralla,
que delataba su presencia y lo relevaba del servicio,
en la contienda de la vida.

Suspiraba…
herido por aquella arma adversaria,
que de todo el odio enemigo,
fue depositaria.

La idea de la inmortalidad,
lo había abandonado,
toda la bravura del uniforme desvencijado,
se disipaba inerme, como el efluvio de la soledad.

Voy a pasar revista a la ira,
a la suerte, a la venganza,
al odio, la muerte, la vergüenza…
Deliraba.

Mi camarada Ríos, montado en un relámpago,
el Teniente Escobar acallando truenos,
el Sargento López, por el río místico de la sangre,
que vuelvan a morir de nuevo, mis eternos.
exclamaba, se desangraba.

La llaga mortal, lo quemaba, lo abatía.

Sus ansias de vivir,
lo remontaban en el tiempo, a transgredir,
más allá del himno marcial, del Apocalipsis,
las heridas enterradas, los fríos paños del miedo,
la bayoneta del coraje, el muro de la vida,
el temple de hielo, la voluntad del ser.

La patria tenaz.

Hace una tregua…
Y recuerda, cansado, aquel beso olvidado,
aquella caricia, abandonada, ahora lejana,
los abrazos maternos, el calor de la mujer amada,
recuerdos, ahora sitiados por los ecos de la guerra.

Acudió a su cita con el destino,
en medio de la justa, lo alcanzó su sombra,
maravilló los ojos de la muerte,
sus anónimas proezas, su heroísmo en la penumbra,
su vocación de mártir.

Su sangre fertiliza, la aridez del campo de batalla,
Y la tierra que juró defender,
Muy pronto cubrirá su Ser.