Una puerta se abre y entra una sombra a contraluz, produciendo una niebla celeste. La misma puerta se cierra y la habitación queda completamente a oscuras, ¡pero está al aire libre!, no existen paredes, es un gran descampado sembrado de cruces. Las tumbas del Camposanto le rodeaban como plantas de enredadera que desearan abrazarle, quizá ahogarle. Sus pies estaban descalzos, cayó al suelo arrodillado frente a una lápida, se persignó por vez primera en treinta años. Los ojos le parpadeaban nerviosamente, pedía perdón. Por caridad, sin represalias, suplicaba oscilando el cuerpo a punto de perder el equilibrio. Comprendió que no podía seguir así por más tiempo, que no solucionaría nada con esta actitud. Adelantaría el programa de rebobinaje de su ¿destino?
En cualquier caso, sintióse “Humillado y Ofendido”, se levantó con esfuerzo, le dolían las rodillas. Encendió un cigarrillo y expulsó el humo que se unía a la densa niebla y al aliento que sin fumar, del frío, brotaba al respirar.
Dos focos iluminaron el valle, apagándose brevemente. Después, de nuevo se encendieron y otra vez se… era como las lucecitas que adornan el árbol de Navidad, ¿era la contradicción?, ¿un mensaje revelador de máxima relevancia del que él no llegaba a captar el intríngulis (intención solapada)?, ¿no venía marcado con un asterisco y la explicación al final de página? Lo inmediato era escabullirse de aquel lugar. Las sombras de los cipreses esparcían la agitación. Las sombras pisaban al hombre. Gigantes quebrantahuesos planeaban bajo, asustados por las turbulencias, rozando a una presa aterrorizada que escapó de sus garras por los pelos, adentrándose en el interior de una cueva. Creyó estar a salvo hasta que oyó a su espalda un rugido felino, ¿qué era aquello, un león, un tigre… la autopsia de un espejismo? Prefirió no quedarse para averiguarlo, abandonando al minino que volvía a “maullar”. Por todas partes se escuchaban metalizadas, a través de un quedo altavoz , voces escogidas de la ultratumba. Maquinal entierro de llantos, lluvia de lamentosos meteoritos. Ráfagas de metralla en el pecho, caída mortal; yace un hombre bocabajo. Andy, solidario, se acerca y le da la vuelta, ¡es su Padre!, ese saco de plomo es su Padre que quiere abrir la boca y lo hace con dificultad, soltando un chorro de sangre que cae por las comisuras de los labios, débilmente los mueve. Pide un último trago. Andy no puede dejar de mirarle, sin oir hélices ni valquirias, ¡es su Padre!, la mano tienta y encuentra la botella de vino, la descorcha y levantándole la cabeza, le da de beber.
P.D. Extraido de la novela “El Reflejo de los sueños en lunas rotas (Perdido en la eterna oportunidad) -2002-
Bonito extracto. Párrafo para meditar.
Buen extracto.
Me alegro de verte de nuevo por aquí.
Onlythebestones